Por www.unav.edu
«La mejor opción es hablar con claridad sobre la pornografía. En educación sexual tenemos una regla de oro: más vale una hora antes, que cinco minutos tarde». Así lo afirma Carolina Lupo, investigadora del grupo «Infinity: familia, amor y sexualidad» del Instituto Cultura y Sociedad (ICS) de la Universidad de Navarra. «Cuando los padres se enteran de que sus hijos consumen pornografía pueden sentir culpa y creer que están haciendo algo mal. Sin embargo, esta situación puede transformarse en una oportunidad para una conversación y un encuentro de crecimiento y educación«, añade.
Lupo, que estudia desde hace una década el fenómeno del consumo de pornografía en los menores de edad, recomienda no esperar a tener solo una charla de sexualidad: «Lo mejor es crear canales de conversación desde pequeños y conseguir un diálogo que permita una educación afectivo-sexual progresiva». Son muchas las oportunidades que nos brinda el ambiente. «Es bastante frecuente, por ejemplo, ver anuncios con estímulos sexuales en las paradas de autobús. Si el menor reacciona de alguna forma, impactado o con curiosidad, es la oportunidad de hablar sobre el tema», aconseja.
De todos los cambios que se han producido en los últimos diez años, afirma que el acceso a internet a través de móviles y tabletas ha provocado un crecimiento exponencial en el consumo de pornografía. Por un lado, porque los niños reciben estos aparatos a una edad cada vez más temprana. También, según la investigadora, porque se da lo que los expertos llaman el motor de las «4 As»: accesibilidad, asequibilidad, anonimato y aceptación social.
La pandemia de 2020 también provocó un incremento del consumo, que no ha disminuido desde entonces, «al convertirse en un fenómeno con potencial para derivar en una adicción». Cuando comienza a una edad temprana, subraya la experta, los riesgos son aún mayores, al activarse los mismos procesos neurológicos que para cualquier otra adicción, pero con algunos agravantes: el poder de la imagen (imposible de metabolizar como otras sustancias químicas) y la vulnerabilidad del cerebro de un niño, aún en proceso de desarrollo. «Cuánto más baja es la edad de consumo, mayor es la intensidad de sus efectos», asevera.
Comunicación abierta y de confianza
Para Carolina Lupo, es indispensable la formación del carácter, la capacidad para gestionar las emociones y la educación de la mirada. «Hay que valorar a los hijos no solo por lo que hacen, sino por lo que son: personas dignas de amar y ser amadas, libres y por ello mismo susceptibles de cometer errores. Si fomentamos una comunicación abierta, atenta y de confianza, el mensaje que les transmitiremos será ‘confío en ti, y si te equivocas, estaré aquí para ayudar a levantarte'».
La investigadora explica que existen estudios en diversos países que muestran cómo el consumo de pornografía en mujeres está generando efectos negativos. Entre ellos, destaca el derivado de problemas de autoestima y conflictos con su imagen corporal, etc., por el que acuden cada vez con mayor frecuencia a consultas psicológicas: «Creen que los chicos quieren a una mujer como la de la pantalla y, al no parecerse a ellas, sienten que no las van a querer».
También destaca que numerosas investigaciones asocian el consumo de pornografía con la violencia. «Algunos de los fenómenos de ‘manadas’ en España han sido protagonizadas por adolescentes». A la investigadora le sorprende la insensibilidad con la que muchos de ellos responden: «Lo han normalizado, es el fenómeno de la erotización de la violencia». Por otra parte, destaca cómo «los chicos también acaban siendo, en cierto modo, víctimas al consumir pornografía, porque se vuelven dependientes de sus impulsos, en vez de aprender a gestionar sus deseos para un día ser capaces de amar con su cuerpo».
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