Por Guillermo Romero Salamanca

Nadie les gana a los cartageneros en alegría. En las fiestas del 11 de noviembre la algarabía crece, los picó suenan en distintas partes de la ciudad con su atronador volumen. Los automóviles llevan sus equipos de sonido con altísimos decibeles.  En la bahía decenas de yates, barcos y chalupas se mueven como en un enjambre que acompañan a las reinas de belleza. Pitos, serpentinas, harina, bombas de agua y de no se qué caen de los edificios, la gente grita, salta, baila. En un parlante se oye a Diomedes Díaz, en otro a la familia André con su tema “De oro”, uno más, Óscar D’ León.

En un cuarto del Hotel Caribe, Jairo Alonso Vargas, el presentador oficial por parte de RCN Televisión para el Reinado Nacional de Belleza está encerrado desde el día anterior. No abre ni puertas ni ventanas. Está en pantaloneta y camiseta. Descalzo camina de un lado a otro leyendo el libreto del programa, le hace las entonaciones precisas, vuelve a leer en voz alta, casi se lo aprende de memoria.

Mira una y otra vez fotografías con rostros de las reinas que participarán ese año. Debe saber cómo se llaman y el departamento por el cual participan. Aprende también los nombres y cargos de los jurados. Repasa los integrantes de la producción. Hace gestos abriendo al máximo su boca en ejercicios rituales de vocalización.

Era el trabajo del presentador del programa de mayor sintonía anual de la televisión colombiana: concurso que seleccionaba a la mujer más bella del país.

Por eso Jairo no podía fallar. Él lo sabía y lo comprendía. Además, tenía a una compañera perfecta: Gloria Valencia de Castaño y años después a otra más perfecta: Pilar Castaño.

Con las dos damas de la televisión colombiana y compañeras de escenario en el Reinado Nacional de Belleza. Fotos Archivo familiar.

Los dos tenían la responsabilidad de llevar la transmisión a los televidentes que ansiosos esperaban el nombre de la ganadora luego de verlas en vestidos de gala y de baño, presenciar espectáculos con connotados cantantes nacionales e internacionales.

El director general era Samuel Duque, quien desde el primer puesto del Centro de Convenciones supervisaba todo. Dos encargados de la producción: Darío Rosemberg y Jorge Valencia Rosas dirigían las cámaras. Pero alrededor de Jairo y Pilar se movían escenógrafos como Gustavo Pizarro, bailarines, músicos, cantantes, aseadores, luminotécnicos, sonidistas, encargados de abrir y cerrar cortinas, camarógrafos, auxiliares.

De cuando en cuando una maquilladora les repasaba a los presentadores sus rostros limpiándolos y aplicándoles polvos para eliminar los brillos.

Órdenes venían de acá y allá. Hora y treinta minutos antes de la emisión aparecía Jairo Alonso en el Centro de Convenciones luego de pasar por calles donde todavía el bullerengue, harina y música era primordiales. Al llegar le entregaban su smoking blanco, planchado con el mayor esmero, camisa nívea, faja de brillante seda y corbatín reluciente.

Con dos de las mujeres más lindas del Reinado Nacional de la Belleza colombiana. Fotos de archivo familiar.

Eran 4 horas de pie, a veces se sentaba unos minutos mientras algún invitado especial cantaba una canción y él alcanzaba a repasar otra vez el libreto, pero de inmediato la encargada del vestuario le daba un retoque a su smoking.

Casi siempre quien daba el nombre de la ganadora era o doña Gloria o Pilar. De inmediato, una nube de fotógrafos y periodistas se abalanzaba hacia el escenario y entonces Jairo Alonso suspiraba y decía: “gracias a Dios”. Se desplomaba en la primera silla, rendido y se quitaba el saco para refrescarse un poco.

Esta fue su labor durante 14 años con RCN Televisión.

Aunque nació en Tunja siempre decía que era de Bucaramanga, porque allí pasó su infancia, le tenía cariño a la ciudad y vivía parte de su familia paterna.

Cuando llegó con su familia a Bogotá, muy joven consiguió un trabajo como asistente de contabilidad en el almacén de muebles en Artecto, luego probó suerte como cantante en un concurso musical “Juventud Kolcana” en Nueva Granada. Los ganadores pasaban a formar parte de la nómina de “Estudio 15” en incluso grabó un sencillo. En una cara “Ford Mustang” y en la otra “Dime amor que me pasó con tu amor”. Hizo, incluso varias giras con la empresa de Alfonso Lizarazo.

