Por Guillermo Romero Salamanca

Han pasado más de 120 años desde cuando el maestro Pedro Morales Pino escribió sus obras musicales y todavía estudiosos de su obra, estudian al máximo sus partituras, porque él dejó un legado de incalculable valor para Colombia.

Incluso, expertos y consagrados ejecutantes como los del Grupo Konzert, interpretan sus bambucos, pasillos y valses con smoking.

Su repertorio está hecho para piano, cuerdas o voces. Los amantes de la buena música se deleitan con cada una de unas melodías. Grupos sinfónicos de Bogotá, Medellín o Cali le sacan provecho a sus “Fantasías de motivos colombianos” y destacados vocalistas entonan con vibrato su pasillo “Cuatro Preguntas”, por ejemplo.

La vía que va de Cartago a Santiago de Cali, Medellín o Bogotá debería de llamarse “Autopista Pedro Morales Pino”.

Alguna obra monumental debería llevar su nombre. En los colegios, debería de existir la cátedra del maestro, o, simplemente, la calle donde está la sede de la Sociedad de Autores y Compositores, Sayco, podría engalanarse como Avenida Pedro Morales Pino.

Sus padres lo bautizaron como Pedro Pascacio de Jesús Morales Pino, quizá en homenaje al gran soldado boyacense que capturó a Barreiro en el Puente de Boyacá.

Pedro vio el mundo el 22 de febrero de 1863 en Cartago, Valle del Cauca y se destacó como compositor, director, productor musical, hacedor de instrumentos musicales y docente de música.

Desde niño se inmiscuye en los temas musicales. A tal punto, que cuando tenía 13 años, su madre, doña Bárbara Pino, le regaló un tiple y cuando su familia se desplazó a Ibagué se convirtió en un destacado dibujante a tal punto que consiguió una beca para estudiar en Bogotá en la Academia de Dibujo de Alberto Urdaneta.

Combinaba la pintura y la música y con el maestro Julio Quevedo en 1882 organizó un dueto y en 1897 creó La Lira Colombiana, una agrupación con 16 músicos en la cual era el primer bandola y director. Las presentaciones en el Teatro Colón y en retretas en diversas partes le dieron popularidad por su magia para interpretar pasillos, bambucos y valses.

En Medellín creó el grupo Lira Antioqueña.

Con su grupo viajó a varias ciudades como Panamá, San Salvador y varias ciudades de Estados Unidos. Sus discípulos más destacados fueron Ricardo Acevedo Bernal, Fulgencio García, Emilio Murillo, Carlos Escamilla, Luis A. Calvo y Alejandro Wills.

En uno de sus recorridos llegó a Guatemala donde el amor le tocó el corazón y se enamoró de la pianista Francisca Llerena con quien contrajo matrimonio en 1905. Vivió en el país centroamericano y regresó a Colombia luego del terremoto que azotó la región.

En Bogotá su salud se fue deteriorando y por cuestiones económicas sus hijos Alicia, Rebeca, Raquel y Augusto lo llevaron a la sala de caridad “Hospital san José”. Ya habían vendido, incluso, hasta las condecoraciones que había recibido el maestro. Estaba en la inopia.

Dos amigos suyos lo encontraron abandonado y lo trasladaron a un centro de salud de mejores condiciones, pero dos días después, el 4 de marzo de 1926, marchó al cielo musical el hombre que perfeccionó instrumentos como la bandola andina colombiana o la bandolina a la que le incorporó 5 cuerdas más, creando una variante de 16 hilos más.

Como dato curioso, antes de cada presentación, el maestro daba una clase sobre la historia de la música, los instrumentos que se ejecutarían y los orígenes de cada uno. Compuso más de 100 temas, principalmente instrumentales. Dejó muchos pasillos como la serie llamada Joyeles, bambucos como Cuatro preguntas o El fusagasugueño, valses como Ana Elisa, Mar y cielo, Trigueña o Ingrata, y danzas como Genta.

En Cartago, funciona en su nombre el Conservatorio de Música Pedro Morales Pino ubicado en la Casa del Virrey. A veces, en las tardes, cuando el Río Cauca lo permite, se escuchan lejanas las melodías de un maestro que toca una bandolina.

También puede leer:

Please follow and like us:
Wordpress Social Share Plugin powered by Ultimatelysocial