Por Guillermo Romero Salamanca

Aunque Yeison nació en la vereda Térama de Yacopí, Cundinamarca, no tiene cédula de ciudadanía, nunca ha votado ni lo hará en su vida, sin embargo, en todas las instituciones del Estado a donde lo llevan sus familiares, le piden fotocopia a 150 grados de su documento de identidad para cualquier diligencia.

Yeison es un gran ser humano, tiene unos enormes ojos oscuros y una mirada de consuelo, pero el médico dice que se está quedando ciego. Es de tez trigueña y manos alargadas. No habla, pero comprende lo que sucede alrededor. Padece, desde su nacimiento, de parálisis cerebral.

Su madre, doña María, le debe dar la comida, la bebida, limpiarlo, asearlo, bañarlo y cambiarle la ropa. Para ella es su adoración. Verlos abrazados, arruga el alma.

Don Esteban, padre de Yeison, es un recio campesino, curtido por el sol, con la piel cascada por las duras jornadas en estos corregimientos de Yacopí, el último municipio de Cundinamarca.


Foto 1. Yeison y sus padres

Yeison es de aquellas personas que no hablan, pero es de las que más dicen. No valen sus llantos y situaciones, sólo valen las acciones.

Para llegar a su casa es necesario alcanzar la región de Rionegro, salir de Bogotá rumbo a Zipaquirá, luego ascender a Pacho, bajar a Talauta, pasar por Charco largo, donde una de las ruedas traseras de buses  y camiones quedan en el aire por la estrechez de la vía, después atravesar las curvas de la serpiente del diablo y bordear precipicios que hielan la sangre. La carretera está sin pavimentar, aunque todos los gobernadores aseguran que pronto la arreglarán.

Se llega a La Palma, rica región panelera, cafetera, donde la gentileza de sus habitantes es grande y donde es venerada la Virgen de la Asunción, quien protegió a la región de las arremetidas guerrilleras y paramilitares.

Se prosigue por una eterna cinta negra y una hora después se divisa Yacopí, un municipio olvidado por el Estado, alejado de los servicios públicos y con pobre atención hospitalaria. Un momento para el descanso y buscar un refresco para el calor de selva, porque hay que alcanzar la vereda Térama, hasta un punto donde ya es imposible continuar con el vehículo.

Viene luego una caminata de 25 minutos por entre naranjales, guamas, armonías de pájaros amarillos y azules hasta llegar a la casa de la familia de Yeison, un colombiano olvidado por sus compatriotas y desterrado al olvido.

Foto. Cocina de la casa de Yeison

Su casa está hecha con listones de madera y los huecos son tapados con periódicos viejos o con hojas de plátano. Yeison duerme en una cama sin colchón, lo cubren unas cuantas cobijas y una sábana. No hay televisión, radio ni mucho menos internet. Para recibir una llamada, se debe subir a un cerro a unos 200 metros de la casa.

Fotos. Yeison y su dormitorio

Cada tres meses doña María lo arropa y lo carga montaña abajo para llevarlo al médico. Son ocho horas de jornada hasta Soacha donde vive Rosa, su hija, quien los atiende por unos días mientras lo revisan los galenos. Le dan una orden por 30 días para las medicinas y, si cuenta con suerte, le pueden dar unos pañales.

UN VIAJE DE ESPERANZA

Animados por la esperanza, amigos y personas con pensamientos positivos se emprende una etapa de mejoramiento de vivienda y de vida para Yeison.

Gracias al apoyo del Grupo Ladrillo Verde –de las empresas Ovíndoli, Tablegres y Gredos—este 26 de enero se le llevará un viaje de 1.200 bloques para comenzar con el mejoramiento de la vivienda. Luis González y Marcel Dousse contribuirán con otros materiales y el transporte. Luis Bolívar, el conductor del camión, hará su mayor esfuerzo para atravesar este departamento de curvas y sentimientos.

Los vecinos, armados con picas y palas, abrirán un sendero para acercar aún más el material a la casa por mejorar.

Empezará así un viaje de esperanza para Yeison, el último colombiano para el Estado y el primero en nuestros corazones.

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