Por Guillermo Romero Salamanca

Luego de ver el noticiero de las 10 de la noche de Caracol Televisión que mostraba sobre situaciones originadas por el toque de queda, con cualquier cantidad de videos sobre incursiones de vándalos a residencias, almacenes, edificaciones, trancones en el portal del Norte de Transmilenio, de pronto, la tranquilidad de los vecinos de la Colina Campestre –barrio de la Localidad de Suba, al norte de Bogotá- se vio interrumpida por dos tiroteos.

Segundos después otras nueve balas retumbaron en las calles que a esa hora estaban desoladas y taciturnas.

De inmediato por las ventanas o balcones se fisgoneaba y el sobre salto fue general. Alguien manifestó que en un conjunto residencial cercano unos individuos habían querido incursionar para asaltarlo y que fueron repelidos por las autoridades. Tema que, en realidad, no fue confirmado, aunque las balas si hicieron ruido.

En forma tímida fueron apareciendo vecinos armados con palos de escobas y uno que otro instrumento como bates de béisbol y palancas para escalar montañas. Se acercaban al portero del edificio y le preguntaban sobre los sucesos ocurridos minutos antes.

–Me informan de la central de vigilancia que hubo una balacera por acá cerca y que unos vándalos vienen por la calle 138.

Sirenas, pitos, chiflidos se escucharon de inmediato. Una señora gritaba desde un edificio vecino que, efectivamente, unos jóvenes habían ingresado a su conjunto. No se comprobó, pero creó un estado de nerviosismo general.

El alboroto prosiguió y en cada edificación buscaron fórmulas para evitar la “invasión”. En minutos se logró la unión entre más de 7 edificios. Los vecinos harían respetar sus propiedades a como diera lugar. Surgían las primeras estrategias de guerra. El doctor Heredia, veterano zorro financiero, recibió una llamada de Javier Mauricio, su crío mayor, donde le tranquilizaba y le manifestaba que no creyera en esas versiones de vándalos y lo mandó de inmediato a dormir. El anciano, con su bastón y su consorte, se marchó del lugar de concentración hacia las once de la noche.

“Eso váyanse a descansar”, alcanzó a balbucear.

Por la calle pasaban carros de la policía y dos veces una tanqueta antidisturbios. Miraban extrañados a esos 150 vecinos provistos de valor con palos de escobas o viejos traperos. Yo les insistí en que copiaran la actitud del octogenario, pero el doctor Roa, médico veterinario, insistía en buscar la seguridad de su apartamento con una vigilancia permanente.

Le dije a José, el portero, vamos a preparar tinto para esta buena gente. Al rato un vecino se adelantó y trajo una primera tanda de café con sabor a yerbas, la cual se consumió en segundos ante el frío de la segunda noche de los cacerolazos. Organizamos otra tanda, la cual preparamos con panela con el noble José.

Cuando nos disponíamos a repartir la bebida aparecieron 3 policías que nos pidieron que nos agrupáramos con todos los trasnochadores frente a la Iglesia Santa María del Camino.

La intempestiva llegada del ministro de la Defensa.

Allí fui con la olleta repleta de tinto. Los primeros en degustar la nueva bebida fueron los agentes y luego una docena de vecinos más. Esperábamos la conversación de los agentes, cuando minutos después, apareció una caravana de motos y camionetas gigantes.

–¿Y esta vaina?, preguntó Jorge, el del 304.

“Es el alcalde”, dijo uno. “No. Es Uribe”, “No, es Duque”. Hasta que otro, más observador, exclamó: “Es el nuevo ministro de la Defensa”.

Era la una de la mañana con nueve minutos. Carlos Holmes Trujillo descendió de su vehículo rodeado de sus escoltas. Me saludó, pero no le pude dar la mano porque en una, tenía vasos y en la otra, la olleta con tinto.

–Ministro, le dije, ¿desea un tinto?

El excanciller aceptó de buena gana el café y en un segundo se lo empujó sin miramientos. Al instante estaba rodeado de unas 80 personas armadas con palos viejos y celulares. De inmediato comenzaron a grabar y a tomar fotos de ese encuentro informal entre parroquianos asustados y el titular de la Defensa Nacional.

El ministro, a la una y 9 minutos de la noche, entrega un parte de tranquilidad a un grupo de vecinos de La Colina Campestre, de la localidad de Suba, al norte de Bogotá

–Ministro, le alcanzamos a preguntar, ¿cómo está la situación de orden público?

–Con excepción de lo ocurrido esta noche en Santander de Quilichao, donde desafortunadamente fueron asesinados tres policías por un carro bomba, todo está normal, dijo. En Bogotá se han creado unas falsas alarmas en redes sociales, se dicen tantas cosas que no vale la pena dimensionarlas. Hay que tener cuidado con eso. La ciudad está bajo control. Este es el momento de la solidaridad de los colombianos, porque los buenos somos más.

–Ministro, le preguntó otro vecino, ¿por qué no cierran las fronteras? Y guardó silencio.

–Ministro, ¿cómo hacemos para poder portar nuestras armas que tienen salvoconducto, pero que ahora, se requiere de otro documento? Le inquirió otro colindante. “Eso se lo responde el general Jiménez” y de inmediato el militar dijo: “la gente de bien puede pasar por la brigada y resolvemos la situación”.

–Eso es muy complicado. Tenemos que hacer un documento sobre otro permiso. Es imposible. Acá en la ciudad nos podemos unir y defender, pero en las veredas, las cosas son diferentes y se requiere de un arma.

–Y los malos lo saben, dijo otro.

Holmes Trujillo quedó mustió y el general Jiménez le imitó en su actitud.

–Ministro, ¿y lo de Pachito?, le curioseó tímidamente una señora.

Diálogo con los vecinos.

–Bueno, un abrazo a todos, mil gracias por su acompañamiento y vayan a descansar.

–Muy rico el tinto, me dijo.

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