Por: Julián Escobar
Vespasiano, un habitante de calle de la localidad de Usaquén departe en una acera asustado por la presencia de un funcionario del distrito. La comunidad le teme por su apariencia demacrada y además porque les inspira sensación de inseguridad. Es precisamente a este personaje al que la Secretaría de Integración Social de Bogotá viene de censar para conocer cómo solucionar la condición y abordar soluciones.
Afirma varias veces que su nombre es Vespasiano, pero esto queda en duda. Varios transeúntes lo saludan y lo llaman Máximo, Severo, César. Los nombres indican una afición por la historia romana, a la vez que se siente ha perdido su identidad. La funcionaria de Integración Social comenta que esta es la realidad de muchos que viven en la calle que a través del tiempo y esconderse de sus familias, acreedores peligrosos llamados gota a gota, expendedores de droga, entre otros, no cargan cédula, ni dicen verdaderamente quiénes son.
Explica Vespasiano su historia. Vino de Cumbitara en el año 97 a Bogotá para probar fortuna ya que había una oportunidad de ayudar trabajar con un familiar. Al llegar a la terminal Salitre, fue víctima de la modalidad de escopolamina por un taxista y terminó abandonado a su suerte en un campo cerca a lo que hoy es la Represa del Sisga. Regresar a Bogotá fue una odisea ya que su aspecto demacrado y la falta de plata no lo ayudaban. Tras llegar, pasó varios días durmiendo en la calle hasta que logró conseguir unas monedas para llamar a su tierra natal desde un Telecom, en épocas donde no existía el celular y así salvarse. Lo que pasó después lo convenció de que habitar en calle era el mejor refugio. Esos días de hostilidad le habían dado un buen sustento, mientras vivir con sus familiares a quienes ayudaba a recibir cargamentos de leche provenientes de Nariño era un desgaste con un arriendo caro de una habitación y largas jornadas de lunes a sábado donde ganaba un salario mínimo.
Toda esta condición lo llevó a la calle. Pasó de vendedor ambulante cerca a la calle 85, para luego mendigar y así descubrió que ganaba más que un salario mínimo de la época si se dedicaba tiempo completo a oficios de poca monta como limpiar vidrios o vender dulces. Cayó luego en ojos de un jíbaro del sector quien le cobraba por protección en los andenes de alrededor al Centro Andino en la carrera 11 con calle 82. Su familia en Cumbitara dura y alejada no le dirigía la palabra a pesar de que alternaba esta actividad con recibir cargamentos de leche. Un día se le dio por probar el producto del supuesto protector y encontró una forma de escapar a los trasnochos, jornadas duras y arriendos impagables de una tía. Poco a poco dejó de ir a la casa de los familiares y consiguió una pieza que se arrienda por días llamada paga diario en el centro de Bogotá. La historia se tergiversa entre riñas con otros habitantes de calle, escapes de vendedores de droga, pero siempre una sensación de miedo. Comenta que el peor enemigo de un ser humano es otro y que así ha pasado casi veinte años en ese estilo de vida.
Para conocer más del censo que se está haciendo, se envió un derecho de petición a la Secretaría de Integración Social. Este consiste en un censo relámpago a lo largo de la ciudad para conocer la edad, género y características de la población. Durante quince días equipos de esta secretaría recorrieron Bogotá para esta labor. Un futuro alarmante ha arrojado la muestra ya que en 2017 había 9,538 personas en esta condición y se espera obtener un dato muy similar al de 2023 donde había 10,240 ciudadanos durmiendo en la calle. De igual forma la respuesta aborda que lo principal es que los funcionarios no tengan temor y que en caso de sentir peligro, solamente deben describir la persona que observaron.
No está tan alejada de la realidad en su respuesta. Afirma Integración Social que, durante el censo de 2017, había 2,000 personas vinculadas a programas sociales y en el de 2023, 3,400 que eran menores de 29 años. No hubo registros de género. Sorprende que más del 20% de la población tenga ayudas estatales y no abandonen la pobreza extrema. De igual forma hay una amplia oferta institucional donde también se les dan lugares de paso, convenios con fundaciones, entre otros que estos no aceptan.
Una de estas fundaciones es la Fundación Antioquía donde se atienden personas con problemas de drogadicción. Uno de los rehabilitados es un hombre quien al igual que Vespasiano usa un nombre falso el cual es Duitama. Salió de Antioquía en 2012 y escribió un libro acerca de la drogadicción y el rol que tuvo su familia y la fundación en hacerle ver que su condición era difícil.
Al buscar sobre el famoso Cucho se corrobora lo que afirma Vespasiano. Este personaje llamado El Cucho Antonio Reyes fue protagonista de una película llamada Memorias Del Calavero, vivió su vejez, enfermo con nostalgia de su pueblo natal en Santander. Mezcla una red de verdades a medias como Vespasiano sobre su vida y datos crudos, sobre los prontuarios de más de un personaje de esta condición que viven en paranoia y miedo de todo.
El censo que se hace este año debería contar con personaje como Vespasiano que abren la puerta a este mundo. Los datos estadísticos que se encuentren van a corroborar muchas cosas de leyendas urbanas como la íntima relación con la droga, el rechazo de la gente mediante el miedo, el abandono de sus familias y más aún, un romanticismo por volver a su tierra natal y abandonar las ciudades grandes. Como bien lo dice Vespasiano, este es un estilo de vida y por más dinero que se les dé, en muchos casos irá a parar a un colchón viejo, como en el caso de Duitama.
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