Por Guillermo Romero Salamanca

Jotamario Valencia, presentador en ese momento de Sábados Felices le daba apertura a su presentación diciendo: “Con ustedes, el caballero de la risa, Enrique Colavizza”.

Y salía un señor alto, con anteojos, corbata y después de un corto saludo, relataba una historia.

Dos novios hablan por teléfono.

–“Mi amor, te amo con locura, por ti haría cualquier cosa”, le dice él.

–“¡Qué bello, tan romántico!”, le contesta ella.

— “Mira, por ti pasaría el Atlántico a nado”, le agrega el enamorado.

–¡Qué hermoso!, sigue ella.

–Es más, por ti caminaría el Sahara sin zapatos.

–¡Ay qué hombre! ¿Vas a venir esta tarde a verme?

–Si no llueve…

Y soltaba su carcajada.

Después podía contar historias de ancianos –que le encantaba imitarlos con su voz entrecortada—de niños o de personajes de cualquier región del país. Así transcurrió su vida por 37 años en el programa “Sábados Felices” y, después buscó otra manera de divertir a los colombianos con el espacio “Cocina con humor y sabor”.

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Su despedida la dieron  los vallecaucanos en el teatro Jorge Isaac. Foto Caracol.

Le fascinaba preparar pastas porque lo aprendió de sus abuelos italianos y de sus padres: Pietro Colavizza e Isabel Spataro. Sus amigos decían que su especialidad eran los ravioles, pero a sus comensales les gustaba llegar dos o tres horas antes de comer, para escucharle los chistes de borrachitos o de ancianos, mientras movía las harinas, las salsas y las carnes. Era todo un espectáculo.

De pequeño le gustaba el dibujo y presentía que sería un arquitecto, pero fue su capacidad histriónica la que le llevó a la televisión y lo convirtió en un personaje del humor. Admiraba al comediante argentino Juan Verdaguer. Contaba que era el niño de animar las reuniones, porque su mamá siempre le decía: “Enriquito, venga les cuenta un cuento a las señoras”.

Nació en Santiago de Cali el 7 de febrero de 1938 y el primero de octubre del 2018 falleció en esa misma ciudad. Fueron 29456 días de su existencia pletórica de cosas buenas. Los colombianos, de repente, trajeron a sus memorias los programas, pero, sobre todo, su manera de imitar personajes regionales, su capacidad para cambiar voces en medio de los chistes, su retentiva y su manera de improvisar.

En Cali fue propietario de dos discotecas famosas: La “20-50” y “Las Vallas”, pero pensó en estudiar Arquitectura, que no culminó, como tampoco logró hacer carrera con la Ingeniería Civil.

“A los colombianos les gusta reírse de sus propias desgracias. Tienen una capacidad para burlarse de todo el mundo, de apropiarse de situaciones dramáticas para volverlas risas. En medio de esta guerra, hay gente que se ríe mientras van desplazados. Pero bueno, si eso les alivia sus penas, bendito sea Dios”, comentaba en una entrevista para la revista Viernes Cultural en 1996.

Queda en la historia del humor en Colombia su recuerdo por sus chistes y por la forma como interpretaba al famoso “Doctor pantalla”, un abogado especialista en complicar las cosas. Trabajó con los grandes del humor criollo: Hugo Patiño –a quien le daba un abrazo hasta Europa, como solía decir–, el “mocho” Sánchez, Jaime Agudelo, Alfonso Lizarazo, Óscar Meléndez, Jaime Santos, Norberto López y el inmejorable Humberto Martínez Salcedo.

El humor queda triste ahora. “Me gustaría que me recordaran por el ser humano que he sido”, dijo en una de sus últimas entrevistas.

Y su mandato será orden don Enrique.

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