Por Claudio Ochoa

Estamos cumpliendo 73 años de transcurrido el doloroso 9 de abril de 1948, que transformó, para perder vidas, perder buena parte de la bella arquitectura bogotana y de otras ciudades, dejando desolación, a la cabeza la pérdida del líder Jorge Eliécer Gaitán. Quedó también mucho odio entre la gente que vio sucumbir su esperanza, representada en este colombiano.

Entonces “no pasaba nada”, y pasó. Unos con su razón, otros por oportunismo, contribuyeron a destruir, incendiar, saquear, matar.

Jorge Eliécer Gaitán

Setenta y tres años luego, ya son menos los que repiten que aquí “no pasa nada”. Porque en el ambiente se evidencia –que nos ha llevado al temor—la feria en que está atrapada la hacienda pública, la destrucción que pesa sobre las nuevas generaciones, volvernos inviables, y todo por la plata. Los presidentes de la República llegan a repartirse los presupuestos junto a sus compinches, quién dijo que para servir a la Patria; los políticos lo mismo, sin distinción de color, a la hora de la repartija se ponen de acuerdo; los banqueros, los empresarios, que tire la primera piedra quien esté libre de culpa, etc., etc. Es la corrupción, pan de cada día, que ya poco o nada nos conmueve. El problema, dirán ya no pocos, es estar fuera de ella.

Los alzados en armas hace rato que son actores de primera en el festín del billete. No solo los de la pura coca, los que buscaban el solo poder político también se casaron con la coca, décadas atrás. Estos últimos quieren que “pase algo”, y desde el exterior y del interior se soban las manos cuantas veces los poderes públicos muestran su decadencia, mientras sigue la destrucción de la economía y el acabose en los hogares, como que antes eran base de la sociedad.

Desde la vecindad siguen los preparativos para que por fin “pase algo” en Colombia y de la actual puerta giratoria (llega un gobierno y causa daños, lo reemplaza otro y produce más desgracia, y así por turnos) aspiran a que la puerta quede fija, para perpetuarse un solo dueño en el poder, sin más elecciones o con ellas, pero solo de fachada.

El 9 de abril del 48 se salvó la institucionalidad. Porque bajo la hipótesis del asesinato de Gaitán como motivo para descalificar y tumbar al gobierno Ospina Pérez, se impuso la fuerza pública leal al sistema. También porque la esposa del presidente, la mano fuerte de doña Bertha, puso en su sitio a quienes acudieron al palacio presidencial buscando la renuncia del ingeniero Ospina. Y bajo el supuesto de que el asesinato de Gaitán y posterior masacre a Roa Sierra, tuviera la alocada esperanza de que la multitud terminara con la vida de Ospina Pérez y en medio de ello un Fidel Castro hiciera parte de un nuevo gobierno comunista, también falló la posible estrategia, porque esa multitud terminó embriagada por el exceso del licor y los saqueos sobre cuantos establecimientos comerciales encontraban a su paso.

Pero no podemos descartar que ahora pueda ocurrir un cambio extremo, el 29 de mayo de 2022, día electoral presidencial. Más y más desconfianza y rechazo sobre los partidos (como que están de remate) y los movimientos políticos, que siguen sin verdaderos liderazgos, honestos y capacitados para gobernar. Hasta a los más verdes se les asoma el rabo de paja.

Ya el cambio no será tumbando al gobierno de turno por la fuerza, o dando un giro al sistema económico mediante la violencia física, las armas y multitudes arrasando. El cambio que se está preparando será con instrumentos similares a los utilizados por los tradicionales, con ríos de dólares y oro, y mucho verbo.

La tradicional decadencia ya no puede inventar más, ya su credibilidad está en el punto más bajo, además, con su avaricia, han espantado, asustado a muchos buenos intencionados. Mientras tanto, los promotores un sistema como el socialismo siglo 21, nada tienen que perder y sí mucho por ganar, son la ilusión para quienes también nada pueden perder, porque poco tienen, y en cambio confían en una nueva oportunidad, en una renovación, votar por el que consideran menos malo, que ya no será el “malo” de antes. Es la nueva cara, cuidadosamente planeada, elaborada, con años y años haciendo turno.

El odio, la frustración de 1948 solo están dormidos, comienzan a despertar y se alistan a manifestarse en las urnas. El sistema de gobierno democrático (más bien lo que queda de él) sigue en el despeñadero y difícilmente se ve alguien, sea líder o sea agrupación política, que sirvan de freno y recuperación.  Ni siquiera la pandemia ha llevado a que los atracadores de cuello blanco reflexionen y enmienden, por el contrario, cómo los ha beneficiado, caminan sobre los muertos. Por fin puede pasar algo, de no poca monta, un nuevo 9 de abril sin retorno. Cómo deseo equivocarme.

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