Por Guillermo Romero Salamanca

Muy temprano, el primero de mayo del 2022, Nuris de la Cruz, llamó para dar una triste noticia: “El corazón de Moisés ha dejado de latir”. Sus lágrimas impidieron que diera más explicaciones, pero esas ocho palabras resumieron los últimos momentos de su hermano, el gran Moisés de la Cruz.

–¿Quién era Moisés de la Cruz?, comenzaron a preguntar los internautas. Es cierto, a pesar de su inmenso trabajo por la música, su trascendencia se quedó en algunos sectores de Cartagena, Barranquilla, Santa Marta, Valledupar, Riohacha y Montería, marchaba al más allá como se van los grandes trabajadores: casi en el anonimato. Pero Moisés era mi amigo.

En la década de los ochenta y Fernando López Henao, gerente de promoción de Codiscos, cuando supo que iría a Cartagena a cubrir el Reinado de Belleza, me dijo: “Ojalá conozcas a nuestro promotor Moisés de la Cruz y puedan entrevistar algunos de nuestros artistas”.

Cuando arribé al aeropuerto Rafael Núñez, un gigante, con sonrisa de lado a lado, me saludó como si me conociera hacía años. Era Moisés de la Cruz, quien había comenzado a los 16 años a trabajar en la radio. Ingresó a la Cadena Radial Olímpica y con su potente voz presentaba los éxitos del momento. Fue tal su compenetración con la música que de inmediato Codiscos lo contrató para promover su música.

No había estudiado ni Periodismo, ni Comunicación Social, pero se expresaba con facilidad y tenía el dominio radial como el televisivo o el escrito. Lo entendía con facilidad.

–“Tú tienes que andar conmigo para que sepas cómo es la gastronomía cartagenera, déjate de esos cuentos de hoteles y vainas”, me dijo y de inmediato salimos a comer pescado acá, queso costeño allá, yuca en otro sitio, patacones con guiso en una esquina. Todas las señoras lo conocían y mientras tanto, hablaba con uno y con otro.

“Mañana, agregó, vamos a comer pastales en mi casa”.

–¿Pasteles le pregunté?

–¿No sabes qué son pasteles? Bueno, ustedes los cachacos lo llaman tamales, pero los que yo hago son pasteles. Aprende esa vaina, cachaco.

Así comenzó una amistad de 40 años o más. “El negro”, como le decíamos cariñosamente, era mi amigo. A veces, me llamaba y decía: “márqueme”. Eso significaba que la conversación sería de una hora.

Hablábamos de música, de aquellos años cuando escuchamos el “Culu cucú” en la discoteca Wican, de sus peleas por defender la champeta e impulsarla en los medios de comunicación, del vallenato de Los Betos, de sus orquestas y de docenas de figuras que hoy se pavonean por el mundo con sus éxitos, pero que fueron hechos de a puño por Moisés.

Trabajó en radio, impulsó decenas de temas, fue empresario artístico, productor, bailarín, pero, sobre todo, cocinero. Sus pasteles tenían fama y cada diciembre era costumbre que el 24 y el 31 fueran saboreados por decenas de personas.

Escuchaba toda clase de música, pero su más preferida eran los temas de Ricardo Arjona. Lo vi reír cientos de veces porque era un burletero de primera categoría. Pero también lo vi llorar como en aquellas fiestas novembrinas de Cartagena en 1995. Fuimos al hospital de la ciudad para visitar a su madre que estaba muy enferma. Las enfermeras le pidieron alcohol y algodón porque no tenían y debimos buscar en una droguería cercana los implementos. Pero ellas también le pidieron que pasara a la matrona para otra cama. Moisés, con su metro noventa la abrazó y la alzó como si fuera un peso liviano. Tenía mucha fuerza. Estuvimos un buen rato y salimos luego a recorrer las calles de la ciudad. Caminamos no sé cuántas cuadras, en silencio, mientras yo le respetaba sus lágrimas. No creía que su madre estuviera así, delicada y en camino al más allá.

Su primo Ever, Moisés, Lisety , su sobrina y Nuris, su hermana.

Se podría escribir un libro de sus andanzas por la costa, cargando discos y distribuyéndolos en las emisoras, sus charlas con decenas de compositores, acordeoneros, champeteros, picoteros y cocineros.

Víctor de la Cruz, su hermano, lo consideraba como su papá. Se estimaban demasiado y a veces compartía también los “En vivo” que Moisés hacía a través de Facebook, desde la casa de Nancy.

Allí preparaban unas cacerolas repletas de huevos revueltos con salchichas, café negro y un par de arepas.

Con Moisés hablábamos de cómo Esperanza, su esposa, era una santa y de cómo quería a sus 4 hijos Sergio, Lilibet, Esperanza Liliana y Moisés Camilo.

El primero de mayo del 2022 fue un día para traer a la memoria tantos recuerdos de las charlas con Anavictoria, la Conse, Betilsa, Nuris, Nancy, Víctor y tantos otros que pasaron por su vida.

Dios lo guarde Moisés. Extrañaré tus regaños y tu indicación: “Márqueme”. En tu memoria volví a escuchar una de tus preferidas canciones de aquellos años de champeta: el culucucú.

El corazón de Moisés dejó de latir, pero su trabajo promocional sigue vigente.

Ha pasado un año. Parece que fue ayer su despedida. Ya no llama Moisés y, triste, pocos lo recuerdan en su querida Cartagena. Así es la vida. Siempre viviré agradecido con sus atenciones.

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