Por Rubén Darío Arcila-Rubencho

Nos enoja ser vistos como narcotraficantes en los aeropuertos del mundo; sufrir la ofensa es parte de la existencia de un fuerte sentimiento de pertenencia. No bastan los folios de un libro para dar cuenta de lo que nos puede hacer sentir colombianos. Esas experiencias que no por elementales guardan un alto nivel de sublimidad y regocijo: esos “cinco centavitos de felicidad”.

Gracias a esa huella digital del ciclismo en la garganta, fuimos fácilmente identificados en trenes, hoteles, salas de prensa de Innsbruck, sede mundialista, mientras buscábamos con la yema de los dedos comunicarnos con Colombia en este mundo virtual que nos hace la vida más confortable.

Desde el himno hasta las canciones de Shakira, Juanes y otros juglares, abren puertas. Desde la bandera hasta el uniforme de la selección, desde unas fechas que solo son válidas para nosotros hasta el orgullo que sentimos de producir ciclistas de élite al por mayor.

 

Este pasaporte nuestro tan vulnerable, lo arropan, lo laminan, lo blindan las gestas de Nairo, Urán, Egan, Gaviria, López; ellos solitos derrumban muros. Acortan distancias. Las barreras del idioma no existen. Todo el mundo sabe de sus hazañas. Lo acabamos de comprobar en Innsbruck, esa ciudad atrapada por los Alpes en el centro de Europa, donde la mejor credencial era el grito eufórico de aficionados, comentaristas y locutores que, buscando el Arco Iris de nuestros sueños, terminamos aplaudiendo a Alejandro Valverde y amando esta perla austriaca con gente, generosa, hospitalaria bajo su “tejadillo de oro”. No necesitamos comprar la felicidad: se da gratuita en las calles de Innsbruck para los amantes del ciclismo.

Rubén Darío sigue defendiendo la gesta de los ciclistas colombianos en el exterior. Foto YouTube.

 

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