El Fondo Internacional para el bienestar animal dice que la fecha es el 8 de agosto. Otros dicen que es el 29 de octubre por el día de la mascota y otros propusieron que fue el 20 de febrero, fecha en la que falleció Socks, la gata del expresidente estadounidense Bill Clinton.

Japiberdi, gatos

Por Óscar Domínguez G.

Como cualquier virgen y mártir del santoral, tienen su nicho en el almanaque. El día internacional del gato se celebra el 20 de febrero. A sus espaldas, se puede afirmar que viven en permanente jolgorio.

Es el único cuadrúpedo que vive en eterno sabático. Nace y ya está jubilado. Lo llaman para que no haga nada y está ocupado durmiendo.

Gato es el otro nombre del silencio. Parecen con silenciador en cada pata. Por eso, estas alfombras de silencio no se sienten. Al gato hay que sospecharlo. No inventaron el anonimato: le dieron estatus.

Cuando irrumpe un ladrón en casa, en vez de “ladrar”, los gatos asumen que el intruso es algún remoto miembro de la familia, o alguien próximo al árbol genealógico, y siguen la siesta.

Un gato es doméstico por convención, no por convicción. No marca tarjeta, no acata órdenes, no nada. A los dueños de casa no les queda otra opción que admitir, como el marido oprimido: Aquí se hace lo que yo obedezco.

Los gatos son la contraria del pueblo. Empiezan haciendo el amor y terminan decretando la guerra; hombres y mujeres ven un ratón y se asilan sobre un taburete; un gato arregla el asunto gastronómicamente: convierte al pusilánime roedor en bisté a caballo.  

El gato es el logotipo de la pereza. Este felino no camina: se aburre sobre cuatro patas, las mismas que necesita para burlarse del mundo.

El gato vive en la eternidad del instante, escribió Borges. En

realidad, para los gatos todos cada día es martes 13. De allí les

viene la longevidad de sus siete vidas.

Hay gatos suicidas pero marrulleros: se suicidan de una de sus vidas y siguen tan campantes disfrutando las demás como si no les faltara ninguna.

Los gatos no se condenan ni se salvan. Ni todo lo contrario. Reencarnan en ellos mismos. Mientras van liquidando sus existencias siempre que caen, caen parados.

Imposible ver un gato con estrés. ¿Quién ha visto un micifuz de estos en un baño turco, visitando al cardiólogo, con principios de úlcera o hablando por celular como cualquier ejecutivo blindado?

Tal vez el que mejor los interpreta en la pasarela mundo es Garfield con su desfachatez. Es el ícono de los felinos.

Si quisiera ser gato, como en el poema de Juan José Botero, reencarnaría en Garfield.

No hay gatos callejeros, de rueda suelta. Viven en buena casa, sin pagarles siquiera en fidelidad a sus amos. Esas minucias subalternas se las dejan a sus antípodas genuflexos, los perros. Por eso apenas se pueden ver.

Son mimados a morir. Un gato es una manifestación de pucheros. Creen que se lo merecen todo. Dicho con un lugar común: si no existieran se habrían inventado a ellos mismos. Feliz día.

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Foto: Carolina Libreros.

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