Por Esteban Jaramillo Osorio.

En días de fiesta, de reencuentros familiares, comidas sin dieta, parrandas con música vieja, guayabos y bronceados, pocas sacudidas hay para los militantes de los clubes de futbol en Colombia, relacionadas con nuevas incorporaciones. Los regalos esperados de año nuevo que no llegan.

La excepción, Borja para Junior. En el medio, deslumbrante novedad.
Otra, Andrés Andrade, un hallazgo con lupa, pero eterno antojo de Nacional.
Una más, Adrián Ramos, por su amor eterno hacia el América, quien dejó de ser un sueño imposible para convertirse en una grata posibilidad.

Y pare de contar, por las finanzas exhaustas y los mercados deprimidos.

Colombia, así se pregone lo contrario, no es un universo futbolero galáctico, ni garantiza una liga altamente competitiva.

Son tantos los futbolistas-florero, de rendimiento exprés y exiguo rendimiento. Pero, con la habilidad de sus empresarios, saltan de club a club, dejando una estela de fracasos y sinsabores.

La tendencia es el bajo costo. Pocas celebridades y mucho overol.

En Millonarios, por ejemplo, poco o nada. Tanto ruido y todo igual. Hace un año, cuando con pompa se anunciaba a su entrenador, baja calidad tenía sus incorporaciones.
Santa Fe, que revolucionó el campeonato anterior, por su remontada, obligado licenció a 29 futbolistas de una nómina absurda de 60, que se heredó de la nefasta administración anterior, pero no refuerza sus líneas.

Hay un frenético ir y venir de nombres y rumores en el tradicional y agitado ambiente de transferencias, con noticias falsas como abanderadas de la información.
Días de gracia estos, festivos, con el jolgorio familiar.

Que buenos son, mientras el futbol como negocio se debilita y suenan por todas partes, futbolistas-maniquí.

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