Por: Rubén Darío Arcila – Rubencho.

En la cotidianidad pasan cosas comunes y corrientes: el robo de bicicletas. Esta historia simple, pan de cada día, se repite desde muy temprano en las calles de nuestras ciudades y ahora le ha tocado padecerla – en carne viva – al gran Óscar Sevilla, en un tranquilo sector de la capital colombiana.

Despojado de su herramienta de trabajo a batazo limpio sobre las costillas, Óscar debió sentirse como el habitante de la calle, como vagabundo, en el abandono, con deseos de renunciar a su oficio rutinario de entrenar. Pasando por ese ciclo depresivo en el cual nada parece funcionar: discreta actuación en la Oro y Paz, porrazo y retiro en la Vuelta al Valle, el luto reciente de la madre ausente. Entonces piensas que se te viene el mundo encima a punta de garrote y puñetazos sin piedad.

Foto Deportes RCN

Sevilla echó raíces hace 9 años y vive feliz en estas tierras que le permiten disfrutar del ciclismo a plenitud: es su profesión, su pasión, su acción. Este deportista es una invitación al humanismo sincero, a la cercanía con el otro: enseña mucho a los jóvenes valores del Team Medellín. La víctima del robo, Sevilla, es capaz de sentir compasión por los delincuentes y no los acusa, tal como sucede en la cinta de Vittorio De Sica.

En el salvaje atraco, intuyó que existe poder e inspiración en el ánimo de sus tres mujeres: Ivonne y las dos hijas colombianas que le sirven de resonancia, que generan esperanza. Su familia es uno de los aciertos mayores de Óscar, como elemento de liberación y de desbloqueo. Ellas son el anuncio de un mundo nuevo, de lo mucho que queda por aprender y por descifrar. Como en el cine italiano de la posguerra, Óscar Sevilla seguirá pegando carteles en su brillante carrera, en el muro de su vida, a riesgo de ser protagonista y víctima de algún Ladrón de bicicletas.

Foto Antena 2




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