Por Guillermo Romero Salamanca

Él se calificaba como “el tipo más feo del mundo”. Nació un martes 13 de septiembre y en este 2021 cumpliría 89 años. Por más de 50 años fue el número uno de la televisión colombiana.

No ha existido otro como él. Animó y presentó toda clase de programas de televisión. Fue excelente en los concursos, espacios de variedades, musicales, obras sociales, noticieros y hasta se atrevió a representar su vida en una novela de los domingos a las 8 de la noche.

Los millennials, los centennials y mucho menos los cristales lo entenderían. Estaría fuera de juego para ellos, pero para quienes vieron televisión en blanco y negro en los tres únicos canales que hubo en Colombia durante unas cinco décadas, Pacheco representó al personaje de la televisión nacional.

Pacheco era un hombre de una gran cultura general. Leía, preguntaba, conoció y entrevistó a los personajes colombianos de su época, desde políticos, empresarios, artistas, escritores, pintores e intelectuales. Pero también saludaba con respeto al lustrabotas, al mensajero, a la mesera, al portero o al taxista.

En Bogotá, Medellín, Barranquilla, Armenia o en Yopal lo reconocían y en las calles simplemente le gritaban: “¡Pacheco!, ¡Pacheco!, ¡Pacheco!”.

Una cita con “El viejo” Pacheco - Eje21

No gozó la plenitud del internet y escasamente tuvo un “flecha” como celular, sin embargo, dominaba las comunicaciones y cuando necesitaba conversar con algún personaje para entrevistarlo, simplemente le pedía a su secretaria Luz Mery Garavito que lo llamara. Podía ser un líder político, un empresario o un médico, de inmediato le contestaban, porque era Pacheco quien lo buscaba.

Tuvo un Mercedes Benz descapotado, varios perros a los que bautizó como “Fantomas” y un par de loras que debía buscar en las casas de sus vecinos.

Los colombianos prendían los domingos la televisión para ver “Animalandia” donde Pacheco era el animador, pero también el objeto de burlas de Pernito, Bebé y Tuerquita, los payasos de ese circo que comandaba don Germán García y García.

En el programa, emitido en vivo y en directo, desfilaron todas las loras de Bogotá y sus alrededores para decir: “A mí Gelada o nada” y otras veces ponían tareas como llevar un burro negro o un gallinazo. Hablaban de perros, entrevistaban a los personajes del momento y cantaban las fulgurantes estrellas de la balada o el rock en español.

Pero Pacheco estaba también en “El Programa del Millón”, “Compre la Orquesta”, “Cabeza y Cola”, “Quiere Cacao”, “Alcance la estrella”, “Sabariedades” y otros que se pierden en la memoria.

Le gustaba jugar “Generala” y tenía un grupo de amigotes con los cuales ganaba unos cuantos pesos, pero también con quienes se reían de la vida política, se quejaban de la inseguridad o hablaban de las bellezas de las mujeres de moda. Las carcajadas de Pacheco eran memorables. Gritaba cuando perdía y los otros, entre el humo del cigarrillo y la “mamadera de gallo” del animador pasaban horas y horas de diversión.

Empezaba Colprensa y Orlando Cadavid Correa era su director. Me encomendó entrevistarlo. Llamé a Luz Mery Garavito y concretó la cita para un martes a las 2 de la tarde. La nota la publicaron de forma destacada en El Colombiano, Vanguardia Liberal, El Heraldo, El Universal, Occidente, El Diario del Sur, La Opinión y unos cuantos diarios más porque eran las opiniones del popular personaje de la televisión.

Pacheco era muy sincero. Hablaba sin tapujos. Lo entrevisté unas cinco veces más y en otras oportunidades, simplemente, hablábamos.

Estudiaba Comunicación Social y Periodismo en el INSE, precursora institución de la Universidad de La Sabana y Mercedes Ochoa, profesora de redacción, nos pidió que lleváramos a un personaje para entrevistarlo. Me pareció sencillo decirle a Pacheco. Él dijo que sí, pero el día de la cita, no apareció. Le comenté a la profesora que algo le habría pasado y le pedí la oportunidad de ir a buscarlo, pero me tardaría una hora. Ella accedió. Fui en un taxi hasta el apartamento del animador…Y claro, estaba durmiendo.

Lo despertamos y tan pronto me vio dijo: “!Ay juemadre, la entrevista!”. Se levantó como un rayo y se puso una sudadera, medio despeinado y con unos viejos tenis fuimos a la universidad.

Cuando estaba al borde de perder la materia, comenzamos con la entrevista, a la cual se unieron estudiantes los otros semestres y de otras facultades y un sinnúmero de profesores.

“Pacheco está en la Universidad”, decían unos a otros y se dirigían a la sede L donde el salón, del barrio Quinta Camacho, fue insuficiente para recibir más espectadores y muchos debieron ubicarse en las escaleras, los pasillos o verlo por las ventanas del salón.

Uno de los programas más recordados fue “Entrevista con Pacheco”. Allí estuvieron, entre otros, Jaime Garzón y Luis Carlos Galán, en momentos en los cuales los personajes estaban en mayor peligro por sus denuncias y ataques a las bandas delincuenciales.

Fue quien tuvo la genial idea de llamar al Independiente Santa Fe, como “santafecito lindo”.

Descripción no disponible.
Con Pedro José Quintero, su asistente y Jorge Valencia, «estorbito», uno de sus amigos.

La guerrilla, al ver su popularidad lo asedió. Primero lo secuestró el M-19 y durante su encierro dialogó con Jaime Bateman Cayón y después las FARC prometieron llevarlo al monte como hicieron con su primo Guillermo “La chiva” Cortés.

Salió del país. Vivió unos meses en Miami y recorrió varios países, pero le hacía falta su televisión y Colombia. Aturdido aún y entristecido por esa situación retornó, pero el mal en su alma estaba hecho. No podía con el resentimiento de los subversivos.

Quien más conoció a Pacheco fue José Gabriel Ortiz, “Flaquirri”, quien además de ser su mejor amigo, era su confesor. Se les veía los sábados en la tarde en Soacha donde iban a consumir fritanga que le fascinaba al animador de televisión.

Flaquirri o “José Gabriel, el bueno”, como le decía Pacheco, lo acompañaba a los programas y también a las plazas taurinas, otro de los gustos del presentador de televisión. Pero también estuvo en los últimos momentos de su vida, cuando ya casi no podía respirar y todo le caía mal. Su vida cambió totalmente cuando supo de la muerte de su primo Guillermo “La chiva Cortés”.

En una de esas entrevistas le pregunté cómo se imaginaría su entierro y contestó que irían unas cuantas viejitas a llorar, unos borrachitos cantarían “Yo tengo ya la casita”, habría un payaso dando un discurso y ni la gente se enteraría.

El 11 de febrero de 2014 entregó su alma al Creador. Ese día, en la funeraria, unas cuantas viejitas rezaban, unos chispos cantaban el popular bolero, “Tuerquita” como pastor evangélico hacía su prédica y su desfile fúnebre se confundió entre el atasco capitalino. Un desprevenido millennials simplemente dijo al ver la cinta morada del coche fúnebre: “Ese tipo se llamaba como el personaje que tanto habla mi abuela”.

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