Según la evidencia genética, eso sucedió hace unos 600.000 años, justo después de que nuestra línea evolutiva se separara de la de neandertles y denisovanos

¿Cuáles fueron los primeros animales domesticados por el hombre? Algunos podrían pensar que los perros, otros que los gatos, las ovejas o las vacas… Pero todos se equivocarían. De hecho, según un nuevo estudio recién publicado en Science Advances por científicos de la Universidad de Milán, cuando nuestros primeros antepasados empezaron a domesticar a las criaturas más útiles de su entorno, no hicieron más que seguir una tradición que comenzó mucho antes, y con un animal completamente distinto: nosotros mismos.

Los autores del estudio, en efecto, han hallado evidencia genética que refleja algunos de los elementos de la domesticación, y que sugiere con fuerza que los primeros humanos modernos, nosotros, nos domesticamos a nosotros mismos justo después de que nuestra línea evolutiva se separara de sus parientes más próximos, neandertales y denisovanos, hace cerca de 600.000 años.

Según el estudio, esa domesticación es, de por sí, una prueba de por qué los seres humanos modernos somos tan diferentes a nuestros antepasados primates.

En todas las especies domésticas, la domesticación abarca un conjunto de cambios genéticos y físicos que van surgiendo a medida que una especie va siendo criada para ser más amigable y menos agresiva. Por ejemplo, en los perros y zorros domesticados, algunos de esos cambios se hacen evidentes en sus dientes y cráneos más pequeños, orejas flexibles y colas más cortas. Y esos cambios físicos se relacionan con el hecho de que los animales domesticados tienen menos cantidad de un cierto tipo de células madre, llamadas “de cresta neural”.

Se da la circunstancia de que también los humanos modernos son menos agresivos y mucho más dispuestos a cooperar entre sí que la mayor parte de nuestros antepasados. Por no hablar de los cambios físicos, que también son evidentes, como demuestran el tamaño del cráneo y los arcos ciliares menos pronunciados. ¿Pero se trata realmente de signos de domesticación?

Giuseppe Testa, uno de los firmantes del artículo, y sus colegas de la Universidad de Milán ya sabían que existe un gen, el BAZ1B, cuya acción resulta determinante en la disposición y organización de las células de la cresta neural. La mayoría de las personas poseemos dos copias de este gen pero, curiosamente una de esas copias está ausente en personas con síndrome de Williams-Beuren, un trastorno relacionado con deficiencias cognitivas, cráneos pequeños, rasgos faciales característicos y una extremada tendencia a la amistad y el cariño.

Para saber cuál era el papel de BAZ1B en todas esas características, los investigadores cultivaron 11 líneas de células madre de la cresta neural: cuatro de personas con el síndrome; tres de personas con un trastorno diferente, aunque relacionado con el Williams-Beuren; y otras cuatro de personas sin ninguno de esos trastornos. Después ajustaron, a más o a menos, la actividad del gen en cada una de las 11 líneas celulares para comprobar lo que sucedía.

De este modo, Testa y sus colegas se dieron cuenta de que esos ajustes afectaban también a centenares de otros genes se se sabe que están involucrados en el desarrollo facial y craneal. Y descubrieron que, como norma general, un gen BAZ1B alterado llevaba a las características faciales diferentes de las personas afectadas por el síndrome de Williams-Beuren.

Después, los investigadores buscaron esos cientos de otros genes afectados por el BAZ1B en humanos modernos, dos neandertles y un denisovano, y descubrieron que todos ellos habían sufrido una serie de mutaciones. Lo cual sugiere que la selección natural los estaba cambiando. Resulta que muchos de esos mismos genes alterados también se han observado en animales domésticos, y eso llevó a los investigadores a pensar que también los humanos modernos se habían sometido a un proceso reciente de domesticación.

Por supuesto, el estudio ya ha empezado a suscitar reacciones de todo tipo. Algunos, por ejemplo, apuntan que probablemente haya muchos más genes jugando un papel en la domesticación, mientras que otros subrayan que existen sutiles diferencias entre la domesticación humana y la animal.

En todo caso, los autores de la investigación creen que han hallado evidencias suficientes de que los humanos se domesticaron a sí mismos mucho antes que a otros animales. El por qué lo hicieron es otra cuestión, una que no tiene una respuesta fácil. Es posible, por ejemplo, que a medida que las personas empezaron a formar las primeras sociedades cooperativas, la evolución favoreciera a aquellos que mostraban características menos dominantes o agresivas. En todo caso, ninguna otra especie ha conseguido, que sepamos, hacer lo mismo.

Textos y fotos: elmundoalinstante.com

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