Por Guillermo Romero Salamanca

A Sir Isaac Newton, un físico, filósofo, teólogo, inventor, alquimista y matemático inglés se le conoce por implantar la Ley de la Gravedad, pero también por su amor por los gatos.

Isaac pasaba la vida pensando, meditando, especulando sobre los diferentes hechos del acontecer científico.

Nació el 25 de diciembre de 1642, con muy poco peso, todos temían por su muerte, era muy enfermito y si su historia la hubiera sabido el actual ministro de Salud, lo pondría en el listado para darle una “muerte feliz” –como pretende con su borrador sobre eutanasia para niños–, pero lo cierto es que Newton sobrevivió.

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Sin embargo, la infancia de Newton no fue las mejores. Su padre murió tres meses antes de que él naciera y su madre se casó luego con un hombre que no quería saber nada de él y entonces lo crio su abuelita y en la escuela, sus compañeros le hacían permanente matoneo por su inteligencia.

Y siguió adelante, pensando.

Quizá por ello, nunca se casó. Era serio, circunspecto y nunca sonreía. Vestía de forma descuidada y pasaba semanas con la misma ropa.

Era súper despistado. A veces llegaban visitas a su casa y él les servía el té, de pronto le daba por salir y se internaba en el laboratorio y bien al rato se acordaba de las personas que estarían en la sala, porque muchas veces, ya se habían retirado.

¿En qué pensaba tanto Newton? En el mundo, la física, la química, la teología, el universo y fue el primero en denominar algo como “masa”, después sacó la relación entre ella y la gravedad y posteriormente en la gravitación. Existe la leyenda del manzano, donde estaría descansando cuando cayó una fruta y entonces sacó como conclusión que todo se caía, que había dentro de la tierra una especie de imán que todo lo atraía y todo estaría en gravitación.

Sir Isaac Newton openculture.com

Todo eso estaba bien en su cabeza, pero el asunto era cómo explicarlo a los mortales y a los mismos físicos y había entonces que sacar una fórmula física y en eso gastó varias semanas.

Quizá por su forma de ser, entre introvertido y medio asocial, pensó en los animales como amigos, de hecho cuando tenía 5 años su abuela lo encontró jugando con ratones.

Aunque tenía perros, a Newton le encantaban más los gatos.

De pronto no sabría que el rango de visión de un gato no incluye la zona por debajo de su nariz, que los mininos se saludan rosando sus narices, que tienen 24 huesos más que el de una persona, ni que cuando maúllan lo hacen para comunicarse con seres humanos.

Es posible que supiera que los gatos tienen 12 bigotes a cada lado de su rostro y que al nacer la mayoría tienen los ojos azules y que el 70 por ciento de sus vidas se la pasan durmiendo.

Gato negro. Euroresidentes.com

Sus gatitos debieron ser negros, porque en Inglaterra y Australia son de buena suerte y Newton sabría que las garras de las patas delanteras de un gato son más afiladas que las traseras y que sudan, precisamente por las extremidades.

De las ofuscaciones de Newton se recuerda su historia con su gata que siempre le maullaba para  salir a la calle y como le molestaba, porque le hacía desviarse de sus pensamientos y entonces se le ocurrió hacerle una gatera para que saliera y entrara cuando quisiera sin incordiarle.

La tarea la complementó después cuando la gata apareció con sus hijitos, a los cuales también les debió hacerles sus respectivas puerticas.




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