Uno de los locutores estrella de Nueva Mundo era Jaime Martínez con quien hizo empatía desde el primer día. “Jairo, le dijo Martínez, usted con esa voz tiene mucho futuro, no como cantante sino como locutor”. Y Jairo quedó sorprendido. Al fin y al cabo, uno de hobbys era narrar partidos imaginarios de su equipo del alma: Millonarios.

Como cantante de Estudio 15, al lado de Alfonso Lizarazo. Fotos de archivo familiar.

Comenzó su periplo radial en RCN su periplo como narrador deportivo, luego presentador de canciones en su programa “Buenos días, viejo sol” y era el encargado de identificar programas y promociones de la cadena.

Jairo Martínez también lo llevó a Teletigre para hacer las presentaciones de comerciales y de algunos musicales que se emitían en el canal que presidía doña Consuelo de Montejo a mediados de los años sesenta.

Luego de varios años, una tarde su hermano Ciro fue a saludarlo y le dio una gran noticia: “!Como te parece –le dijo casi gritando—que hoy tuve una reunión con el doctor Carlos Ardila Lulle y me dijo que me necesitaba para el nuevo proyecto que desarrollará el grupo”.

–¿Cuál?, le preguntó Ciro, mientras le abría los ojos porque era la primera vez en años que no lo saludaba como “flaco” ni con un chiste.

–¡Van a montar una programadora de televisión!, le gritó entusiasmado.

Jairo Alonso conformó el primer equipo de 13 trabajadores con que nació RCN Televisión.

Además de su portentosa voz, Jairo poseía un carisma único para ganar amigos. El lustrabotas, la señora de los tintos de la esquina, el taxista que lo movilizaba por la ciudad, la mesera del restaurante, el gerente del banco, la presidente de una compañía, el periodista de política, el compositor, el cantante, la reina de belleza, la actriz, la cuenta chistes, la secretaria…todos eran amigos de Jairo Alonso. Muchos pensaban que su apellido era Alonso y en realidad era Vargas. A veces daba explicaciones, decía entonces que tenía dos papás y en otras, comentaba que cuando niño se había equivocado el registrador. A todo le ponía su toque de buen humor.

En sus años como presentador y animador de eventos de televisión. Fotos de archivo familiar.

Un día en RCN Televisión le dijeron que ya había cumplido su ciclo y le dieron la carta de despido. Tres años después se dieron cuenta del error y lo volvieron a llamar, pero ya Jairo estaba en otras ocupaciones. Jorge Barón lo llamó para presentar musicales como “Donde nacen las canciones” y algunos especiales de “El show de las estrellas”. Años después también presentaría las noticias del noticiero.

Además de RCN, Jairo laboró en Caracol Todelar, Radio Melodía y en programas al lado del popular Marcolino Forero.

Ya pensionado, don Jorge Barón le insistía para que lo acompañara en sus programas, pero Jairo prefería estar en su finca en La Mesa departiendo momentos inolvidables con sus vecinos o con la gente del municipio cundinamarqués donde era también popular.

Era tanta su energía que duraba seis meses armando pesebres. Quizá fue uno de los grandes clientes de Librería Panamericana porque allí compraba decenas de productos desde pinturas, tablas, muñecos, hasta pegantes y pinceles. Se le veía siempre con bolsas con aserrín, arena, maticas, piedrecillas y hasta trozos de troncos.

Como presentador del Show de las Estrellas. En esta oportunidad al lado de El Binomio de Oro. Foto Archivo familiar.

En las paredes de su casa había decenas de torres de iglesias de los pueblos de Colombia, unos 10 mil acetatos y unos 5 mil cds. En su pared del ego había diplomas, trofeos, medallas, premios como en Antena de la Consagración y condecoraciones que había recibido a lo largo de su vida. Coleccionaba de todo: búhos, soldaditos de plomo, ajedreces, cuadros de pintores costumbristas colombianos  –desde luego, varios de su padre—y de su entrañable amigo el pintor huilense Jorge Jojoa.

Era enemigo del computador. Nunca tuvo Facebook, ni Instagram, ni Twitter. Prefería charlar de frente con la gente y sacarle una sonrisa.

