Por Guillermo Romero Salamanca

Si un grupo de científicos quisiera saber qué es un genio, sólo tendría que analizar el misterioso cerebro de Alfredo Gutiérrez Vital, el músico, acordeonero, juglar del vallenato, compositor como pocos, arreglista y cantante de más de 50 ritmos tropicales.

Son más de sesenta años en los cuales ha llevado alegría a millones de colombianos, venezolanos, puertorriqueños, panameños, mexicanos, ecuatorianos y a un sinnúmero de seguidores en Estados Unidos y otras latitudes.

Ha ganado todo: discos de oro que exhibe en su museo personal, nominaciones para el Grammy, tres veces Rey Vallenato de Valledupar –pudo haber sido unas diez o quince veces—rey mundial en los encuentros en Alemania.

Un día, incluso, fue hasta la misma fábrica de acordeones Hohner y les dio a los luthiers una serie de consejos para mejorar la calidad tanto en las cajas como en la sonoridad de los instrumentos.

El curioso, cuando Alfredo acude a una entrevista con avezados periodistas, antes de recibir la pregunta, ya sabe qué le van a preguntar y tiene preparada la respuesta con una rapidez digna de un gran entrevistado.

No toma tinto, ni bebidas alcohólicas, sólo pide aguas aromáticas para calentar su voz antes de cualquier presentación. Es muy ordenado y es muy estricto en cuestiones de bioseguridad, aseo e higiene. Además de su oído perfecto, su olfato y gusto están muy desarrollados.

Alfredo, el hijo ilustre de Los Palmitos Sucre y de don Alfredo Enrique Gutiérrez Acosta y doña Dioselina de Jesús Vital Almanza, es quizá uno de los personajes más populares de Colombia. En realidad, es reconocido en los aeropuertos, supermercados, centros comerciales, estadios o al lugar donde se dirija.

–“Alfredo, Alfredo”, le gritan desde sencillos operarios, obreros o personas humildes, hasta empresarios, ejecutivos de grandes empresas, aviadores, médicos o profesionales de distintas categorías.

Un colombiano, en promedio, ha escuchado al menos unas 50 canciones interpretadas por Alfredo y sabe, siquiera, al menos dos. Goza con su reconocimiento, es exigente al máximo con sus hijos que también le han seguido su carrera, pero les aconseja como el buen padre o abuelo.  Pero también sufre por la situación social de Colombia, le duele la violencia, la guerra acá y allá, llora con alguna noticia donde se involucre a un niño, es un sentimental a flor de piel y se desquita con sus presentaciones.

Cuando sube a una tarima pide que el sonido sea perfecto. Sufre con un ruido o una nota fuera de tono. Una sola mirada suya es una orden para que sus músicos le hagan lo que va indicando, porque, además, de componer, animar, tocar acordeón y cantar, dirige a su grupo. Centenares de músicos han pasado en sus presentaciones. Los tiene en Barranquilla, Valledupar, Medellín, Bogotá o Cali.

Claro que también ha llorado en la tarima como ocurrió en una presentación en Venezuela donde sólo asistieron a su presentación unas 20 personas. No se amilanó e hizo un espectáculo como para 50 mil personas. Las parejas que bailaron sus grandes éxitos nunca olvidarán aquella presentación en 1985.

No existe un día sin que no toque acordeón, porque, como dice, “hay que estudiar en la mañana y en la tarde”, pero también en su desayuno con jugo de naranja, huevos fritos, fruta y un par de arepas puede tomar la servilleta y escribir las primeras estrofas o ideas para una nueva canción.

“El maestro Alfredo Gutiérrez es uno de los grandes de Colombia. Se trata de un trabajo extenso de composiciones que suenan en muchos lugares del país. Es un profesional a carta cabal, pero, sobre todo, es uno de los referentes de la Sociedad de Autores y Compositores, Sayco. Para nosotros, es un orgullo y para Colombia, es un personaje muy querido y apreciado por los medios de comunicación y por millones de seguidores”, comenta César Ahumada, gerente de Sayco.

