Por Guillermo Romero Salamanca

El sábado 25 de noviembre de 1967, en Chiquinquirá, el segundo municipio de Boyacá despertó con el afán de llevar a sus niños a los colegios porque ese día se celebraba la sesión solemne. Entre los afanes de la despertada y los preparativos del desayuno transcurría el día, aparentemente normal.

De un momento a otro, esos niños se fueron desmayando, otros no soportaron los dolores estomacales y unos más fallecían en los brazos de los padres angustiados. Era acá y allá. El vecino. El amigo. Los hijos del barbero y del zapatero. Todos iban cayendo. ¿Qué pasaba? La emisora Reina –filial de Caracol—lanzó la noticia sobre el hecho extraño que ocurría en la ciudad.

En Bogotá, don Eucario Bermúdez estaba de turno en emisoras Nuevo Mundo y, de inmediato, lanzó el extra: “Atención, un envenenamiento masivo se presenta a esta ahora en Chiquinquirá, la ciudad religiosa de Colombia”.

De inmediato las instituciones policivas y de salud del país prendieron las alarmas respectivas.

¿Qué estaba pasando en el municipio donde hacían las guitarras y los tiples? ¿Qué ocurría en la ciudad de la Basílica de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá? Las especulaciones iban y venían. Unos decían que era el agua, otros que era la leche, unos más que algo en el aire. Los pocos médicos que había en la ciudad no encontraban la razón de la mortandad. Hacia el mediodía un campesino les dio un pedazo de pan a unas gallinas que de inmediato cayeron muertas. Lo mismo ocurrió con otro vecino que le dio un cacho de pan al perro y falleció en minutos. Conclusión: Era el pan el causante de la tragedia. Como locos fueron hasta el hospital y dieron la información.

La masiva intoxicación en la que murieron 63 personas en Chiquinquirá
Niño intoxicado con pan en Chiquinquirá. Tragedia que conmovió al país. Foto eldiariodesalud.com

NOTICIA CADA CINCO MINUTOS

El país, gobernado por Carlos Lleras Restrepo, se angustió y buscaba razones para saber qué había ocurrido. La noche anterior, el camión que siempre llevaba la harina desde Bogotá hasta la panadería Nutibara de don Aurelio Fajardo Arévalo, hizo el “favor” también de llevar unas cajas de Paration, un veneno utilizado por los agricultores de papa. En el recorrido, porque la vía Ubaté Chiquinquirá era destapada en esos tiempos, se rompieron unos frascos que regaron el peligroso líquido justo encima de los bultos para el amasijo.

En la madrugada prepararon en apetecido pan y luego, se produjo la inmensa tragedia que les quitó la vida a más de 86 niños y otras 800 personas resultaron intoxicadas.

Las emisoras del país registraban la noticia cada cinco minutos con informes desde los lugares del acontecimiento. El jamás “desasnado” periodista caldense Darío Hoyos hablaba en la transmisión de Caracol de “muchos heridos”. Nadie se tomó la molestia de enseñarle al fulano de Neira que no había que hablar de “heridos” sino de intoxicados. “Lo que natura no da, Salamanca no presta”, decía don Miguel de Unamuno.

Un grupo de ciclistas que venía de participar en la vuelta de México vio como su avión aterrizaba en Panamá para recoger un antídoto que a la postre no sirvió. Estados Unidos envió esa misma tarde un avión con 400 revulsivos.

SE EVITÓ EL LINCHAMIENTO

En la tarde, una turba de enardecidos dolientes procedió a quemar la panadería y a intentar contra las vidas del propietario de la panadería como del responsable de amasar la harina. Debieron abandonar a la carrera la ciudad. Años después al panadero lo reconocieron en Medellín unos visitantes de la ciudad religiosa de Colombia y le pidieron que no se dejara ver más.

Cada año, desde hace 50, se celebra una solemne misa en la Basílica para recordar ese magro acontecimiento.

Don Eucario siempre recordaba aquel hecho por la intensa preocupación que vivieron en esas horas de angustia.

Foto portada: Twitter @dianaeme

 

 


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