–“Cómo le parece –decía, por ejemplo—que un día llegó una mujer a un supermercado y le dijo al vendedor, necesito que me venda media papaya. El dependiente le comentaba que no podía hacerlo porque se dañaba el resto. La dama insistía y casi que gritaba al pobre mercader, quien determinaba ir a donde el dueño y hacerle la consulta: “!Cómo le parece patrón que hay una vieja /&$#%?=(&%$ tetra /&$#/() que quiere que le venda media papaya!. De un momento a otro, se da cuenta que detrás de él está la matrona en mención y entonces para arreglar el asunto dice: “Menos mal que acá la señora quiere comprar la otra parte”.

En 1979 hizo el comercial que ofrecía los primeros televisores a color en Colombia. Foto YouTube.

Como anfitrión no le ganaba nadie. Invitaba a Silva y Villalba, según la ocasión, porque eran sus amigos y cantaban en su casa todo un repertorio de bambucos, pasillos y guabinas. Pero también se veía a Harold, Óscar Golden, Raúl Santi, Moisés, Galy Galiano, Vicky y decenas de locutores, periodistas, operadores de radio y vendedores de publicidad.

Hacía asados, ofrecía paellas, sopas de mute o chocolate con queso y almojábanas.

Era la casa de la alegría. Su esposa, doña Elisa, se esmeraba al máximo para complacerlo en sus reuniones. Le gustaba ver a mucha gente.

Otras veces, cuando eran pocos los invitados, programaba canciones de los años sesenta –boleros y baladas– acompañados de un buen aguardiente y de anécdotas para desternillar de la risa a cualquiera.

Quería como el que más a sus hermanos: Graciela, Ciro y Luis Miguel. Adoraba a sus hijos: Janeth, Jairo junior y Luis Manuel. Consentía sus nietos. Recordaba con nostalgia a sus padres y era amigo de sus primos, tíos, sobrinos y demás familiares.

La repentina muerte de su Elisa del alma lo encerró unos meses en su casa. No quería salir y sólo departía unos momentos con su cofradía del Centro Comercial Niza.

Años después conoció a Gladys, con quien vivió hasta sus últimos días.

El 31 de mayo, cuando se supo la noticia de su fallecimiento, decenas de amigos suyos paralizaron sus actividades para recordarlo. Era increíble: un hombre con semejante don de gentes, le fallaba ahora el corazón.

Esa tarde, en su velación, mientras unos rezaban un Rosario, otros recordaban chistes, anécdotas, momentos laborales y circunstancias con las cuales se tropezaron en la vida.

Había tristeza, pero se confundía con tantos ratos alborozados con los cuales departió en esta vida. Don Jorge Barón hablaba de su “hermano querido”, Armando Plata Camacho de algunas grabaciones, el compositor y cantante Óscar Javier Ferreira declamaba una elegía, una cuenta chistes recordaba algún gracejo que le había contado, una señora manifestaba de sus años como patrón, una más era su admiradora como locutor.

Luis Miguel, su hermano, lo despedía diciendo que el mejor recuerdo era guardar para siempre su sonrisa. El sacerdote en su homilía decía que gracias a su alegría hizo a miles de personas felices en esta tierra.

En el más allá, donde se encuentran las estrellas, a Jairo Alonso lo recibía Roberto Yanés, el extraordinario bolerista y uno de sus ídolos, quien también este 31 de mayo se había marchado al más allá. ¡Cuántas veces había cantado y escuchado temas como Reloj, De quién estás enamorada, Contigo en la distancia, ¡Una aventura más y Te desafío!

Al verlo, el argentino, con su voz celestial comenzó a cantarle una de sus más hermosas canciones dedicándosela a Jairo Alonso:

Un caballero sabe gustar a las mujeres decir, lo que ellas sueñan mirar, como ellas quieren. Y a dos cosas solamente da valor, al cariño y al sentido del honor. Un caballero sabe vibrar, con la belleza jugar muy bien la esgrima de alguna sutileza.

Es galante, pero sin ostentación, elegante y natural su distinción. En el porte se adivina que yo soy un caballero, tan gentil y generoso, soñador aventurero y señor, caballero si paseo por la calle, voy prendiendo en cada talle un piropo que al nacer engalana la mañana porque soy un caballero que echa al aire su sombrero cuando pasa una mujer.

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