Por: Hernán Alejandro Olano García.

Recostado sobre la cordillera del altiplano, está el símbolo de las construcciones que nunca tuvimos aquí, pero que a través de los siglos continuarán en nuestra memoria: el castillo de Marroquín, que duerme sueños épicos e imaginarios creyéndose de mil años de existencia y cargado de historias y leyendas.

Un joven acaudalado, que exageraba la nota de raza y defendía con pasión extrema los fueros de la tradición nobiliaria, fue don Lorenzo Marroquín, hombre de buen gusto, escritor, diplomático, político y literato, aunque a poco afortunado en las letras al igual que en la política. Precisamente allí, en la torre flanqueada que a conciencia hizo construir don Lorenzo, escribió en colaboración con José Manuel Rivas Groot la novela «Pax», a la cual, el poeta Julio Flórez le dedicó un soneto, casi desconocido, qué dice así:

Paraíso de ensueños – fortaleza

de abandono y paz, rincón divino,

oasis en que logra el peregrino,

ablandar su cansancio y su tristeza.

Tus pájaros, tus flores, tu maleza,

Al dar sombra y frescor, fragancia y trino,

Anuncian al que va por el camino,

Qué el que entra en ti, con placer tropieza.

! ¡Quién pudiera en verdad llamarte mío!

! ¡Quién en tus muros reposar pudiera!

Lejos del bogotano vocerío,

Y al fin, con tu soñada compañera,

Enterrar el cadáver del hastío,

Al pie de tu mejor enredadera.

El señor Marroquín trajo la idea de construir el castillo luego de sus viajes por la orilla del Rhin, para de 1899 a 1902, edificar en piedra el castillo medieval, que conocemos en inmediaciones del municipio de Chía, ubicado de tal forma y posición, que buscaba dominar la sabana de la antigua Bacatá y que bajó sus ejidos quedara la población de los guardianes de la luna.

Para materializar su locura, el señor Marroquín contó con la colaboración del arquitecto francés Gastón Lelarge, constructor del Capitolio Nacional de Colombia y como maestros de obra, actuaron Julián Lombana y Demetrio Chávez.

La ilustre fortaleza ha pasado por varias manos -algunas oscuras-, como cuando fue cabaré y después propiedad de un presunto jefe de la mafia; fue asilo de dementes y residencia también de Agustín Nieto caballero y de los presidentes de la República José Manuel Marroquín Ricaurte y José Vicente Concha Ferreira.

Su portada está presidida por dos ángeles de la Victoria (traídos en los años 70 por el mafioso), que tocan sus trompetas para manifestar que el castillo, con tan solo 120 años, ostenta aún fisonomía de riqueza y poderío contra las huestes enemigas, siguiendo allí, en su frialdad de piedra, soñando con un sombras de tiempos idos, con fantasmas vistos y sentidos; severo, rígido y austero, resuelto a cumplir la cita con los siglos, así como con Huitaca, la lechuza, quién al amparo de la noche, le deja sus secretos y misterios, como el de la desaparición de la abuela de don Lorenzo, doña Trinidad Ricaurte de Marroquín, de quién nunca se supo si se había ahogado, o se había escapado con un amante.

En un pequeño folleto, publicado hace más de 80 años, se narraba que el castillo fue construido con todas las de la ley y de acuerdo con la situación y momento: “matacán con saeteras aplicable a sí mismo como atalaya; almenas bien distribuidas; torre flanqueada circular que fuera la vez torre del homenaje; canecillos tallados; capilla interior, cocinas para doble servicios; cisterna, perreras para su jauría (para la perrilla de Marroquín); amplios interiores para los empleados y, caballerizas; tronera que, aunque no para ballestas, fueran aprovechadas como tragaluces; rampa suave y sin almenar, que sirviera para carruajes y no para gentes de la guerra; amplia terraza, depósitos para graneros, ya que no para armas, de buenas dimensiones y, el resto de la mansión para residencia y recreo de pensador y literato de vuelo. Y, aunque no dio a su mansión barbacana, ni rastrillo, ni foso, bujarda, ni Torre albarranada propia ni flanqueante, dejó a manera de Palenque y barbacana sus límites, circundados por tapias de tierra pisada con piedra y, gran puerta de hierro para hacer chirriar sus goznes y completase con pesada cadena, que soporta un candado como seguridad de su moderna entrada”.

Finalmente, le queda el mérito de haber sido residencia presidencial, ya que siendo primer mandatario de Colombia don José Manuel Marroquín, padre de don Lorenzo el dueño, hábito el mandatario el castillo durante la guerra de los mil días, para resguardarse de las tropas revolucionarias liberales, que, sin embargo, cometieron un atentado con dinamita para alterar la calma e imperturbabilidad del presidente. Lo cierto, es que el terrorista liberal y anarquista, había calculado mal la hora y, cuando arrojó su diabólico artefacto al comedor, éste ya estaba vacío y el señor Marroquín dormía su siesta. Cuando le avisaron del atentado, el presidente y poeta manifestó: díganle a ese impertinente, que esta es la hora de dormir.

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