Por Hernán Alejandro Olano García

Los orígenes y porqués por los cuales se le designa a una obra de ingeniería como bien cultural pasan por razones estéticas, culturales, filosóficas y biológicas. Lo cierto es, que las obras de ingeniería describen un cúmulo de información que se puede transcribir en datos susceptibles de ser estudiados y valorados científicamente, todo depende del grado de importancia que se le otorgue a la historia humana y a la trascendencia de las construcciones.

El frágil legado del apogeo de una cultura que llega hasta el día de hoy tras muchos siglos de existencia de las obras constituye una valiosísima fuente de información, para el estudio de su estética, técnica y expresión abre la posibilidad de un acercamiento a las circunstancias, vivencias e incógnitas que preocupan al hombre del pasado y en que se relacionan o difieren del actual.

He tenido la oportunidad de apreciar varias obras, la Gran Muralla China, la Torre Eiffel, la Catedral de la Sagrada Familia de Barcelona, pero, algo para mí importantísimo en materia de ingeniería es la Iglesia del Panteón de Roma, una las tantas que son trascendentales de la ingeniería, porque, al parecer, allí se aplicó la fórmula del concreto y, luego se perdió, hasta casi nuestros días.

Sin embargo, la estética depende también del ojo de quien la mira, pues en Colombia, la monumentalidad en los centros históricos neogranadinos incorpora aspectos culturales a las obras, que se desarrollaron con elementos rudimentarios y dieron a la vida obras ingenieriles como el Convento de Santo Ecce Homo en Santa Sofía, o, más adelante, desafiando el precipicio, la Iglesia de Nuestra Señora de Las Lajas en Nariño.

A eso se suman el Canal de Panamá; el túnel de la Quiebra; la hidroeléctrica del Guavio; el Tapón del Darién; el proyecto Chingaza; las Bocas de Ceniza; el Túnel de La Línea y en fin muchos otros proyectos que permiten ratificar que los ingenieros colombianos han estado presentes en el desarrollo del país y que incluso, algunos de ellos han llegado a la Presidencia: Pedro Nel Ospina, Mariano Ospina Pérez, Laureano Gómez Castro, Gustavo Rojas Pinilla, Rubén Piedrahíta Arango y Virgilio Barco Vargas.

Muchas obras se han destruido con ocasión de las guerras; se han arrasado construcciones imponentes de los que solo se guardan algunos vestigios; por esa razón, se expidió La Declaración de la UNESCO relativa a la Destrucción Intencional del Patrimonio Cultural, del 17 de octubre de 2003, posterior a la explosión que perpetró el régimen Talibán contra los Budas gigantes de Bamiyán, la ciudad de Mariúpol en Ucania, etc., siendo una sólida declaración de intenciones con muy pocas consecuencias en la práctica, sin embargo estos esfuerzos sumados a la creación del Comité del Patrimonio Mundial, de la Lista del Patrimonio de la Humanidad y la de objetos en peligro (listas rojas de objetos culturales) intentan ejercer presiones sobre los Estados para que se involucren de forma activa contra la destrucción de su patrimonio y se comprometan a aceptar los tratados internacionales que les lleven a adoptar medidas restrictivas dentro de sus propios marcos jurídicos.

La tendencia a la globalización y a la unificación cultural hace aún más importantes y valiosas las obras como sobrevivientes del pasado. La necesidad de mantener una secuencia histórica, filosófica, artística y cultural como legado a las futuras generaciones, supondrá el fortalecimiento de las capacidades del ser humano ante la búsqueda de nuevos paradigmas universales en materia de emular obras de la ingeniería.

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