
Por Gilberto Castillo, Academia de Historia de Bogotá
Se dice, y yo mismo lo sostengo, que el historiador no debe tomar partido en favor de un personaje o de un hecho, porque produciría un texto sesgado, y la historia debe ser contada con la mayor objetividad posible para que sea el lector quien arme su propio juicio sobre lo ocurrido. El historiador, no es otra cosa que un reportero del pasado; pero hay ocasiones en que resulta imposible sustraerse de los acontecimientos y se termina teniendo sentimientos encontrados.
Esto me ocurrió al conocer la historia de José Antonio Galán, líder de la revolución comunera, su hija Inocencia, de apenas 14 años y su Nieto Luis caballero y Góngora Galán.
Para empezar, debo decir que no había una sola razón para que Galán fuera condenado a muerte. No fue un revolucionario cruel y no aparece en los textos que haya hecho ejecutar a alguien o cometido tropelías crueles. Fue un revolucionario gallardo. Pero todo se dio para no ser inferior al ejemplo del Cusco donde Tupac Amaru, para ejemplo de futuros subordinados, fue sacrificado junto a casi toda su familia. Para satisfacción del imperio español, las autoridades peruanas pusieron su cuota de castigo sangre y crueldad. Ante este aporte las autoridades del Nuevo Reino no podían ser y Galán era el chivo expiatorio perfecto.

Todos sabían lo que le esperaba. Una vez capturado, junto con sus tres o cuatro amigos, fue traído a Santafé para ser enjuiciado. Su Juez, con la potestad de condenar o salvar su vida, era el arzobispo y futuro virrey Antonio Caballero y Góngora. Lo primero era lo inevitable, perdonarlo, sería un sacrilegio para iglesia y para el imperio. Abandonado y traicionado por todos, solo tuvo como compañía amiga, que lo siguieron en su largo calvario desde el Socorro hasta Santafé, cuatro mujeres: Toribia Verdugo su mujer, Paula Francisca Zorro, su madre mestiza, su suegra, de quien no se conoce su nombre exacto y su hija Inocencia, de 14 años, que al decir de los cronistas era una jovencita muy linda. Las mujeres traían la esperanza de alcanzar clemencia en favor del revolucionario más famoso de nuestra historia.
¿Qué pasó en Santafé, a donde llegaron los prisioneros y las mujeres? Con exactitud no se sabe.
Es de suponer que fueron recibidas por el arzobispo Amar y Borbón, más por la belleza de Inocencia que por otra razón. Seguramente les prometió algo que no fue exactamente el perdón para José Antonio, o quizá sí, a cambio de los favores de Inocencia. ¿La sedujo por la fuerza o la engañó? ¿Hizo algún pacto con las mujeres mayores para estar con la niña?, es algo difícil de saber y los entretelones de la historia tampoco lo podrán afirmar.

Los cierto es que, de esta relación, una vez muerto José Antonio, el 1 de febrero de 182, nace el, 17 de septiembre de 1782, Luis Antonio Caballero y Góngora y Galán, quien fue bautizado clandestinamente por su propio padre haciéndolo pasar como su sobrino huérfano de su hermano Ambrosio que había muerto en 1766 en Veracruz. Para quitarse el lio de encima, a temprana edad lo envió para chile bajo la tutela de su amigo Agustín de Larraín y Lecaros, por este favor, el arzobispo del Nuevo reino de Granada, le ayuda a la familia chilena a obtener el título de marqueses de Larraín.
Luis estudia derecho en la Real universidad de San Felipe, no se titula, pero se hace amigo de Bernardo O´Higgins libertador de chile, y se integra como teniente en el regimiento de caballería de Dragones Segundo de Rancagua, bajo las órdenes de la Marques de Larraín hijo. Su actuación lo hace acreedor a la medalla en el rango de legionario entregada en 1818, por el mismo O´Higgins.
Después de esto, Luis se convierte en comerciante y realiza múltiples viajes entre Veracruz, Cartagena, Lima y Chile, sin saberse si alguna vez regresó a Santafé. Casado con Victoria Adams de origen inglés y se estableció definitivamente en Guerrero. De su estirpe nacen entre otros: Julio Adams, gobernador de Guerrero y el general del ejército mejicano Raúl Caballero Aburto.