El deslumbrante y casi impecable Okavango Blue Diamond está expuesto por primera vez en el Museo Americano de Historia Natural en Nueva York.

Se formaron hace miles de millones de años y llevan un puñado de ellos deslumbrándonos.

Hoy en día los diamantes son una promesa de amor eterno, una muestra de riqueza o un anhelado lujo.

En el pasado, se les asignaba propiedades curativas, se creía que usarlos daba fortaleza y protección contra todo enemigo y todo mal, hasta las pesadillas.

En India, estaba vinculado a las deidades védicas y luego hindúes.

En el «Sutra del diamante» majaiana, que data de 868 d.C., el diamante es el material con el cuál «atravesar la ilusión mundana para iluminar lo que es real y eterno».

Pero quizás los más poéticos fueron los antiguos griegos, para quienes los diamantes eran lágrimas lloradas por los dioses o fragmentos de estrellas caídas.

Lo maravilloso es que la verdad de los diamantes es casi tan extraordinaria como todas esas creencias.

Excepcionales

Están hechos del elemento que es la base de la vida misma: carbono.

Extraordinariamente duros, pueden soportar la presión suficiente para recrear las condiciones extremas en las que nacieron; y sin embargo, sometidos a la combinación correcta de calor y oxígeno, desaparecerán en una bocanada de dióxido de carbono.

Además de su lustre y brillo extraordinario, el diamante es el material más rígido, el mejor conductor térmico con una expansión térmica extremadamente baja, químicamente inerte a la mayoría de los ácidos y álcalis, transparente desde los rayos ultravioleta profundos hasta los visibles y el infrarrojo lejano, y es uno de los pocos materiales conocidos con una afinidad electrónica negativa.

Se forman naturalmente en unos pocos lugares de la Tierra: en las profundidades de los cratones continentales o en el impacto de un meteorito.

Y llegan a la superficie de una manera explosiva, en el magma de algunas de las erupciones más extrañas de la historia, de los pocos volcanes que tienen sus raíces en lo más profundo del planeta.

No todos los diamantes son transparentes o ligeramente amarillos o marrones, como los que generalmente imaginamos.

Los hay también coloreados y se les llama «de fantasía»: el rojo, el azul y el verde son los más raros, y el naranja, el violeta, el amarillo y el verde amarillento son los más comunes.

Pero todos, una vez se forman, tienen una capacidad única para albergar y proteger cualquier mineral contenido dentro de sus estructuras cristalinas, lo que les brinda a los científicos una muestra especial de la mineralogía del manto y un vistazo a las condiciones a kilómetros por debajo de la superficie del planeta.

Y en ese sentido, el diamante azul es excepcional.

Profundamente interesantes

La mayoría de los diamantes se forman a profundidades de unos 150 kilómetros bajo los continentes.

Los azules se originan hasta cuatro veces más profundo, en el manto inferior de la Tierra.

Eso sólo fue descubierto en 2018 pues estas piedras preciosas «son tremendamente costosas, lo que dificulta el acceso a ellas con fines de investigación científica», explicó el autor principal del estudio que lo reveló, el geólogo Evan Smith del Instituto Gemológico de América.

No sólo son valiosos, sino que suelen ser muy puros, así que tienden a no tener «inclusiones», o pequeños trozos de material que no es diamante, minerales que estaban en la cercanía cuando éste se estaba formando.

Esas imperfecciones le dan a los científicos más información.

Pero lograron analizar 46 diamantes azules con inclusiones, y determinar su origen a entre 410 y 660 kilómetros de profundidad.

Varias de las muestras incluso mostraron evidencia clara de que provenían de más de 660 kilómetros, lo que significa que se originaron en el manto inferior.

Eso los convierte en unas verdaderas cápsulas del tiempo, contenedores de una información que es casi imposible de hallar.

«No podemos llegar al interior de la Tierra. Los diamantes se forman allá y usualmente encapsulan lo que sea que esté allá abajo», le dijo a BBC Reel George Harlow, geólogo y curador de las Salas de Gemas y Minerales del Museo Americano de Historia Natural en Nueva York.

«Son como nuestras sondas espaciales. Eventualmente, algunos llegan a la superficie de la Tierra para que podamos estudiarlos».

¿Un ejemplo de las pistas que nos han dado?

Un enigma envuelto en un misterio

Los diamantes azules fueron, durante la mayor parte de la historia, un misterio. No se sabía por qué eran de ese hermoso color.

Finalmente se descubrió que se debía a que contenían trazas de boro, un elemento químico metaloide que puede introducirse en la estructura de la red cristalina de un diamante durante su crecimiento.

Pero una vez develado ese misterio, surgió un enigma.

Si los diamantes azules se forman en el manto de la Tierra, mientras que el boro se concentra en la corteza. Entonces, ¿de dónde sacaron estos diamantes su boro?

La respuesta a ese acertijo geoquímico nos daría pistas sobre las profundidades de nuestro planeta.

La hipótesis planteada por el grupo de investigación liderado por Smith, es que el boro provino del lecho marino y fue transportado hacia el manto de la Tierra cuando una placa tectónica se deslizó debajo de otra, un proceso conocido como subducción.

Incorporándose a minerales ricos en agua, pudo extenderse profundamente en el fondo marino, incluso en la porción del manto de la placa oceánica.

Descubrir trazas de boro en diamantes que nacen a tal distancia de la superficie de la Tierra revela que los minerales que contienen agua viajan mucho más profundamente en el manto de lo que se pensaba, lo que indica la posibilidad de un ciclo hidrológico súper profundo.

Como dice Harlow, los diamantes azules «no sólo son hermosos y raros, sino extremadamente interesantes. Nos enseñan mucho sobre nuestro planeta».

Textos y fotos: elmundoalinstante.com

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