Por Guillermo Romero Salamanca

La escena la podría desarrollar, con todo lujo de detalles, un maestro como el libretista, productor, actor y director Julio César Luna. Gracias a su sensibilidad, conocimiento de la historia y la capacidad actoral de sus dirigidos, utilizaría todos los recursos técnicos posibles, cámara lenta, colores, sombras y rostros. Quizá una marcha con una sinfónica le ayudarían al connotado personaje a entregar su producto.

La narración la haría la propia protagonista de la historia, Manuelita Sáenz Aizpuru, conocida como La Libertadora del Libertador, como la llamaba Simón Bolívar. “Cuando se acercaba al paso de nuestro balcón, tomé la corona de rosas y ramitas de laureles y la arrojé para que cayera al frente del caballo de Su Excelencia; pero con tal suerte que fue a parar con toda la fuerza de la caída, a la casaca, justo en el pecho de Su Excelencia. Me ruboricé de la vergüenza, pues el Libertador alzó su mirada y me descubrió aún con los brazos estirados en tal acto; pero Su Excelencia se sonrió y me hizo un saludo con el sombrero pavoneado que traía en la mano”.

Claro, el Libertador la sorprendió en su primer encuentro diciéndole: “Señora: si mis soldados tuvieran su puntería, ya habríamos ganado la guerra a España”.

La mujer quedó de una sola pieza y desde ese momento vivieron 8 inolvidables años, hasta la muerte del general. “Vivo adoré a Bolívar, muerto lo venero”, suscitó la ecuatoriana que le brindó los mejores de sus años al hombre que libertó a Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela.

 

Bolívar sabía cautivar a las mujeres y tenía una efectiva arma: sus cartas. A Manuelita la colmó con miles de mensajes y, con algunas de las rescatadas, el maestro Julio César Luna se deleitaría en producción.

“Manuela:

Llegaste de improviso, como siempre. Sonriente. Notoria. Dulce. Eras tú. Te miré. Y la noche fue tuya. Toda. Mis palabras. Mis sonrisas. El viento que respiré y te enviaba en suspiros. El tiempo fue cómplice por el tiempo que alargué el discurso frente al Congreso para verte frente a mí, sin moverte, quieta, mía…”.

O esta otra, en medio del fragor de la batalla:

Ortuzco, mediados de abril de 1824.

Mi amor:

Estoy muy triste a pesar de hallarme entre lo que más me agrada, entre los soldados y la guerra, porque sólo tu memoria ocupa mi alma, pues sólo tú eres digna de ocupar mi atención particular.

Me dices que no te gustan mis cartas porque escribo con unas letrazas tan grandotas ahora verás que chiquitico te escribo para complacerte.

BOLÍVAR

¿Se imaginan todo lo que podría construir con esos y otros mensajes el maestro Julio César Luna –el mismo que dirigió novelas de amplísima sintonía como “La potra Zaina” –con la bellísima Aura Cristina Geithner—“Inseparables”, “Dios se lo pague”, la renombrada “Gallito Ramírez”, “Tuyo es mi corazón” y la insuperable “Pero sigo siendo el rey”, entre otras?

Manuelita sacó a relucir la “Adelita” que llevaba en su ADN. Dejó a su esposo, minimizó los comentarios pueblerinos de señoras de salones y costuras, se convirtió en la amante del general y luchó a su lado en Perú. Ella estaba siempre, observando, comentando y sobre todo, adelantando un servicio de inteligencia para proteger a su amado. Su arribo a Bogotá fue mirado con suspicacia y vivió sus peores momentos. Le salvó la vida al Libertador el 25 de septiembre de 1828, en la nefasta noche septembrina. Los autores materiales recibieron su castigo pero el intelectual, el general Francisco de Paula Santander le perdonaron la vida y fue desterrado.

Comenzaron las peleas por el fondo y la forma. Bolívar era práctico, Santander metódico y papelero. Nunca más se entendieron los milicianos.

Bolívar ya estaba cansado y abandonó la ciudad con el deseo de irse para Europa. Su sueño llegó hasta Santa Marta. Santander regresó al poder y lo primero que hizo fue confinar a Manuelita. Ella no tenía quién la defendiera. Se fue Jamaica por un tiempo y cuando retornó a su natal Quito le cancelaron el pasaporte.

Sin dinero, abandonada y vilipendiada emprendió un viaje hacia Paita, al norte del Perú, al segundo puerto de ese país y donde Bolívar había planeado batallas. Allí se encontró con el profesor Simón Rodríguez y con otros amigos del Libertador, con los cuales sostuvo interminables tertulias sobre las gestas patriotas.

Para subsistir vendió tabaco. El 23 de noviembre de 1856, cuando tenía 58 años falleció víctima de la difteria. Fue sepultada en una fosa común y todas sus pertenencias, incluidas muchas cartas de Bolívar, fueron quemadas por miedo al contagio.

En Colombia le han hecho algunos homenajes, como ponerle su nombre a varios colegios y una serie que realizó hace 38 años Punch Televisión, protagonizada por la genial María Eugenia Dávila. El Bolívar fue Álvaro Ruiz. El director fue Felipe González.

El maestro Julio César haría una obra de arte.

Posterior a 1827

El yelo de mis años se reanima con tus bondades y gracias. Tu amor da una vida que está espirando. Yo no puedo estar sin ti, no puedo privarme voluntariamente de mi Manuela. No tengo tanta fuerza como tú para no verte apenas basta una inmensa distancia. Te veo aunque lejos de ti. Ven, ven, ven, luego. Tuyo del alma.

Bolívar.

 

(Un pequeño homenaje a los 161 años del viaje al más allá de Manuelita).

 

 

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