Por Hernán Alejandro Olano García
Los museos, guardianes de la memoria colectiva, han sido también escenarios de intrigas y delitos dignos del mejor cine. Si en Europa el reciente robo de joyas napoleónicas en el Louvre volvió a revelar la fragilidad de la seguridad cultural, en América Latina los hurtos al arte han alcanzado proporciones igualmente alarmantes, aunque con menos resonancia mediática.
En Colombia, la obra del maestro Fernando Botero —símbolo universal del arte latinoamericano— ha sido víctima de varios robos. En 2002, desaparecieron del Museo de Antioquia las obras Un abogado (1994) y Cebollas (1986), ambas donadas por el artista a su ciudad natal. Años más tarde, en 2017, su escultura de bronce Maternidad fue sustraída de una galería en París, aunque recuperada poco después. Estos episodios confirman que la obra de Botero, admirada y codiciada en todo el mundo, también atrae a los ladrones de arte, por el prestigio del artista ya fallecido y el valor exorbitante de su producción.
El golpe más célebre del continente, sin embargo, ocurrió en México. En la madrugada de la Navidad de 1985, dos jóvenes ingresaron al Museo Nacional de Antropología y se llevaron 124 piezas precolombinas —máscaras, figuras olmecas y collares mayas— de valor incalculable. Fue considerado “el robo del siglo” en América Latina. La mayoría de los objetos nunca se recuperó, y el caso marcó un antes y un después en las políticas de seguridad museística del país.
Venezuela también fue escenario de un caso digno de novela policial. En el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, la célebre obra Odalisque in Red Pants (1925) de Henri Matisse fue reemplazada por una copia, sin que nadie lo notara durante más de una década. El original fue hallado en Miami en 2012, tras una investigación internacional. Aunque el autor no era latinoamericano, el episodio expuso la vulnerabilidad institucional del sistema cultural venezolano.
En Brasil, el robo del siglo XXI tuvo lugar en 2007 en el Museo de Arte de São Paulo (MASP). En menos de tres minutos, tres ladrones sustrajeron Retrato de Suzanne Bloch de Picasso y El labrador de café de Cândido Portinari, uno de los pintores más representativos del Brasil moderno. Ambas obras fueron recuperadas meses después, pero el suceso dejó en evidencia la sofisticación de las redes dedicadas al tráfico ilícito de arte.
Más al sur, en Argentina, el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires denunció en 2021 la desaparición de piezas del siglo XIX, algunas de las cuales reaparecieron en casas de subastas internacionales. Cada caso refleja una constante: la fragilidad del patrimonio cultural latinoamericano frente a un mercado negro global que mueve millones de dólares.
Mientras el cine ha romantizado el robo de arte con películas como El caso Thomas Crown (1999), The Monuments Men (2014) o Red Notice (2021), la realidad latinoamericana carece de glamur. Aquí, detrás de cada robo, hay una pérdida irreparable de identidad y de memoria colectiva.
El reto para los gobiernos de la región no solo consiste en blindar sus museos, sino también en educar a sus ciudadanos sobre el valor simbólico de cada pieza. Cada lienzo o escultura no es solo un objeto, sino una voz del pasado. Cuando desaparece, la historia se queda sin palabras.
También puede leer:
Cuando la tecnología deja de ser una herramienta y se convierte en coautora, la creatividad…
Como parte de su compromiso con la construcción de comunidades mejor preparadas y más resilientes,…
En el cruce de dos universos sensoriales —el del whisky de malta premium y el del café…
Octubre es tradicionalmente un mes especial para los niños y niñas en el país, marcado…
Cuando estás agotado, te acuestas y ya parece que todo apunta al descanso, tu cerebro…
miércoles 22 y jueves 23 de octubre, el Grupo de Medios de RCN presentará a…