Por Claudio Ochoa

Nuevamente comienza el desgaste de saliva, de micrófonos y de papel con el tema de la aspersión del glifosato, los cultivos de coca y los tradicionales enfrentamientos esquematizados: el gobierno de turno, por presiones del Norte,  apoyando la famosa modalidad; los opositores políticos del momento, condenando; los ambientalistas (los de ocasión y los de oficio) poniendo el grito en el cielo; las mafias (las que se tapan con banderas políticas y las que actúan de frente) defendiendo la salud de los campesinos, sus cultivos de pan coger y alistando planes terroristas, para asesinar a los aspersores, y los empobrecidos campesinos, obligados a marchar, rechazar y seguir en las mismas.

Es la película de siempre, igualita. La misma realidad, mientras siguen dichosos los consumidores en Europa y en Norteamérica, y en sus sitios turísticos. ¿Qué sería de ellos sin el delicioso polvo? A la vez, Colombia, Perú y Bolivia, sus principales víctimas, continuamos poniendo los muertos, la violencia, la mala fama, la pobreza y más corrupción.

Propuesta del gobierno para erradicar la siembra de coca.

Es todo un juego del gato y el ratón. De vez en cuando el primero coge a algunos de estos. Pero ya son tantos y tal es la camada, que la lucha es (no que lo parezca), es inútil. Caen unos cultivos, y al rato surgen en otro predio. Caen unos narcos y hay otros para reemplazarlos. En grandes barcos y en submarinos pasa la carga gorda.

Billones de pesos desperdiciados a lo largo de décadas, que mejor podrían ser destinados a fomentar la agricultura rural, en lugar de beneficiar a las transnacionales de la química letal, maldita, la de los aspersores, evitar el asesinato de desprotegidos soldados y campesinos rasos. Los mismos campesinos de siempre que mueren, no los hijos de quienes participan en el debate, los que condenan el glifo y los que lo promueven…los que se benefician del actual estado de cosas, son muchos los que ganan con la ilegalidad. Los perdedores, campesinos de a pie y de alpargata, y colombianos del común.

Venimos con esta estrategia fallida y distractiva desde los años ochenta, cuando el país si acaso acumulaba un mil hectáreas entre coca y amapola. Para entonces esta última era algo exótica en nuestro medio. En 2019 ya sumábamos 154 mil hectáreas en cultivos ilícitos, que en medio de la pandemia habrán crecido enormemente. ¿Cuántos miles y miles de vidas perdidas en estos 50 años del reinado de la coca y la amapola? ¿Cuánto se ha rebajado la democracia, hasta con presidentes de la República beneficiados, a causa de este combustible de la ilegalidad, que fomenta y fomenta la corrupción?

No nos cansaremos de proponerlo. Debemos luchar por la legalización con regulación, y con un monopolio del Estado, como ha ocurrido con el licor. Tan dañinos la cocaína, como este. Pero ella está muy presente, es pan diario y toca calmarla. Ya se está haciendo con la marihuana, llegó la hora a la coca y la cocaína.

El problema ha sido porque el polvo proviene de naciones subdesarrolladas. Seguro. El escándalo es menor con la variedad, la amplia canasta de pepas (que también traban o dopan) producidas legal o ilegalmente por los laboratorios europeos y norteamericanos. Estos últimos inmunes, tanto en sus bases de producción como en los países de destino de su veneno.

¿Qué harían las mafias banqueras internacionales sin los billones que circulan por sus cloacas de blanqueo? ¿Los abogados especializados en la defensa del narco? ¿Los jueces, aduaneros y policiales corruptos que viven del negocio ilícito? ¿Los revolucionarios entrecomillados? ¿Los contrabandistas que gozan del lavado?… qué harán, mejor dicho, sin el beneficio que les representa la ilegalidad?

Armada Nacional incauta a cada momento cargamentos de cocaína en el Pacífico.

En la legalidad, seguramente nuestro sistema electoral tendrá un factor menos de distorsión, de grave distorsión. Habrá menos “mulas” en cárceles. Muchos de los actuales narcos y campesinos que viven del cultivo podrán ser verdaderos empresarios, con dignidad y pagando tributos. Mermarán las vendettas y los revolucionarios entrecomillados tendrán menos fuentes de ingresos para su ilegalidad y menos posibilidades de armamentos. Se debilitarán los integrantes de la banda maduro en Venezuela, y todos sus auxiliadores y beneficiarios. Tendremos menos posibilidades de terminar en una cocacracia, como el vecino que va por tal camino.

Ahora, en esta etapa de emprendimientos, que nuestro Gobierno comience imitando el modelo peruano, que desde 1949 cuenta con una Empresa Nacional de la Coca (Enaco). Desde 1982 empresa estatal de derecho privado, con más de 30 mil productores de la coca afiliados, cuyas hojas terminamos bebiéndolas a través de la Coca Cola y convertidas en clorhidrato de cocaína, con usos medicinales.

Hay avances parciales en la normalización de la marihuana. Llegó la hora de dar unos cuantos pasos en la hoja de coca y en la cocaína. Que la tradicional frase “Colombia pone los muertos y Estados Unidos y Europa los consumidores” deje de ser apenas un lamento. Más bien, que Colombia, Perú y Bolivia atiendan debidamente el consumo social, de esparcimiento y médico, de cocaína y coca, como hoy ocurre con la marihuana y el centenario alcohol legal. Menos dañina una cocaína elaborada con todas las de la ley, que un producto rebajado a base de más tóxicos, y con muchos muertos, capitales sucios y corruptos a su lado. Y entonces pensar en verdaderas campañas para su consumo moderado, regulado, que en medio de la ilegalidad no deja de crecer y crecer.

También puede leer:

Please follow and like us:
Wordpress Social Share Plugin powered by Ultimatelysocial