Por Guillermo Romero Salamanca
Antonio Ramírez, un ingeniero civil nacido en Neiva, recuerda con nostalgia el día que conoció a don Guillermo Cano, el ilustre periodista asesinado por el narcotráfico en 1986. La historia comienza en 1967, cuando Antonio era un joven estudiante de secundaria en el Colegio Salesiano San Medardo.
«Recuerdo que en nuestra casa estábamos suscritos a El Espectador, y me gustaba leer los titulares y pasar luego a ver la caricatura del día», cuenta Ramírez.
Esa tarde, él y un amigo habían viajado a Bogotá para asistir a la Feria Internacional, promovida por el diario El Espectador.
Su amigo había sido elegido «pequeño embajador del Huila» unos años atrás, y quería regresar al periódico para cumplir con una promesa: reunirse con don Guillermo Cano y contarle cómo avanzaba la solución de los problemas del departamento.
El padre de Antonio Ramírez le había aconsejado que llevara unas achiras del Huila, una de las delicias de la región, para ofrecerle a don Guillermo Cano. Cuando llegaron al periódico, se presentaron en la portería y los remitieron a la dirección. ¡Cuál sería su sorpresa cuando vieron a don Guillermo Cano, quien los recibió con una sonrisa y un cálido abrazo!
«Nos mostró el periódico, nos presentó a algunos de los periodistas y nos invitó a tomar café», recuerda Antonio. «Quedó muy agradecido con las achiras y nos animó a regresar a Bogotá para estudiar en la universidad. Me pidió que fuera a visitarlo y que le enviara notas de la región».
En 1969, Antonio llegó a Bogotá para estudiar Ingeniería Civil en la Universidad de la Salle. Pasó a saludar a don Guillermo Cano y le llevó más achiras. El periodista le preguntó por su horario y le ofreció un trabajo en el periódico.
«Acepté de inmediato y trabajé allí durante cuatro años, conociendo a personalidades como Gabriel García Márquez, políticos, empresarios y periodistas ilustres», cuenta Ramírez, y cita, entre otros, a José Salgar, Juan Gossaín, Antonio Panesso, Álvaro Monroy, Roberto Cadavid Misas (Argos), Lucas Caballero Calderón (Klim), Mike Forero Nougués y Antonio Andraus.

«Don Guillermo Cano era un hombre sencillo y discreto, que prefería mantenerse alejado de la vista pública», recuerda Antonio.
«Su compromiso con la verdad y la justicia era absoluto. Me dolió profundamente cuando me enteré de su asesinato, un crimen que conmocionó a Colombia».
Dos días después, Antonio se unió a la *Marcha del Silencio*, convocada por el *Círculo de Periodistas de Bogotá*, para rendir homenaje a don Guillermo Cano. Fue un momento emotivo, en el que miles de colombianos se unieron para llorar la pérdida de un héroe de la verdad. Su sacrificio no fue en vano, y su legado sigue inspirando a los periodistas y a los colombianos que luchan por ser buena gente la justicia y la verdad.
Su defecto: ser buena gente
Diagnosticar el temperamento y la personalidad de don Guillermo Cano era más fácil de lo que sugerían sus atribuciones de director de uno de los diarios más importantes de Colombia.
No había en él sino rasgos de bondad que se mezclaban con su timidez. Eso lo convertía en una persona buena, demasiado quizás para la responsabilidad de su cargo, no solamente la de director sino la de ejecutivo de la empresa.
En el paisaje de la sala de redacción, donde solía permanecer la mayor parte de su tiempo, era uno más. Su despacho privado, que por su seguridad personal en tiempos de las amenazas del narcotráfico estaba en un pasadizo casi secreto, un laberinto que conectaba con una puerta de escape que la mayoría desconocía, permanecía vacío casi siempre. Él prefería el fragor de la redacción, las calderas donde se cocinaban las noticias del día y donde quedaron para siempre las huellas de su entrañable presencia.
Sí, por decirlo de alguna manera, su único defecto conocido era ser buena gente…
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