Por Eduardo Frontado Sánchez
Resulta preocupante constatar cómo retrocedemos, cada vez más, en cuanto a la humanización y al sentido profundo de nuestra misión de vida en esta dimensión espacio-temporal. Una muestra de ello se refleja en el aumento sostenido de las tasas de suicidio a nivel mundial.
El avance tecnológico y las nuevas herramientas que exige la autopista del conocimiento no son, en sí mismos, criticables. Lo verdaderamente cuestionable es que, como sociedad, hayamos llegado a medir el éxito únicamente en función de lo material o de logros lejanos, olvidando que la vida es un viaje corto y valioso que merece ser disfrutado. El verdadero éxito no radica en acumular, sino en comprender que las grandes metas cuestan, sí, pero también producen la más honda satisfacción.
Nuestra fortaleza emocional como seres humanos se mide en la capacidad de encontrar soluciones y oportunidades incluso en la adversidad. Es natural sentirse abrumado; lo innegable, sin embargo, es que permanecer en la negatividad solo bloquea la posibilidad de construir salidas positivas para nosotros y para quienes nos rodean.
Aunque falta mucho camino por recorrer para consolidar una sociedad preparada para abrazar de manera equilibrada las herramientas que nos brinda el futuro, es justo reconocer que ya estamos rompiendo moldes y abriendo sendas hacia una mayor conciencia del bien común.
El mundo actual nos exige diversidad de perspectivas. Y esa diversidad no debe verse como fracaso, sino como una oportunidad de aprendizaje: un motivo para levantarse cada mañana con la convicción de reconocer fortalezas, identificar áreas de mejora y trabajar en ellas con humildad y constancia.
Cuando hablo de “volver a lo humano” no me refiero a renunciar a la tecnología, sino a integrarla de forma sabia con nuestra inteligencia emocional y espiritual. Solo así podremos usar la autopista del conocimiento como un puente, y no como un muro.
Entender el valor del tiempo de calidad con nuestros seres queridos es clave. La vida no siempre ofrece lo que creemos necesitar, pero siempre brinda la posibilidad de aprender y de valorar cada experiencia. Ese tiempo compartido no debe interpretarse como debilidad, sino como un acto de fortaleza que nutre nuestra dimensión humana y espiritual. Construir relaciones sanas desde la gratitud y el agradecimiento nos prepara emocionalmente para enfrentar la vida con resiliencia.
La frustración es parte del camino, pero de ella también se desprende la oportunidad de crecer. Lo esencial es no quedarnos atrapados en la caída, sino hallar en cada tropiezo la fuerza para levantarnos.
No creo que el suicidio pueda entenderse como una salida. Por el contrario, nuestro gran reto como humanidad es aprender a fortalecer la dimensión emocional y espiritual para abrazar, sin miedo y con esperanza, las herramientas que nos ofrece el presente. Recordemos siempre que lo humano nos identifica y que, en nuestras diferencias, también encontramos unión.
También puede leer:
Por Gabriel Ortiz De la noche a la mañana todo empezó a cambiar. Se inició…
*El Mundo* *El activista y comentarista ultraderechista estadounidense Charlie Kirk murió tras recibir un disparo…
El progreso global en materia de desarrollo se ve actualmente amenazado por múltiples crisis, que…
Por Iván Darío Hernández Umaña, Académico de Número de la Academia Colombiana de Ciencias Económicas…
El cuidado de los labios ha pasado de ser un gasto ocasional para convertirse en…
Esta tasa de crecimiento superó la registrada en junio, sumando un punto porcentual, impulsada por…