Por Eduardo Frontado Sánchez
En una sociedad como la actual, donde no estar de acuerdo con una postura política puede costar la vida sin importar las consecuencias, resulta más que necesario detenernos un momento para reflexionar y preguntarnos qué estamos construyendo como sociedad y hacia dónde nos dirigimos.
La pregunta parece sencilla, pero en realidad es profunda, porque exige introspección y depende de nuestras metas y valores como seres humanos. Parar no es un signo de debilidad, es muchas veces un acto de sanidad mental y emocional. Lo importante es que esa pausa sea un tiempo de calidad, un tiempo que no solo nos construya como individuos, sino que también nutra nuestra perspectiva de vida.
En esta línea de parar, nutrir y crecer, recientemente tuve la oportunidad de reencontrarme —como todos los años— con un gran amigo que por circunstancias de la vida vive fuera del país. A pesar de la distancia, nuestra amistad se mantiene sólida, inquebrantable.
Nuestro programa favorito, cuando vivíamos en la misma ciudad y todavía hoy, es acudir a misa. Y así como detenerse es necesario, también lo es el encuentro con Dios, porque nos define como seres humanos y nos permite aferrarnos a la fe para ver la vida de una manera más amable. El simple hecho de ir juntos a misa no solo ha fortalecido nuestra amistad, sino que también nos recuerda el valor del reencuentro con lo humano y con nuestra propia esencia.
Observo con preocupación el desparpajo y la maldad que parecen haberse normalizado en el mundo. Avanzamos en tecnología, pero en humanidad retrocedemos, y es allí donde me pregunto si realmente damos importancia a los valores humanos o si lo que prevalece es la indiferencia, la maldad y los antivalores.
Resulta triste —pero cierto— entender que no solo la política rige al mundo, sino que además tiene dos vertientes: la del bien y la del mal. Y en demasiadas ocasiones, algunos prefieren inclinarse por la segunda porque es más fácil o más rentable.
Como sociedad aún nos falta mucho para reencontrarnos, abrazarnos de verdad y comprender la profundidad de nuestras acciones sobre los demás. Pero más profundo todavía es preguntarnos en qué lado queremos estar: ¿del lado de quienes construyen o del de quienes destruyen?
Bajo mi punto de vista, prefiero construir. Creo firmemente en el debate y en las distintas posturas humanas que, lejos de dividirnos, deberían servir para unirnos y generar consenso.
Lamentablemente, palabras como paz y consenso parecen borradas del contexto global. Hoy todo se reduce a un “quítate tú para ponerme yo”, de manera violenta, despiadada y con una preocupante pérdida de valores.
Por eso considero invalorable detenerse y reflexionar: ¿qué puedo construir en medio de tanto conflicto?, ¿qué está dentro de mi foco de control y qué no? Y aunque lo que esté fuera de mi control siga formando parte del contexto en el que vivo, mi responsabilidad es conocerlo, entenderlo y actuar desde la coherencia.
Es urgente recordar que lo humano es lo que nos identifica y que lo distinto nos une, pero no de la boca para afuera, sino con acciones concretas y coherencia en nuestro comportamiento cotidiano.
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