Por Eduardo Frontado Sánchez
Como seres humanos, debemos reconocer que la vida es un viaje lleno de experiencias, algunas de las cuales nos llevan a lugares donde el entorno está totalmente adaptado y donde la figura de un cuidador o asistente es un apoyo invaluable. Este acompañamiento hace que el trayecto sea más ligero y disfrutable, en especial para quienes tenemos características o necesidades diferentes. Afortunadamente, existen servicios estructurados y pensados precisamente para facilitar esta experiencia, aunque a menudo se encuentran con desafíos que no se limitan a la planificación, sino que también involucran la actitud y preparación del personal encargado.
Recientemente, experimenté una situación que me dejó reflexionando sobre el estado de los servicios inclusivos y el papel que juegan los seres humanos en su ejecución. Durante un vuelo interno, necesitaba asistencia para la transferencia desde mi asiento hasta la silla de pasillo, y el personal asignado no parecía contar con la capacitación adecuada. Si no hubiera sido por la rápida intervención de la coordinadora de servicio y las azafatas, habría podido sufrir un accidente. Este episodio me llevó a reflexionar sobre cómo, en algunos casos, los problemas personales o la falta de preparación pueden afectar la atención a personas con necesidades de apoyo específico, poniendo en riesgo su seguridad y bienestar.
Es preocupante ver cómo, en ocasiones, los propios problemas o limitaciones personales interfieren en la capacidad de algunos trabajadores para desempeñar su labor de manera eficaz y humana. Es fundamental entender que el valor de nuestro trabajo no solo se mide por la eficiencia, sino por el impacto positivo que podemos generar en la vida de otros. La sociedad necesita personas comprometidas y conscientes de sus responsabilidades y de cómo sus acciones contribuyen al bienestar colectivo y a una sociedad verdaderamente inclusiva.
A través de este artículo, hago un llamado a la reflexión sobre la importancia de reconocer nuestras limitaciones personales y profesionales. Esta aceptación no nos hace menos fuertes; al contrario, nos permite comprender que el camino hacia una vida más plena e inclusiva requiere de esfuerzo y de una actitud de mejora constante. El trabajo no debería ser solo una vía de superación personal, sino también una oportunidad de aprender y nutrirse de las experiencias de otros.
Este evento que relato no me ha generado molestia, sino una profunda comprensión sobre la necesidad de motivar a una sociedad cada vez más orientada hacia la tecnología, a recordar y valorar su humanidad. El sentido de nuestro trabajo y de nuestra vida radica en comprender nuestro propósito, el «para qué» de cada acción. Este «para qué» debería entenderse como una oportunidad de crecimiento y de mejora, tanto a nivel individual como social.
Que este llamado a la conciencia inspire a cada uno de nosotros a redescubrir el valor de nuestras acciones y, con ello, a construir una sociedad más inclusiva, empática y humana.
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