Por Guillermo Romero Salamanca

Después del invento de la rueda, el arado y la pólvora, el siguiente invento de la historia de la humanidad es la imprenta.

Nadie sabe exactamente cuando nació Johanes Gensfleisch zur Laden, pero suponen que fue en 1.400. Se conoce que don Federico, su padre, era un orfebre de profesión y director de la casa de la moneda Maguncia en Alemania. En el colegio o cuando jugaba a la golosa, le hacían matoneo porque su apellido sonaba en dialecto alemán renano como “carne de ganso”.

Don Federico contrajo nuevas nupcias con la señorita Else Wilse quien poseía una mansión llamada como Zum Gutenberg y entonces, tanto Federico como Johanes optaron por llevar este apellido. Desde muy niño el gran inventor se dedicaba a tallar y a conocer diferentes punzones y herramientas para hacer figuras en las láminas de plata o de oro.

Hacía moldes día y noche. Y le comenzó a surgir la idea de hacer impresiones. Comenzó con ensayos, dañando hojas, buscando tintas especiales y rayando acá y allá. Hizo préstamos que le llevaron incluso a los estrados judiciales porque no tenía cómo pagar las deudas y no alcanzaba a conseguir dinero para armar su taller como quería.

En aquella época existían los amanuenses, que eran monjes que se dedicaban a escribir la biblia totalmente a mano y se demoraban hasta diez años para terminarlas. Lo más curioso es que la mayoría de esos personajes que se levantaban, hacían sus oraciones, desayunaban y luego se sentaban en las mesas a dibujar y a escribir, eran iletrados y hasta analfabetos. Pero pintaban de maravilla y sabían utilizar tintas doradas y rojas.

Esas biblias quedaban divinas y costaban un cielo.

Otros trataban de ahorrar tiempos de impresión y utilizaban la xilografía que se hacía con unas tablitas impregnadas de tinta en las hojas, pero se desgastaban, eran incómodas y además, se manchaban las hojas.

Gutenberg o Gutemberg o Gensfleisch pedía préstamos acá y allá. Ensayaba con diferentes maderas hasta cuando inventó hacer los tipos móviles con metal y así podía emplearlas varias veces. Iba bien. Pero debía reducir los tiempos de impresión y poco a poco fue desarrollando una máquina que agilizaba el trabajo.

Ya estaba cerquita de su creación pero se quedó sin dinero y recurrió a un prestamista llamado Johannes Fust, quien aceptó que Johannes “Carne de pavo” le dejara como garantía la herramienta y además puso a su sobrino Peter Schöffer para que aprendiera y lo vigilara.

Gutenberg volvió a quedarse sin dinero. Pero el 23 de febrero de 1455 se imprimió la primera Biblia.

Quería terminar las 150 Biblias más que le habían encomendado, pero Johannes Fust no quiso darle más dinero, además su sobrino ya conocía las técnicas de impresión.

Gutemberg arruinado vio cómo prosperaban imprentas en distintas ciudades de Europa y cómo aparecían nuevos libros.

Diez años después gozó de cierta holgura gracias al apoyo de un arzobispo que le concedió una pensión anual de grano, vestido y vino. Gutenberg falleció el 3 de febrero de 1467, fue enterrado en la iglesia que los monjes franciscanos poseían en Maguncia. Este templo fue destruido a punta de  artillería en 1793, y la tumba de Gutenberg desapareció.

Luego, los jefes de planeación de la ciudad sobre estos escombros construyeron la calle Peter Schöffer. Y hasta el momento se han llevado una mala impresión de los seguidores de Johannes.

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