Por José Orellano

La semana que había de terminar en el ‘duelo de duelos’ de finalistas entre los diecinueve primeros reyes del Festival de la Leyenda Vallenata —16, la verdad, porque uno solo de estos llevaba ganadas tres coronas— había sido agitada en generación de ‘información’. Esta iba y venía, como lanzadera de máquina de coser, de un lado para el otro, por encima y por debajo de la costura, lo mismo que la del telar en el entramado de una urdimbre.

Aquella víspera del Día del Trabajo de 1987, había de estar montada, sin que aun tal modalidad fuera hábito, sobre abundancia de fake news, con meras características de chismografía —pueblo chiquito, infierno grande—, en aquella comarca que aún olía a campo: aroma de mango por calles, carreras y callejones, y boñiga de ganado en el aire de abril y sus lluvias mil, movido de un lado al otro por la suave brisa que, intermitente, baja hacia el valle desde la Sierra Nevada de Santa Marta y la Serranía del Perijá.

Bajo la persistente especie ‘informativa’ difundida por ‘Radio Bemba’ y algunos periodistas en el sentido de que el Festival de la Leyenda Vallenata había organizado, para llegar a sus veinte años de existencia, una edición amañada denominada ‘Rey de Reyes’ con ganador predeterminado, con todo eso sonado y amplificado, aquella noche se llegaba a la final en una plaza Alfonso López abarrotada hasta en las copas de los palos’e mango de su entorno.

Aquella noche había masiva presencia militar en la plaza y sus alrededores: mucho PM, armados hasta los dientes, como si fueran para la guerra.

La chismografía se había recreado y había dimensionado cierta actitud de Alejo Durán de haber salido a recoger firmas entre los concursantes en el ‘Rey de Reyes’ para exigir, a cambio de participar, cambio de jurado. Argumentaba que este elegiría al acordeonero previamente señalado por ‘La cacica’ Consuelo Araujonoguera y Rafael Escalona y su séquito: todos los miembros del ente organizador del festival. Y entonces, mucha gente no entendía por qué el acordeonero color de ébano, nacido en El Paso, figuraba en la lista de competidores en la noche final. No lo entendían, pero estaban con él.

Que «‘La cacica’ dijo» … Que «Alfredo Gutiérrez le replicó» … Que «a lo mejor Alejo no se presenta a la final» … Que «no, que sí participará porque le dieron…» … «Que ‘Colacho’ es el que…» Que «‘La Consue’ paró en seco a ese periodista que apenas está asomándose al festival…» Que a  «Rafael Escalona lo vieron en…» … Que «nadie olvide que Colacho es el consentido de Pavajeau, Escalona y Consuelo…» … Que «Colacho fue el acordeonero de aquella parranda que, con Alfonso López y Escalona y Pavajeau presentes, se hizo en la casa de ‘La cacica’ para organizar el primer festival» … Y, en fin, más otros rumores que corrían, varios de ellos impublicables por lo dañino que resultaban —aun hoy resultan así— para la moral de algunos personajes del festival y que, con cierto tremendismo, iban de boca en boca, a todo nivel social… ¡Toda una urdimbre!

Lo cierto es que, pendiente de lo que iba a ocurrir, caminando por la Calle del Cesar, de la plaza hacia el hotel Vajamar —las oficinas del Festival se encontraban en la plaza—, obtuve una información precisa, de primera mano…

Trece años antes, tras mucho aletear por entre el platanal de una finca urbana en el Valle, ciertos pajaritos habían tejido el nido en el cual empollaba y nacería una amistad sin condiciones entre el tres veces rey del festival Alfredo Gutiérrez Vital y quien escribe esta historia —tal como la recuerda para contarla— y los dos caminábamos juntos por el tramo que lleva hacia el hotel y hacia la emblemática ‘Cinco esquinas’…

Consuelo Araújo y Rafael Escalona

El tri-rey, quien había obtenido la tercera apenas un año antes, en 1986 —la primera, en 1974, y la segunda, en 1978—, había salido ofuscado del entorno de las oficinas del Festival e iba contándome, desde su propia versión, pormenores de la situación del momento en torno a su participación, con mucho favoritismo, la verdad. Así, antes de ratificar en rueda de prensa, Alfredo había de decírmelo, confirmándose el rumor que rodaba por esa Calle del Cesar y todas las de Valledupar, del departamento y la región desde el día anterior: “Compadrito, es un hecho: ¡me retiro!”, me dijo. Y comenzó a darme sus explicaciones, algunas de las cuales me reservo y las dejo guardadas, casi sepultadas, en el relicario de mis recuerdos.

«No hay garantías, todos sabemos quién es el que va a ganar. Consuelo es la que manda», me dijo atropelladamente.

Yo tenía ‘la chiva’, el hecho confirmado, pero, entonces, no contaba con un medio para la inmediatez divulgativa, porque muy lejos estábamos aún de redes digitales.

Como ya era tradición, yo cubría el certamen para El Heraldo y para el matutino barranquillero la noticia del retiro del tri-rey había de ser —¡qué lástima para el reportero!— ‘periódico de ayer’ cuando apareciera en sus páginas de la edición del día siguiente…

Y en esos ires y venires, la ‘Gran noche’ había de llegar… Esta vez, las lluvias de abril no asomaron en chorros para aguar la fiesta, como en muchas ocasiones lo han hecho.