En su casa en Barranquilla, reposan Congos de Oro del Carnaval de Barranquilla, dos Trébol de Oro y un Califa de México, al menos cinco Guaicaipuro de Oro de Venezuela y decenas de placas y reconocimientos por sus actuaciones en distintas ciudades del país.

“Alfredo es un artista sin igual. Un revolucionario de la música. En Codiscos le puso smoking al vallenato y grabó varios álbumes instrumentales y con acordeón. Su época con los discos “Románticos”, marcaron hitos en los setenta y todavía siguen marcando en las redes sociales y en YouTube. Alfredo es un sinónimo de éxito, de grandeza y de majestuosidad en el vallenato”, comentó Fernando López Henao, ex vicepresidente de Codiscos y uno de sus grandes promotores.

GENIO DESDE LOS 4 AÑOS

Nació el 17 de abril de 1944 y gracias al regalo de un acordeón que le hizo su padre, don Alfredo Enrique, descubrió muy pronto a los seis años de edad, que su futuro estaría en la música. En unos días aprendió a tocar dos canciones que ha seguido interpretando desde esa época: “La piña Madura” y “La Múcura”.

Era un niño que causaba sensación en los parques, las calles, cafeterías y en los buses que transitaban entre Sincelejo, San Pedro y Magangué.

En una de esas travesías conoció a Jorge Eliécer Gaitán y le cantó: “vamos a la carga con Gaitán, vamos a la carga con Gaitán”.

Su característica y agilidad para tocar acordeón pronto llegó a oídos del maestro José Rodríguez quien lanzó “Los pequeños vallenatos” y con el maestro Arnulfo Briceño y Ernesto Hernández recorrieron Colombia, Venezuela, Perú, Bolivia, Panamá y Ecuador.

A los trece años abandonó el grupo para trasladarse a Barranquilla y cuidar la salud de su padre.

Tras el fallecimiento de don Alfredo Enrique armó bártulos para Sincelejo a donde viajó en busca de un reparador de acordeones y lo escuchó el maestro Calixto Ochoa, quien de inmediato descubrió su talento meses después lo llevaría a Discos Fuentes. Don Antonio “Toño” Fuentes lo escuchó y quiso que compitiera contra Aníbal Velásquez, pero luego montaron “Los Corraleros de Majagual” y entre 1961 y 1965 originaron que sus canciones tuvieran una repercusión mundial.

Sus viajes a Medellín causaron también llamados de otras disqueras como Sonolux quien deseaba conformar una agrupación que hiciera competencia con Los Corraleros.

El ideal para armar esa pelea era Alfredo. Grabó un par de discos, pero le llamó poderosamente la atención de Álvaro Arango de Codiscos para hacer unos temas románticos y unos instrumentales que catapultaron la imagen de Alfredo no sólo en Colombia sino en otros países.

La radio encontró en su música un capital para obtener sintonía y Alfredo buscaba talentosos compositores para llevar historias. Alfredo tocaba cumbias, porros, paseos, merengues y desde luego, todo lo relacionado con el vallenato.

No era bien visto en Valledupar por sus “locuras” y por llevar al acetato a canciones panameñas, por ejemplo. Fueron públicas sus peleas con Consuelo Araújo Noguera, pero luego comprendieron que los dos se necesitaban. Uno para mostrar su talento y la otra para difundir el Festival.

Alfredo no tuvo dificultad para ganar en tres oportunidades y coronarse como Rey Vallenato en 1974, 1978 y 1986.

Ni él mismo sabe cuántos acordeones ha tenido en su vida. Sabe, eso sí, que en la tarima deben estar al menos unos 5. Los ha tenido negros, blancos, rojos y otros variopintos.

Lleva más de sesenta años entre tarimas, programas de televisión, cabinas de radio, coliseos, casetas, hoteles, carnavales o estudios de grabación. Hoy puede estar descansando en Barranquilla o es posible que esté en Monterrey, México, donde es un ídolo, o preparando un concierto para Bogotá, Medellín, Tunja o Panamá.

Así son los genios y Alfredo es uno de los grandes de Colombia.

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