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El dólar como fenómeno emergente: cuando el mercado no obedece a las ecuaciones

Por Iván Darío Hernández Umaña – Académico de Número de la ACCE
La tasa de cambio volvió a sorprender. El dólar retrocedió a mínimos de cuatro años y el peso colombiano se fortaleció justo cuando muchos pronosticaban lo contrario. Y apenas sucedió, aparecieron las explicaciones de siempre: “es por la tasa de interés”, “es por la deuda”, “es por el riesgo país”.

Pero esas explicaciones tienen un problema de fondo: son lineales para un sistema que no es lineal. Intentan meter en una ecuación algo que, en realidad, se comporta como una red viva.

En esta columna quiero mostrar que el dólar, más que un “precio determinado”, es un fenómeno emergente: el resultado inesperado de la interacción entre miles de agentes, expectativas, flujos globales y decisiones que no están coordinadas. Y que, por lo mismo, es hora de que la economía colombiana deje atrás el dogma de las causas únicas y empiece a pensar cómo piensa la realidad: en sistemas.

1. La economía lineal ya no alcanza para explicar la tasa de cambio

Durante décadas se nos enseñó que el dólar subía o bajaba por dos o tres variables: la tasa de interés del Banco de la República, el riesgo país o los precios del petróleo.

Ese reduccionismo funcionaba en el papel, pero no en el mundo real.
Hoy, con mercados globales hiper interconectados, el precio del dólar ya no se mueve como una polea sino como un enjambre: cambian las condiciones, los actores se mueven, las expectativas se contagian, y de repente vemos una caída de 200 pesos sin que nadie pueda atribuírsele a un solo factor.
Decir que el dólar baja “por la tasa de interés” es como decir que un aguacero cayó “por una nube”: explica, pero no comprende.

2. Lo que muestran los hechos: un sistema en acción
La reciente caída del dólar lo revela con claridad. Los análisis más serios hablan de cinco motores simultáneos:

1. Entradas masivas de dólares por operaciones de deuda del Gobierno, que inyectaron más de 4.000 millones de dólares al mercado.
2. Un dólar global más débil, afectado por la política monetaria de la Fed.

3. Tasas internas aún altas, que vuelven atractivo al peso frente a economías emergentes.
4. Inversionistas reposicionándose ante un fin de año sin grandes sobresaltos externos.
5. Expectativas que se retroalimentan: cuando el dólar cae, más agentes apuestan a su caída.

Esto no describe un motor aislado. Describe un fenómeno emergente.

Es decir: un resultado que no puede explicarse sumando las partes, porque surge de la interacción entre ellas. Así como en Colombia sabemos que un buen sancocho no depende sólo del agua o del plátano, sino del conjunto.

3. Cuando la tasa de cambio revela más que los modelos
El tipo de cambio no se comporta como un “precio de equilibrio”.

Ese lenguaje pertenece a un mundo que ya no existe.

Hoy el dólar se mueve como un sistema adaptativo complejo:

Cambia según la densidad de flujos financieros.

Reacciona a shocks globales que no controlamos.

Se amplifica mediante expectativas y contagio.

Y muestra dinámicas no lineales: con la misma tasa de interés puede subir o bajar 200 pesos dependiendo del contexto.

Los economistas seguimos hablando de desalineamientos y fundamentals, pero la verdad es más sencilla y más incómoda: la tasa de cambio no obedece a un centro de mando.

No la controla el Banco de la República, ni el Gobierno, ni la Fed.
Lo emergente es lo que ocurre entre todos ellos.

4. ¿Y qué significa esto para Colombia?

Significa varias cosas profundas:

a) Dejar de buscar culpables o héroes. No hay un ministro que “derrote el dólar” ni un banquero central que “controle todo”.

Lo que existe es un sistema que reacciona a señales múltiples.

b) Entender que la política monetaria actúa dentro de un ecosistema. Una tasa de interés aislada no basta.

Si no hay coordinación institucional y confianza, su efecto sobre el dólar se diluye —como lo demostró 2023–2024.

c) Aceptar que la tasa de cambio tiene zonas de atracción, no equilibrios.

Los mercados no buscan un precio “justo”: se mueven entre rangos donde operan fuerzas competitivas y expectativas cambiantes.

d) Reconocer que el país necesita alfabetización económica crítica. No podemos analizar fenómenos complejos con explicaciones que reducen todo a un solo botón.

Eso infantiliza el debate y vuelve dependiente a la ciudadanía.

5. El dólar como espejo de nuestra propia complejidad
En Colombia nos gusta pensar que “alguien debe tener la culpa” de todo.

Queremos certezas. Queremos que el dólar obedezca.

Pero la realidad económica —como la vida— funciona de otra manera:
los resultados emergen de muchas interacciones.

No hay una mano invisible, sino miles de manos visibles jalando en direcciones distintas.
Reconocer eso no nos resta control; nos lo devuelve.
Porque nos obliga a pensar mejor, a dialogar sin dogmas y a construir instituciones capaces de navegar la complejidad en lugar de negarla.

6. Volver a la comba al palo

Una economía que entiende su complejidad aprende a “hallarle la comba al palo”: No lucha contra el sistema, lo lee, lo acompasa, y diseña políticas que refuercen la resiliencia, no la ilusión de control.

Eso significa mirar la tasa de cambio no como un problema que hay que arreglar, sino como una expresión emergente de nuestra posición en el mundo.
Y significa, sobre todo, dejar atrás la idea de que la economía es una colección de ecuaciones.

Es un tejido vivo, simbólico, emocional, institucional y político.
Y el dólar es apenas una de sus fibras.

Conclusión
Cuando entendemos la tasa de cambio como un fenómeno emergente, dejamos de buscar explicaciones mágicas y comenzamos a ver lo que realmente importa: la calidad de nuestras instituciones, la coordinación entre actores, la confianza social y la capacidad colectiva para enfrentar la incertidumbre.
Colombia no necesita adivinos del dólar. Necesita ciudadanía crítica, datos con contexto, y economistas que no vendan certezas sino comprensión estructural.
Ese es, al final, el paso más profundo hacia una economía al servicio de la vida y no del dogma. 

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