Por Álvaro Díaz. https://catholic-link.com/
Hace unos días estaba buscando material relacionado a los cuidados paliativos, dado que es el área en la cual he enfocado mi labor como médico. Y me interesa tener además herramientas que pueda usar en la docencia para los futuros médicos.
Encontré una reflexión interesante desarrollada por el médico español Jacinto Bátiz, especialista en medicina paliativa, llamada «decálogo para morir bien». Una propuesta para orientar a aquellos que acompañan a los enfermos en su etapa final de vida.
Les quiero compartir los puntos del decálogo con algunos comentarios adicionales esperando que puedan ser de mucha riqueza a la hora de tener la experiencia de estar cerca de una persona que viva esta etapa de su vida.
Este punto es la base, es la forma de aproximarnos a quien está vulnerable en sus momentos finales de vida.
Aunque por la condición de salud física se evidencia la limitación, la disminución en las capacidades y la dependencia de los demás, la persona enferma no tiene menos valor.
No es menos y su dignidad permanece intacta, pues esta radica en que sigue siendo un ser humano no solo en su realidad física y biológica, sino también en la psicológica y espiritual.
Con frecuencia sucede que el tema de la muerte no se menciona al enfermo. Es algo que no se conversa, pues se cree que es algo malo, negativo, que da miedo, que será motivo de mayor sufrimiento. Y que puede incluso, traer depresión o mucha tristeza.
Y es así como la persona tiene que callar y guardarse sus ideas, sus expectativas, temores, deseos, etc. ¡Cuánto desearía esta persona ser escuchada, comprendida y así acompañada en su experiencia!
Dada esta dignidad y valor, esta persona cuenta hasta el último momento. La libertad humana no es solo un derecho, sino un don de nuestra propia naturaleza.
Ser libres no es solo la capacidad de «hacer lo que quiera», además poder tomar decisiones sin condicionamientos, tras la consciencia de la realidad.
Por ejemplo, saber que ante la enfermedad ya no hay oportunidades de tratamientos curativos. Ayudar a una persona en momentos de fragilidad es permitirle expresar cuáles son sus preferencias de cuidados, cómo desearía vivir el tiempo que haya por delante.
No se trata como suele suceder que otros eligen por ellos, ya sean los médicos o la familia. Que con buena intención de ayudar terminan asumiendo las opiniones y los deseos del enfermo. Muchas de ellas sin estar en la misma sintonía de lo que hubiera sido el parecer del paciente.
Uno de los escenarios ideales para una muerte en paz y tranquila es aquel que permite la cercanía de la familia, los seres más queridos.
Ciertamente esto alivia muchos de los sufrimientos propios de la enfermedad, como puede ser el sentirse solo, angustiado o con muchas incertidumbres.
No es lo mismo caminar por senderos complejos solos que en compañía de quienes nos pueden alivianar las cargas.
Aunque sucede, la muerte en cuartos de hospitales o en cuidados intensivos no siempre es lo deseable, dada la limitación de que esta persona pueda estar más rodeada de sus seres más cercanos.
Se cree que no contar toda la verdad con respecto a la enfermedad y el pronóstico puede evitar sufrimiento. Pero con la pretensión de ayudar de esta manera, se puede ocasionar mayor dolor.
Pues las personas van sintiendo que las condiciones de salud no mejoran y se frustran porque no entienden todo lo que está pasando.
La verdad, aunque puede ser difícil de asimilar en ocasiones, siempre va a ser un paso para ser más libres. La mentira o simplemente el hecho de ocultar, finalmente trae mayor dolor.
Ciertamente no todos pensamos igual, no todos hemos tenido las mismas historias de vida, las mismas perspectivas, y estas diferencias no siempre son malas.
Hay aspectos que son objetivos y cada uno no puede elaborar su propia verdad. Pero en esta etapa de la vida es importante considerar la individualidad y mostrar respeto por los deseos, expectativas y preferencias de cómo vivir este tramo final de la vida.
Que su vocación sea la de ayudar a las personas a afrontar la muerte. No solo es necesaria la ciencia y los conocimientos para cuidar en estos momentos.
Se necesitan valores como la compasión, la capacidad de servicio, el sacrificio, el poder comprender el sufrimiento del otro y ser capaces de acompañar y escuchar.
La medida es el amor, bajo la máxima de tratar al otro como quisiera ser tratado yo. Amar como quisiera ser yo amado, entregar con mucha generosidad.
Este puede ser un buen criterio para discernir cómo obrar, con la medida del amor misericordioso.
Que me ayuden a no sufrir mientras llega la muerte. Una de las premisas de los cuidados paliativos es que reafirman el valor de la vida y respetan el ciclo natural de la vida y la muerte.
Su práctica se distancia de lo que se conoce como eutanasia, que es acelerar la muerte y la obstinación terapéutica que es tratar de prolongar la vida a costa de mayor sufrimiento.
Quienes cuidan y acompañan han de comprender que cualquiera de estas dos posturas, que se alejan de la naturaleza de la vida, traen mayor sufrimiento.
Y de lo que se trata es de ofrecer alivio al dolor y al sufrimiento, no que por buscar erradicarlo se termine justificando cualquier medio.
Uno de los aspectos valiosos de la medicina paliativa, es que ofrece alivio del sufrimiento también a las personas cercanas al enfermo, como lo son sus familiares y sus cuidadores.
Esto se realiza mientras la persona enferma está con vida y luego de su muerte se sigue velando porque la experiencia de duelo sea llevadera.
No quiere decir que no vayan a sufrir o sentir dolor, pero sí que sea menos tortuosa y la puedan afrontar con mayor fortaleza y esperanza.
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