Por Hernán Alejandro Olano García, Constitucionalista
La historia constitucional colombiana —esa trama compleja de rupturas, silencios, exclusiones y ocasionales triunfos de la libertad— tiene en Juan José Nieto Gil una de sus paradojas más elocuentes. Presidente legítimo de los Estados Unidos de la Nueva Granada entre el 25 de enero y el 18 de julio de 1861, intelectual autodidacta, militar del orden federal, escritor, historiador y primer y único presidente afrocolombiano de la Nación, Nieto representa la prueba viva de que la igualdad, en nuestra tradición republicana, fue un principio proclamado mucho antes de ser respetado.
La Ley 2549 del 29 de octubre de 2025, al rendir homenaje a su memoria y ordenar acciones institucionales para preservar su legado, no es solo una norma conmemorativa: es la explícita admisión del Estado colombiano de que la exclusión histórica tiene reparación, y que el reconocimiento también es un acto de justicia constitucional.
I. El Presidente olvidado por la historia oficial
Juan José Nieto Gil nació en Sibarco (Baranoa, Atlántico), un territorio periférico para la geografía política del siglo XIX. Su ascenso desde la marginalidad socio-racial hacia las más altas magistraturas del federalismo granadino constituye un ejemplo singular dentro de las repúblicas americanas: un hombre afrodescendiente ocupó la Presidencia de un Estado nacional en 1861, casi un siglo antes de que los movimientos de derechos civiles transformaran la política hemisférica.
Su obra intelectual —Los Moriscos, Rosina, su Geografía de la Provincia de Cartagena— demuestra que el liberalismo del Caribe colombiano no fue exclusivamente una empresa de élites blancas, sino también el producto de criollos mulatos y negros que, como Nieto, entendieron la República como un proyecto de ciudadanía universal, no de privilegio racial.
Sin embargo, la historia oficial decidió borrarlo. Su retrato fue ocultado, su nombre omitido, y su condición de presidente, diluida en los relatos hegemónicos. Durante décadas, la Nación negó la evidencia que hoy reivindica la Ley 2549.
II. El federalismo y la legitimidad constitucional de Nieto
El ascenso de Nieto a la Presidencia se produjo en el contexto turbulento de la guerra civil de 1860–1862. Tras la marcha de Tomás Cipriano de Mosquera sobre Bogotá, y en medio de la descomposición del orden político, Nieto asumió la jefatura del Estado.
Su legitimidad no proviene de una anomalía política sino de las reglas del federalismo granadino:
Lejos de ser un «accidente histórico», Nieto encarna la flexibilidad constitucional del siglo XIX, donde las federaciones entendían la unidad nacional como suma de soberanías territoriales. Su presidencia es expresión legítima de la arquitectura institucional de su época.
III. Igualdad: la deuda constitucional más larga de Colombia
Que el primer presidente afrocolombiano haya gobernado en 1861 y que su reconocimiento oficial solo ocurra en 2025 expresa la disonancia entre Constitución y realidad.
Nieto fue jefe de Estado en una nación que, en su Constitución de 1853, ya prohibía la esclavitud y proclamaba derechos individuales; sin embargo, la sociedad siguió estructurada por jerarquías raciales persistentes.
La invisibilización posterior de Nieto demuestra que el racismo institucional no siempre opera mediante normas discriminatorias, sino mediante mecanismos más sutiles: la omisión, el silenciamiento, el omitido de la memoria colectiva.
Con la Ley 2549, el Congreso reconoce explícitamente su carácter de primer y único presidente afrocolombiano, y ordena al Ministerio de las Culturas y al Ministerio de Educación crear centros educativos, divulgar su legado y promover investigaciones sobre su vida y su obra. No se trata únicamente de un homenaje post mortem, sino de una política pública de memoria histórica que busca reparar, al menos simbólicamente, la injusticia constitucional que supuso su exclusión.
IV. La memoria como mandato constitucional
La ley establece acciones concretas:
Estas disposiciones transforman el reconocimiento histórico en una política constitucional de memoria, coherente con el artículo 7 de la Constitución de 1991, que reconoce y protege la diversidad étnica y cultural de la Nación, y con los mandatos contemporáneos de acciones afirmativas para superar discriminaciones históricas.
V. Juan José Nieto Gil: un símbolo necesario
En la historia de las repúblicas, los símbolos importan. Nieto es uno que Colombia se había negado a sí misma durante más de 160 años. Su figura permite reescribir la historia constitucional desde una perspectiva más inclusiva, más honesta y acorde con el pluralismo que proclama la Constitución vigente.
Nieto demuestra que la pertenencia a la Nación no proviene de la raza, del linaje ni de la procedencia social, sino de la capacidad de servir a la República. Su vida es el testimonio de una ciudadanía que se construyó desde la adversidad, la inteligencia y la convicción democrática.
La Ley 2549 no reescribe la historia; la corrige. No inventa un presidente afrocolombiano: lo reconoce. Y ese acto, tardío pero necesario, constituye un avance en la construcción de una memoria democrática donde la igualdad no sea solo promesa, sino experiencia compartida.
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