Por Guillermo Romero Salamanca

Pasear por el centro de Lima es escuchar decenas de historias de dos santos: santa Rosa y San Martín de Porras.

Unos alegan que su apellido era Porres y otros sostienen que en realidad es Porras. De todas formas, es uno de los santos más queridos en América Latina.

Se le conoce también como “el santo de la escoba” y en muchos cuadros aparece dándole comida a un perro, un gato y a un ratón, sin que se muestre un pequeño indicio de batallas.

Era hijo de un noble de Burgos en España y de una negra panameña liberada por su amo y nació en Lima, el 9 de diciembre de 1579, casi cien años después de la llegada de los españoles a América. Como sus padres no se pudieron casar legalmente, simplemente se fueron en amanguala miento, sin embargo, a don Martín Porres lo trasladaron a Guayaquil y doña Ana Velásquez debió encargarse de sus dos pequeños hijos como una madre soltera.

El pequeño Martín tuvo una infancia llena de todo tipo de dificultades y para sobrevivir emprendió las tareas de barbería, auxiliar en una dentistería y se dedicó a sembrar plantas. Conocía el poder curativo de muchas hierbas. Cuando tenía 15 años ingresó a la Orden de Santo domingo de Guzmán, el fundador de los dominicos, pero como era hijo ilegítimo fue aceptado como “donado” y de inmediato se encargó de las labores domésticas del convento. Se le veía ordenar y limpiar la casa, de ahí su amor por la escoba.

Perseveró y luego profesó los votos de pobreza, castidad y obediencia. Era muy humilde y se cuenta que en una oportunidad había muchas dificultades económicas en el convento y el superior tuvo que vender algunas cosas. El joven Martín le propuso que lo vendieran como esclavo y así tendrían algún dinero. El prior lo escuchó y claro, no le aceptó la idea.

Cuando salía a la calle encontraba a decenas de habitantes de calle, limosneros y personas que no tenían vestido o qué comer y entonces Martín organizó, con la ayuda de algunos colaboradores, comedores y almacenes de ropa. Se cuenta que sólo utilizo dos hábitos para cumplir con sus promesas de pobreza. Además, vivía de comer frutas, vegetales y pasaba largas horas de abstinencia, dormía unos 180 minutos al día, pero tenía algo que le gustaba a la gente: su buen sentido del humor. A todo le sacaba su chiste.

El P. Fernando Aragonés testificará: «Se ejercitaba en la caridad día y noche, curando enfermos, dando limosna a españoles, indios y negros, a todos quería, amaba y curaba con singular amor». La portería del convento es un reguero de soldados humildes, indios, mulatos, y negros; él solía repetir: «No hay gusto mayor que dar a los pobres».

Fundó el Asilo y Escuela de Santa Cruz, para la instrucción de niños desvalidos provenientes de familias negras, indígenas y de gente rústica, además de que recogía a los vagos y malvivientes para ayudarlos a salir de su situación. La caridad de San Martín de Porres se proyectaba también hacia los animales heridos y hambrientos, a los que atendía con igual celo religioso.

Tenía una sencilla habitación, la que después fue la base para la construcción de la Basílica que lleva su nombre en Lima.

Era servicial para los pobres y para los ricos. No tenía sentido de discriminación. Con ayuda de Dios, realizaba algunos milagros de curaciones instantáneas o en ocasiones bastaba su presencia para que el enfermo desahuciado empezara a recuperarse.

A San Martin se le atribuyen muchos dones. Uno de ellos la bilocación. Es decir, podía estar en varios sitios al mismo tiempo y en tierras lejanas. Algunas personas decían que lo habían visto en México, Japón o en África. Este ha sido uno de los temas más difíciles de explicar y de entender. Otro don era el de videncia. El santo negro se aparecía en casas con medicinas, remedios o utensilios que nadie le había pedido pero que en el lugar que visitaba de seguro se necesitaban. Otro era su poder sobre la naturaleza: lo que sembraba, germinaba. Y el otro era el de sanación y con las palabras “Yo te curo, Dios te sana”, revivió a decenas de personas que estaban desahuciadas.

El 3 de noviembre de 1639, cuando llegaba a los sesenta años, falleció no sin antes pedirles a dos hermanos religiosos que rezaran el Credo ante las dificultades que tuvo con el demonio en ese momento.

Casi todos los habitantes de Lima acudieron a su despedida y esa tarde tañeron por horas las campanas de las iglesias de la capital peruana y desde ese momento comenzó su veneración. Años después comenzó su proceso de santificación que duró casi 200 años hasta cuando el Papa Gregorio XVI lo beatificó en 1837.

San Juan XXIII, llamado como el Papa bueno, llevó a los altares a Martín de Porres el 6 de mayo de 1962 y lo llamó como el “Santo Patrono de la Justicia Social”.

Cada 3 de noviembre en diversas ciudades de Perú, Paraguay, Chile y Argentina se efectúan procesiones en homenaje al santo de la escoba.

San Martin de porres

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