Sobre mucho de lo rumoreado, la expectativa estaba puesta en sólo dos reyes —pudieron haber sido tres si el tri-rey Alfredo Gutiérrez no se hubiera retirado—: Nicolás ‘Colacho’ Mendoza y Alejo Durán, en una final que complementaban, de acuerdo con el archivo de mis desgastadas neuronas, Luis Enrique Martínez, Raúl ‘El chiche’ Martínez y Calixto Ochoa, con otros nombres que van y vienen en la evocación como los de Julio De la Ossa y Miguel López.

Aquella noche, por primera vez en mis más de quince años de festival hasta entonces, oí cantar a Colacho, ese que matizaba, ¿o reiteraba?, su timidez diciendo, a voz en cuello en cinco esquinas —o siete bocas de Barranquilla o cuatro vías en la ruta La Distra-Maicao— que «soy un hombre de pocas palabras, prefiero hablar con el acordeón».

Corría el nocturnal vallenato y el momento para la puya había de llegar. El hombre de El Paso y su pedazo de acordeón avanzaba en su turno, hasta cuando ocurrió lo jamás imaginado: peló una nota de su dominio absoluto: ¡Alejo peló un bajo! Y, enseguida, desmontó de sus hombros las correas del acordeón y paró su ejecución. La plaza se silenció. De tal ‘pelada de nota’ solo habían de darse cuenta, ipso facto, aquellos de oídos muy finos, los expertos en la materia.

Colacho, Alejo y Alfredo.

Entonces, en medio de aquel silencio sepulcral de una plaza repleta en plena final de la vigésima edición del Festival de la Leyenda Vallenata —primer Rey de Reyes, de cuatro que van ya: 1987, 1997, 2007 y 2017—, afloró en ese instante la grandeza de un hombre criado en la pura pureza de alma y honestidad de comportamiento, imperantes para aquellas épocas en nuestro campesinado: “Pueblo: me acabo de descalificar yo mismo”, dijo Alejo para la ovación casi absoluta del respetable. Y el jurado dejó que continuara la ejecución de ‘Ese pedazo de acordeón’.

La hora de dar a conocer el veredicto del jurado había de llegar en medio de un ambiente de tensión total —Electo Gil Bustamante o Jaime Pérez Parodi o Isaac León Durán habían de ser los presentadores— y apenas se soltó el nombre del vencedor por los amplificadores: «Nicolás ‘Colacho’ Mendoza», el público se alborotó. Comenzó entonces la más estruendosa lluvia de toda clase de objetos sobre la tarima, a la cual jamás había asistido. Al jurado, a invitados especiales, a colados y lagartos y a los periodistas que nos encontrábamos en las primeras filas, nos tocó guarecernos con las sillas sobre la cabeza. Como pude, empujando a uno y al otro, aquí y allá, salí de la plaza y me situé en una de las aceras exteriores, la de Telecom, para lograr un panorama más amplio y no perder detalles de lo que ocurría. Sonaron muchos tiros desde los fusiles del Ejército, pero no como salvas de saludo al nombre del Primer Rey de Reyes del Festival Vallenato, sino como meros disparos al aire para espantar a los inconformes por el fallo, que eran casi todos los asistentes. Pero estos no tenían razón en su disconformidad vandálica. ¡Colacho había ganado en franca lid! Hubo numerosos heridos.

Como había de contárselo hace pocas semanas a mi colega Guillermo Romero Salamanca, escribí, con inicio en portada, una detallada crónica para El Heraldo de aquellos albores de mayo. Horas después de la circulación de aquel tiraje, Consuelo Araújonoguera y toda la Fundación del Festival hicieron llegar a la dirección del periódico —vía telex— una carta de elogios para mí, por haber sido, escribieron ellos, el único periodista que, con profesionalismo y ética, no se dejó arrastrar por la vorágine periodística preconcebida de que era Alejo quien debía ganar el primer Rey de Reyes, y que, entre otros argumentos, alegaba que se lo merecía porque él había ganado, en 1968, el primer festival tras vencer a ‘El viejo Mile’, Emiliano Zuleta Baquero. Tal misiva se publicó también con comienzo en primera página de El Heraldo y su original lo conservé por muchos años, pero cualquier día se me extravió —junto con la placa y el trofeo al primer y único Rey de la Información Vallenata, 1984—, diría que en medio de los ajetreos de mi traslado de Barranquilla a Bogotá.

Pocos días después, a la ‘hora de mi Misericordia’ —tres de la tarde—, toda esa corriente del Cesar, emanada directamente desde el mismo Valledupar, ‘inundó’ las instalaciones de El Heraldo, en cabeza del primer Rey de Reyes Colacho Mendoza, a quien, antes de hacerlo hablar con la boca y con el acordeón, lo obligamos a quitarse el sombrero en la sala de Tertulias, cosa que él —según decía—, sólo hacía para acostarse a dormir. Allí, en el tertuliadero del matutino barranquillero, se lo quitó y había de hacerlo por protocolo, aunque en otros recintos se le aceptara que rompiera las reglas. 

Aquella tarde de mayo de 1987, casi toda la membresía de la organización del festival vallenato realizaba visita de cortesía a El Heraldo y, al final, hubo, con la digitación del primer Rey de Reyes del Festival de la Leyenda Vallenata, vespertina musical vallenata, serenata al atardecer para quien esto ha escrito y, como es de suponer, para El Heraldo también.

Así lo recuerdo… Así lo cuento.

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