Andrea Bocelli es uno de los artistas líricos más importantes del mundo. Y también uno de los más queridos. Nacido con un glaucoma que terminó por dejarlo ciego a los 12 años, tras un accidente deportivo, es un firme opositor al aborto, pues sus padres no hicieron caso a los médicos que les propusieron abortarlo. Hoy, a sus 63 años, cosecha en cada actuación el aplauso y el cariño del público, como ocurrió en su visita a España para participar en el Stone and Music Festival, de Mérida. Una cita con motivo de la cual sólo aceptó la entrevista de un medio español: la revista Misión.

Por José Antonio Méndez www.revistamision.com

Presentar a alguien tan famoso como Andrea Bocelli podría parecer una redundancia. Sin embargo, tal vez sea esa contraposición de términos lo que mejor defina al tenor italiano, que bien podría ser rebautizado como el cantante de los contrastes. Su timbre particularísimo, al tiempo nítido y rasgado, se asemeja a un susurro rotundo. Su potencia de voz, explosiva y vibrante como la de su célebre maestro Franco Corelli, esconde una sensibilidad capaz de conmover de un modo entrañable. La aparente fragilidad con que sale a un escenario, del brazo del director de orquesta que le hace las veces de lazarillo, se desvela un mero trampantojo ante la fuerza de su genio artístico. Y su ceguera, tal vez su seña exterior más característica, torna en clarividencia cuando toma la palabra para recordar que el valor de una persona no está en sus atributos físicos, sino en la conciencia de su propia dignidad.

También podríamos citar como ejemplos el hecho de que sus mayores éxitos se hayan dado con la música sacra (su álbum Sacred Arias fue inscrito tres años seguidos en el libro Guinness como el recopilatorio de clásicos de un solo artista más vendido del mundo), aunque sus canciones más conocidas son de género pop o boleros, como Vivo por ella. Y que haya actuado con un elenco de artistas tan ecléctico como Luciano Pavarotti, Jennifer López, Marta Sánchez o Céline Dion viene a reforzar su carisma poliédrico.

Sin embargo, ese claroscuro vital es el mayor de los espejismos: en el colmo del retruécano, si algo caracteriza al tenor de los contrastes es la coherencia, la firmeza de sus convicciones y una resuelta capacidad de perseverar en el camino que considera justo, sin dobleces. De ello da fe esta entrevista, la única que ha concedido a un medio español con ocasión de su reciente visita a España para participar en el Festival Stone and Music, de Mérida. Toda una deferencia hacia los lectores de Misión.

–Sus padres no se dedicaban al ámbito musical y por tanto no le viene de ellos su pasión por la música. ¿Qué valores son, entonces, los que sí le transmitieron don Alessandro y doña Edi?
–Mis padres me educaron en los valores cristianos, especialmente con el ejemplo. Las mujeres de la casa Bocelli, mi madre Edi y mi abuela Andreina, me guiaron a través de una aproximación vivencial de la fe y la doctrina católica. Aunque fueron todos, en familia, quienes me enseñaron la jerarquía de esos valores, que después yo he tratado de transmitir a mis hijos. De mi padre, Sandro, aprendí, entre otras cosas, la dedicación al trabajo, la honestidad, la coherencia y el amor por mi tierra. Les debo mucho a los dos. A menudo reflexiono, no sin emoción, en lo valientes que fueron al enseñarme a ser valiente yo mismo.

–¿A qué se refiere?
–Ellos demostraron su coraje muy pronto, cuando tuvieron que tomar la decisión de enviarme, de niño, a un colegio lejos de casa, para que pudiera aprender a leer y a escribir, y así poder afrontar la vida de la mejor manera posible. Me forjaron, me criaron en el seno de una familia unida y me dieron una educación que fue preciosa para poder continuar mi vida. Entre las muchas enseñanzas que podría citar destaca su capacidad para no darse por vencidos. Es algo que vivieron ya desde el embarazo, cuando los médicos aconsejaron a mi madre que abortara porque su hijo iba a nacer con graves patologías. Ella ignoró un consejo tan impropio y siguió con el embarazo, con el apoyo de mi padre. Sin ese gesto de valentía y de fe, hoy yo no podría estar aquí para contarlo. Por eso, la herencia más grande que he querido transmitir a mis hijos son esos valores universales y perpetuamente actuales que he aprendido a encontrar en el Evangelio, corazón de la sabiduría. Conceptos, por ejemplo, como “Ama a tu prójimo como a ti mismo” y “No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti”.

