Por Esteban Jaramillo Osorio.
No es solo el inmenso placer del título, es el gusto de la reivindicación, tantas veces reclamada… tantas veces rechazada. Sufrido y merecido el triunfo del fútbol femenino en los Panamericanos, pero no fue casualidad. En Colombia hay jugadoras con clase, varias dando vueltas por el mundo, apetecidas por ligas de primer nivel. A pesar de que el necesitado campeonato local, por ejemplo, se hace relámpago y «por cumplir», sin la estructura y la duración propias de un deporte en evidente proyección.

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Una opinión del profesor y conferencista Esteban Jaramillo.

Reiteradas han sido las rebeliones de las chicas, gritando desde los medios «discriminación sexual»,  «desigualdad en el trato» y las tantas promesas no cumplidas. El caso típico de «mujeres desesperadas», sin acogida, o sin las soluciones reclamadas. Señalados con ello los directivos, que siempre miraron de reojo las practicas femeniles del fútbol. A las exigencias de las futbolistas, reaccionaron con fórmulas demagógicas, o con remedios que mitigaron a medias el malestar, pero no extirparon los problemas desde la raíz.
Triunfo este para celebrar y exhibir, tan parecido, por sus características, a la vibrante actuación de la selección nacional en el mundial de Canadá, que despertó el fervor de los aficionados. Grande, sin embargo, es el trecho a recorrer, para mantener las líneas de progreso, con pruebas y errores, evitando las teorías conspirativas que frenan el crecimiento. Las chicas doradas, que desde su actitud firme y su calidad en el torneo, negaron con rotundidad, las manchas con las que un sector de la afición, de la dirigencia y del periodismo, quieren deslegitimar el derecho a competir.

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