Por Guillermo Romero Salamanca

Aunque parezca sencillo, jugar Zepguagoscua tiene sus complicaciones. Primero, debe saber escoger los amigos con los cuales va a participar. Segundo, seleccionar “la piedra” con la cual correteará, tercero, llevar pantalón de trabajo y cuarto, un buen trapo para limpiarse las manos.

Pero también es importante tener un buen pulso, manejar una puntería precisa, saber respirar al compás del lanzamiento y esperar el estruendo. Fácil.

Los ratos de esparcimiento que tenían nuestros antepasados chibchas, los dedicaban al juego del  «zepguagoscua». Lo gozaban y lo practicaban a menudo y lo hacían con lujo. Los ladrillos que lanzaban eran de oro.

La palabra  «zepguagoscua» era en esa época muy fácil de pronunciar por parte de ellos, porque al final y al cabo, hablaban muisca.

El  «zepguagoscua» en mención se jugaba con los zaques y los caciques en Turmequé, Boyacá, donde era el epicentro del comercio en esos años. Allí llegaban a realizar los intercambios de sal, carne, granos y después de una jornada, se enfrentaban en un campo similar al actual y apostaban quién tenía la mejor puntería. El objetivo era meter el tejo en un bocín. Claro, la algarabía era enorme y cada uno llevaba sus seguidores que humedecían sus gargantas por la gritería con unas cuantas totumadas de chicha.

A los españoles les fascinó el deporte. Quedaron impresionados desde el primer momento. No usaban la palabra «zepguagoscua», pero a partir de ese momento, los tejos dorados comenzaron a desaparecer misteriosamente y los indígenas entonces emplearon otros metales para fabricarlos.

Gaitán jugando tejo 2] | Fondo Documental Jorge Eliécer Gaitán

Gaitán jugando tejo.

El tejo es el deporte nacional. Cada fin de semana hay campeonatos en decenas de municipios y en muchas partes aparece el triunfador nacional.

El sitio más renombrado –hasta hace poco– era el campo Villamil, localizado en la calle 67 con carrera 22, en el barrio Siete de Agosto de Bogotá, porque allí, Jorge Eliécer Gaitán iba los sábados en la tarde a practicar puntería y reventar unas cuantas mechas. Primero, eso sí, degustaba un plato de cuchuco de trigo con espinazo, o un ajiaco con pollo, una sobre barriga asada o un buen plato de huesos de marrano.

Carlos Lleras Restrepo, el abuelo del hombre del coscorrón también tenía cualidades para el practicar este deporte. En muchos municipios de Boyacá, Santander, Cundinamarca, Tolima y en los Llanos Orientales se conoce, con anticipación, quien podrá ser el próximo alcalde, concejal, diputado y hasta gobernador por la forma como lanza, como juega o simplemente por el mayor número de mechas reventadas.

En la actualidad hay dos tipos de canchas. Las de 18 metros de distancia para el lanzador y otras de 7. A estas últimas se les llama “mini tejo” y tienen gran acogida porque el sector femenino se ha apoderado de ellas. Han salido mejores jugadoras que infinidad de hombres.

Se puede jugar entre dos personas o armar equipos que van siempre pares: cuatro, seis y hasta ocho. Más queda difícil y entonces es mejor jugar al “saca ruin”, que no necesita compañeros y va saliendo a medida que haga más puntaje.

La idea es lanzar el tejo –que pueden ser de una, dos o hasta tres libras– al bocín y ganar los máximos puntos: 27. Hay calificaciones que son unamano, que la obtiene quien haya quedado más cerca del bocín y le da un punto. Si revienta una mecha, le dan 3 puntos. Si se embocina, suma 6 y si queda dentro del aro, pero además revienta mecha, es una moñona y le da 9 puntos.

Parece sencillo, pero hay jugadores que llevan una cartera con todo tipo de metros. Un milímetro puede determinar un campeón, un tejo inclinado, también. Ahí viene toda una serie de normas que se deben tener presentes. Las cuentas se llevan, por lo general, en forma mental y quien haga trampa, simplemente, no se volverá a invitar. Filosofía digna de imitar en la cosa pública.

En la actualidad, durante los campeonatos está prohibido el consumo de alcohol, pero en las canchas populares son comunes las encanastadas.

Si va a jugar, por lo menos lleve unos cien mil pesos para la “picada” –con carne de res, cerdo y pollo–, para el “petaco” –caja de 30 cervezas—y para tener la mano para el tino preciso.

Ahora que los honorables padres de la patria discuten la nueva y tenebrosa Reforma Tributaria, los lanzadores temen que les llegue un nuevo impuesto. Las polas, el refajo, el piquete y las demás viandas pueden sentir el rigor de las contribuciones.

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