Por Guillermo Romero Salamanca

Irena Sendler pasó casi 60 años en anonimato, guardando miles de secretos y ocultando sus benditas mentiras.

¡Qué ejemplo de ser humano, de mujer y de personaje! Su valentía la demostró durante la Segunda Guerra Mundial, pero además empleó la astucia, la resistencia, su gesto por hacer cosas buenas y por brindarse a los demás.

En el verano de 1942, gracias a su capacidad para decir mentiras a sus adversarios, los gendarmes S.S. de la guardia alemana, rescató a más de 2.500 niños judíos y católicos para que no los llevaran a los campos de concentración y más aún a los hornos crematorios.

Alemania llegó en 1939 con su poderío militar a Varsovia y entonces esta polaca laboraba en el Departamento de Bienestar Social y desde allí comenzó a ver el sufrimiento de los perseguidos. Irena organizó, con un grupo de amigas, brigadas de ayuda para llevarles comida, ropa, medicina y dinero a huérfanos, ancianos y menesterosos que aumentaban día a día en el gueto.

Empezó a decir falsedades. Les manifestaba a los teutones que habría una epidemia de tifus en el gueto. Ellos temían que esto sucediera y entonces le permitían que adelantara sus labores humanitarias.

De esta manera consiguió hacerse amiga de los judíos a quienes les pedía que le entregaran los niños. Eran escenas desgarradoras, lloraban tanto los padres, abuelos, como los pequeños. Otros, no lo permitían y preferían estar hasta último momento. Para Irena era lamentable volver días después y conocer las noticias que a esas familias ya las habían despachado en los trenes de la muerte para los campos de concentración.

Irena se las ingeniaba para sacar a los pequeños. Los metía en ambulancias y les decía a los militares que los niños estaban contagiados de tifus. Otras veces los introducía en cajas, costales, ataúdes, canecas de basura, costales de papas, en compartimientos secretos de automóviles, pianos… o en lo que pudiera evadir los estrictos controles policiales.

Irena Sendler en los tiempos de guerra

Ella los entregaba en adopción a familias católicas o en sitios donde pudieran sobrevivir y poco a poco los envió a Palestina. Era toda una operación de inteligencia, de total “locura”. Elaboraba con sus amigas, falsos documentos y falsificaba firmas. Lo hacía porque ella también era madre.

Pero el objetivo de Irena consistía en devolver tiempo después a los pequeños a sus padres y entonces, en pequeños tarros de galletas, guardaba en sigiloso secreto las identidades y demás datos que podrían contribuir a feliz término después de terminada la guerra. La tarea consistía en sembrarlos cerca de un manzano que había en la casa de su vecino.

Todo iba bien hasta cuando el 20 de octubre de 1943 la Gestapo la apresó y le infringieron las más tormentosas torturas, le partieron las piernas y los brazos, pero ella no reveló ningún dato.

Estando presa encontró en un colchón una lámina de Jesús Misericordioso que decía: “Jesús, en vos confío”. La mantuvo como un gran trofeo y en 1979 se la regaló a Juan Pablo II.

Jolanta, como se hacía llamar, fue sentenciada a muerte, pero un solado la dejó escapar. Siguió en la clandestinidad, colaborando y ayudando. Ella misma desenterró los frascos y le entregó las notas al doctor Adolfo Berman, el primer presidente del Comité de salvamento de los judíos sobrevivientes.

Años después muchos de esos pequeños lograron reunirse y otros perdieron a sus familiares en los campos de concentración.

Reunida con algunos de los niños que salvó.

En 1965 la organización Yad Vashem de Jerusalén le otorgó el título de Justa entre las naciones y se le nombró como ciudadana honoraria de Israel.

En noviembre de 2003 el presidente de la Polonia Aleksander Kwasniewski, le otorgó la «Orden del Águila Blanca». Irena recibió tal reconocimiento en compañía de sus familiares y de Elzbieta Ficowska, una de las niñas salvadas y a quien se le nombra «la niña de la cuchara de plata».

En 2007 el gobierno de Polonia la presentó como candidata para el premio Nobel de la Paz, pero finalmente el galardón le fue concedido al ex vicepresidente de los EE. UU., Al Gore.

Irena pasó sus últimos años en un asilo de ancianos en el centro de Varsovia, donde recibía flores y tarjetas de agradecimiento que le llegaban de todas partes del mundo.

Irena Sendler nació el 15 de febrero de 1910 en Varsovia y falleció a los 98 años, el 12 de mayo del 2008.

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