GRANDE ENTRE LOS GRANDES: UN MAGNICIDIO EN LA IMPUNIDAD

El 31 de julio de 1986, un grupo de criminales apodados como Los Priscos, a órdenes de la mafia del narcotráfico y de algunos sectores políticos que no estaban de acuerdo con la Extradición, asesinó con tiros de ametralladora y pistola al magistrado de la Corte Suprema de Justicia, Hernando Baquero Borda.

Casi nueve meses atrás se había salvado del holocausto del Palacio de Justicia ocasionado por el enfrentamiento militar entre la guerrilla del M-19 y el Ejército Nacional, hecho en el que perecieron más de 100 personas, entre ellas once magistrados. Aún los verdaderos culpables de este crimen permanecen libres y no se ha podido esclarecer el escabroso acontecimiento.

Cuando el doctor Baquero Borda se dirigía a su trabajo en la Corte, los sicarios lo atacaron y después lo remataron en el piso. Su escolta y un joven que pasaba por el lugar también perecieron. Su esposa, por fortuna, alcanzó a salvarse.

Este magnicidio permanece casi en el anonimato y no se ha declarado como crimen de lesa humanidad.

 

Por Lilia Baquero Gómez

 

Para este 6 de mayo seguramente en su mesa, con motivo de la celebración de sus 89 años habría un gran desayuno, en el cual no podían faltar queso camembert, azul, roquefort y un buen pan francés que era lo que más le gustaba, recuerda una de sus hijas. Sus enseñanzas de rectitud, honestidad, valentía y el no rendirse jamás, inclusive a costa de su propia vida, marcaron a los hijos y a la esposa del doctor Hernando Baquero Borda.

Como profesional del Derecho lo entregó todo, hasta perder la vida a manos de aquellos que inundaron el país de terror y droga.

Con apenas  57 años dejó a Susana, a quien conoció estudiando inglés y que por azares del destino nunca le perdió el rastro. “Cerraron el curso en el instituto donde ambos estudiábamos, nos cambiamos y nuevamente nos encontramos”, comenta ella mientras recuerda como su bueno y fino sentido del humor le fueron cautivando día a día.

Con su esposa Susanita.

Entretanto, él ya era un jurista bastante reconocido y estudiado. No provenía de una familia adinerada, todo lo contrario, quedó huérfano muy pequeño, y fue criado por algunos de sus familiares más cercanos. Se propuso estudiar y no permitir que nada cortara sus alas. Así fue como haciéndose acreedor a algunas becas llegó a Europa donde estudió Derecho Penal comparativo.

Detrás de ese ser estricto, cumplidor de su deber, exigía s sus colaboradores la mayor responsabilidad, pero nadie imaginaba su gusto por el vallenato, la ópera y el buen humor. Nunca fue a un Festival del Valle de Upar, pero en su conversación siempre se recreaban los comentarios de los mejores compositores de ese género, dejando sin palabras a aquellos que le escuchaban atentamente.

Su buen humor contrastaba con la seriedad en su trabajo. En sus momentos familiares y de descanso se podía dar el lujo de bromear sin que nadie se ofendiera. “Era tan serio que hasta la gente le creía y su burla no era tomada como tal”, comenta Susana y agrega: “nadie nunca se sintió ofendido por que hasta para hacer bromas era bastante  respetuoso”.

Como miembro de familia siempre estuvo al lado de los suyos y como padre inculcó a sus hijos respeto, amor por el estudio y nunca jamás rendirse. Fue un estudioso incansable. Su casa contaba con un estudio, que para muchos se convirtió en el templo del saber. Horas enteras de trabajo eran las que pasaba allí. Nadie lo podía interrumpir y solo cuando él lo veía necesario, se paraba, se acercaba a la cocina, secaba los platos, ordenaba lo que se debía hacer y así descansaba.

No fue el más hábil para ciertos trabajos en casa: un bombillo difícilmente lo cambiaba, pero eso sí, para degustar la buena comida y saber que algo bueno se estaba preparando, nunca le fallaron ni el gusto ni el olfato.

Así fue como su esposa aprendió a cocinar. A “Nano”, como familiarmente lo llamaban, el gusto por el buen comer siempre lo persiguió. Una buena pasta tenía siempre que estar al dente y acompañada de un excelente vino y la más sencilla de las comidas, tenía que estar perfectamente sazonada. En su casa, una reunión familiar se disfrutaba al lado de un buen plato.

“Fue un hombre generoso, desprendido, tanto en su vida familiar como profesional.  Su carrera la puso al servicio de los demás, nunca buscó ganar puestos o dádivas por su trabajo. Honró su profesión como el que más, entregó su vida por sus creencias y convicciones. La mentira nunca fue parte de su accionar tanto que por no mentir la  mafia lo calló”, dice Susana.

No conoció a ninguno de sus seis nietos, pero su esposa se atreve a decir que sus hijos han sembrado en ellos, lo mismo que su papá les inculcó: “vivir bajo el amor de Dios, trabajando con honestidad rectitud y amor por lo hacen. Velando siempre por la verdad y la Justicia como él lo hizo”.

“Hoy lo recordamos no como el gran jurista que fue el abogado, que ayudó a redactar el tratado de extradición, sino como el esposo, el padre de familia, el abuelo, el cuñado el tío y el hermano que nos enseñó que “SOMOS LO QUE DEJAMOS A LOS DEMÁS”.

 

 

Dibujo hecho por una hija de un colega de él. Archivo particular.
Con sus hijos en un paseo familiar.
El doctor Baquero en su sala de estudio de su casa.
El magistrado lavando los platos de la cocina. Foto archivo celular.




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