Por Guillermo Romero Salamanca

A Simón Bolívar lo querían más muerto que vivo. Todo sucedía a gran velocidad en aquellos años. El 27 de agosto de 1828 el Libertador se proclamó dictador, situación que no le gustó a un grupo de militares y políticos de la llamada la Gran Colombia y de inmediato planearon asesinarlo.

El 25 de septiembre de 1828 el ataque fue directo, pero gracias a Manuelita Sáenz, que sospechaba todo desde el principio, evitó que ocurriera el magnicidio.

Bolívar persistía en la unión de la Gran Colombia, pero otra cosa pasaba por las mentes de los separatistas y Venezuela se proclamó independiente al mando de José Antonio Páez.

En enero de 1830 Bolívar renunció a la presidencia, pero no se la aceptaron sino hasta mayo.

Cuando los ecuatorianos empezaron a dar muestra de secesión, Simón Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios Ponte y Blanco envió a su amigo y general de grandes campañas Antonio José de Sucre a apaciguar los ánimos, lo emboscaron el 4 de junio de 1830 en la montaña de Berruecos, a 80 kilómetros de Pasto y de cuatro balazos lo acribillaron.

Triste, enfermo y sin mayores ilusiones, Bolívar vendió sus joyas y los pocos enseres que tenía y con 17 mil pesos partió hacia Europa, en una travesía por el río Magdalena y llegó a Santa Marta en los primeros días de diciembre.

Como dato curioso, quienes lo escoltaron hasta esa ciudad fueron soldados de la Armada de los Estados Unidos y el médico francés Alejandro Próspero Révérend se dedicó a darle los paliativos para su delicado estado de salud.

El galeno, además, escribió sobre las últimas horas de quien había cruzado la América del Sur en busca de la separación de España y las editó con el título “La última enfermedad, los últimos momentos y los funerales de Simón Bolívar, Libertador de Colombia y Perú”, donde hace un pormenorizado recuento en 33 boletines de esas horas de enfermedad, de su muerte, de su autopsia y de su entierro.

Cuando el presidente venezolano Antonio Guzmán Blanco lo invitó a Caracas en 1874 para condecorarlo, el clínico les obsequió el nódulo calcáreo hallado en el pulmón zurdo de Bolívar durante la autopsia.

El Libertador falleció el 17 de diciembre de 1830, pero siete días antes, escribió su última proclama, que se ha convertido en un noble documento que ha sido analizado y revisado por decenas de escritores, historiadores y pensadores bolivarianos.

¡Colombianos!

Habéis presenciado mis esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la tiranía. He trabajado con desinterés, abandonando mi fortuna y aun mi tranquilidad. Me separé del mando cuando me persuadí que desconfiabais de mi desprendimiento. Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi reputación y mi amor a la libertad. He sido víctima de mis perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono.

Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cariño me dice que debo hacer la manifestación de mis últimos deseos. No aspiro a otra gloria que a la consolidación de Colombia. Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la Unión: los pueblos obedeciendo al actual gobierno para libertarse de la anarquía; los ministros del santuario dirigiendo sus oraciones al cielo; y los militares empleando su espada en defender las garantías sociales.

¡colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro.

Hacienda de San Pedro, en Santa Marta, a 10 de diciembre de 1830.

Simón Bolívar


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