Por Mauricio G. Salgado–Castilla @salgadomg
La mañana apenas despertaba en el pequeño apartamento de María. La luz tenue entraba filtrada por las cortinas beige, y en la mesa de la cocina humeaba una taza de café recién hecho. Afuera, la ciudad seguía su ritmo acelerado, pero dentro de casa había un silencio que no era paz: era un silencio pesado, casi denso, que parecía llenar el aire con una especie de tristeza invisible.
María se sentó lentamente, tomó la taza con ambas manos y la acercó a su pecho, buscando sostenerse en algo tibio. Llevaba semanas amaneciendo así: con un nudo en la garganta, una presión en el pecho y un agotamiento que ningún examen médico lograba explicar. El cuerpo le hablaba, pero ella aún no sabía escucharlo.
Mientras revolvía el café, veía cómo el remolino se formaba y se deshacía, igual que sus pensamientos:
“¿Será que algo está realmente mal en mí? ¿O es simplemente que ya no tengo fuerzas?”
“Antes podía con todo… ¿cuándo se volvió tan difícil respirar? ¿Por qué me duele el cuerpo sin razón? ¿Por qué siento que ya no soy la misma?”
No era fácil admitirlo, pero María cargaba una tristeza fina, silenciosa, de esas que se instalan sin pedir permiso. Y junto a ella, venía la angustia, ese sentimiento que se enrosca en el estómago y hace que todo parezca más pesado de lo que realmente es. El cuerpo lo sabía desde hacía tiempo. Ella, apenas comenzaba a comprenderlo.
En ese momento, su hija Lucía entró a la cocina.
—Mami, ¿dormiste bien? —preguntó con esa mezcla de ternura y preocupación que solo los hijos tienen.
María intentó sonreír.
—Más o menos, hija… creo que estoy cansada.
Lucía se acercó y le tomó la mano.
—Mami, yo te veo. Algo te está pesando… y no es solo cansancio. ¿Quieres hablar?
María sintió el nudo en la garganta crecer, pero también un pequeño alivio.
—No sé por dónde empezar —susurró—. Solo sé que me duele… aquí —y llevó una mano al pecho—. Y aquí también —tocando su frente.
Lucía respiró hondo.
—Mami… a veces el cuerpo grita lo que el corazón no se atreve a decir. Podemos hablarlo juntas.
Esa frase abrió un espacio nuevo para María. Por primera vez logró reconocer algo que venía evitando: que muchos de sus dolores no nacían en el cuerpo, sino en los sentimientos que había guardado durante demasiado tiempo.
Y es aquí donde su historia se encuentra con el corazón del Capítulo 2 del libro. Lo que descubrí al conocerme después de los 50:“¿Quién soy yo emocionalmente?”. Porque muchas veces, no sabemos responder esa pregunta. Sabemos quiénes somos profesionalmente, quiénes somos para los demás, quiénes somos en casa… pero ¿quién soy yo cuando me quedo solo conmigo y con lo que siento?
Una tristeza sostenida puede convertirse en un dolor real.
Una angustia no atendida puede transformarse en opresión en el pecho, insomnio o agotamiento extremo.
Lo emocional y lo físico son dos caras de la misma experiencia humana.
En este capítulo, hablamos justamente de eso: de cómo las emociones son brújulas internas que, cuando las ignoramos, empiezan a pedir atención de maneras cada vez más intensas. No para castigarnos, sino para guiarnos. Para mostrarnos qué necesita atención, qué necesita ser nombrado, qué necesita ser escuchado.
La mañana en que María escuchó a su hija decir “el cuerpo grita lo que el corazón calla”, inició un cambio profundo. Entendió que no era débil ni exagerada: era humana. Era una mujer a la que el cuerpo le estaba pidiendo reconocer su mundo emocional, mirarse con cariño y darse el cuidado que llevaba años posponiendo.
Ese es el propósito de preguntarnos “¿Quién soy yo emocionalmente?”: abrir un espacio de verdad íntima donde podamos escucharnos, sin juicio, con compasión. Porque cuando somos capaces de nombrar lo que sentimos, el cuerpo ya no necesita cargar con ese peso.
El bienestar emocional no empieza por “ser fuertes”, sino por conocer y entendernos. Empieza cuando dejamos de luchar contra lo que sentimos y nos permitimos, simplemente, sentir, por eso:
¿Qué tanto conoces tus emociones después de los 50?
Agradezco cualquier comentario o aporte que quieras compartir
conocermedespuesdelos50@gmail.com
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