Grabado de Paracelso

Por: Pedro Gargantilla M.D. Elmundoalinstante.com

A lo largo de la Historia de la Medicina han sido muchos los metales que han formado parte del arsenal terapéutico de los galenos

Ahora sabemos que los elementos metálicos de la tabla periódica están entre los compuestos más tóxicos para el hombre, que puede producir una enfermedad aguda, desarrollada tras el contacto a una dosis elevada, o bien una patología crónica por exposición prolongada a dosis baja.

Sin embargo, durante siglos estos efectos no se conocían y fueron utilizados para tratar las más diversas dolencias o, simplemente, como sustancias cosméticas.

En este sentido, en el antiguo Egipto era bastante usual pintarse en tonos verdosos los párpados inferiores, mientras que para las cejas y las pestañas se prefería utilizar un polvo elaborado con plomo o antimonio al que se conocía como al-kohol.

Los primeros químicos fueron los alquimistas

En la Edad Media surgió la alquimia, un vocablo que deriva del término árabe alkimiya –mezcla de líquidos- y del griego chyma –fundir o derretir-. Su principio básico era la transmutación, que tenía por objeto transformar cualquier metal en oro.

No tardó en surgir entre los alquimistas la inquietud de aplicar su conocimiento al tratamiento de las enfermedades, enarbolando como estandarte al mercurio, al que consideraron un aqua vitae.

Djabir ibn Hayyán, un alquimista árabe más conocido como Geber, empleó en el siglo octavo el vinagre de Saturno, una solución incolora de acetato de plomo, para tratar de forma tópica algunas enfermedades.

El mal de los franceses

En 1494 una epidemia se extendió como el aceite por el Viejo Continente, unos la bautizaron como la “enfermedad de los franceses”, otros como el “mal de los italianos” y nuestros vecinos como “la enfermedad de los españoles”. Esta patología no era otra que la sífilis.

El médico italiano Girolamo Fracastoro defendió el tratamiento con mercurio como el remedio más eficaz frente a esta plaga. La receta recibió el nombre de “ungüento napolitano” y consistía en mezclar, de forma adecuada, el metal con grasa de cerdo.

Debido a que este tratamiento se prolongaba durante años e incluso durante toda la vida, no tardó en hacerse famosa la expresión: “una noche con Venus y una vida con Mercurio”.

Todo depende de la dosis

Phillipus Aureolus Teophrastus Bombastus von Hohenheim –más conocido como Paracelso- fue un médico helvético que vivió en el siglo XVI y que estudió el efecto beneficioso de los metales en nuestro organismo.

Su experiencia en este campo le hizo comprender que había que tener mucho cuidado con la cantidad de “fármaco” que se administraba ya que, según sus propias palabras, “la dosis correcta diferencia un veneno de un remedio”.

De todos los metales Paracelso mostró un especial interés por el mercurio, al que atribuyó una acción diurética en aquellos pacientes que sufrían hidropesía.

Sus seguidores defendieron a ultranza los efectos beneficiosos de estos compuestos, sin detenerse a analizar sus posibles toxicidades, lo cual se tradujo en un océano de indeseables efectos secundarios en muchos de sus pacientes.

En el siglo XVI al arsenal terapéutico se añadieron los metales preciosos, especialmente el oro y la plata. Lonitzer defendía que el primero “fortalece el corazón, mejora la sangre, cura la lepra y la tiña”. ¡Ahí queda eso!

Siglos después la nómina se completó con el carbonato de plomo, conocido como cerusa, que se usó, fundamentalmente, como abortivo en forma de píldoras o inyectables.

Para finalizar nos quedamos con el epitafio de Paracelso: “con arte maravilloso curó horrendas heridas, lepra, gota, hidropesía y otras enfermedades contagiosas del cuerpo y llevó a los pobres todos los bienes que había acumulado”.

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