–Ha calificado de “privilegio y responsabilidad” el haber actuado con algunas de las voces más importantes de la música, y ante millones de personas. ¿Considera importantes valores como el esfuerzo o el trabajo bien hecho, aun cuando no se consigan con ellos fama o reconocimiento?
–La fama en sí misma no lleva a ninguna parte. Es innegable que ser apreciado es un motivo de satisfacción, pero ser famoso no constituye una cualidad. Hay muchas formas de ser una persona de gran valor sin ser famoso. De hecho, la fama, para adquirir una verdadera profundidad humana, representa un obstáculo, porque al ser famoso es más fácil perder el contacto con la realidad. Y sin mantener los pies firmes en el suelo, corres el riesgo de perderte. Por eso, creo que el secreto no es tanto hacer lo que amas, sino amar lo que haces.

–¿Y eso cómo se concreta?
–La pandemia nos ha recordado –dolorosamente– que el mundo es una gran familia y que todo está interconectado. Por tanto, el bien que haces vuelve siempre, multiplicado. Y ocurre igual, al contrario. Es fundamental que cada uno aprenda esta lección, partiendo del amor, del altruismo, que es también medicina para uno mismo, porque nos distrae de poner nuestros propios problemas como el centro del universo. El bien, rara vez es noticia, pero representa el único camino a seguir. Es cierto que cuesta esfuerzo, voluntad y sacrificio… Pero, al ponernos de su parte, cada uno puede hacer su pequeña gran contribución para mejorar el mundo.

–En no pocas ocasiones, el éxito vuelve vanidoso al artista. ¿Cómo se ancla en la humildad?
–Entre las cosas sencillas que me ayudan está que, en la evaluación de mis interpretaciones, llevo siempre dentro de mí al crítico más severo, porque es raro que me encuentre plenamente satisfecho con mi forma de cantar. Considero la vanidad un accidente intelectual, un desastre del que siempre he querido mantenerme lejos. Vanidad, orgullo, soberbia: este es el virus por el que el hombre se cree superior a los demás y por el que se desencadenan siempre los abusos y hasta las guerras. Todos los sufrimientos y conflictos sociales encuentran su detonante en esa descabellada presunción que podríamos resumir en poner al yo en el lugar de Dios.

–Como le sucedió a su maestro Franco Corelli, usted también ha soportado muchas críticas. ¿Ha aprendido algo de ellas?
–En la historia de todo cantante lírico hay críticas positivas y negativas, es parte del juego. Incluso María Callas fue víctima de críticas despiadadas. Pensando en mis primeros años, confieso que algunas críticas, las envenenadas por los prejuicios, las no constructivas, me dolieron muchas veces. Pero si realmente me importasen las críticas, habría optado por una profesión diferente: soy una persona tranquila y acepto con gratitud cualquier crítica, incluso negativa o muy negativa, siempre que esté realizada con honestidad intelectual.

–Es católico y ha llegado a decir que considera lógico creer en Dios dada la evidencia de la creación. ¿Su fe es fruto de la tradición o tiene una relación personal con Cristo?
–La fe es humildad, es disposición a maravillarse, es la carrera hacia el Cielo que está por encima de nosotros y también dentro de nosotros: esa parte más profunda, incognoscible e inmortal que es el alma. Para mí, la fe es fundamental, es el centro de gravedad de mi vida, y afecta tanto a mi vida privada como a la profesional. Pero la fe no se adquiere a coste cero: como en el crecimiento en cualquier disciplina, la fe requiere compromiso, perseverancia, sacrificio. Y para comprometerse y progresar en la fe, hace falta cumplir ciertas prácticas sencillas y “plegarse” a la oración.

En uno de sus conciertos.

–¿Y usted lo hace?
–La oración es un momento de encuentro con Dios, es medicina sanadora, es bendición. Al orar elevamos el alma y la ponemos en contacto con una dimensión paterna superior. Para el ego, orar es objetivamente una contradicción, una entrega. Sin embargo, la oración trae consigo grandes enseñanzas, la primera de las cuales es la humildad intelectual. Para mí es un camino esencial, un ejercicio espiritual para elevarme y para superarme, como las tablas de multiplicar que los niños se ven forzados a enfrentar, o los arpegios para el aspirante a pianista, o las vocalizaciones para el cantante.

–¿Cómo es su vida de oración?
–Con la oración tengo una relación intensa y diaria. Creo en la práctica devocional, que es el alimento esencial en mi camino de fe y una fuente constante de renovación. Uno de los momentos más intensos de mi día es el rezo del santo Rosario. Y a menudo también vivo el canto, desde alguna propuesta de música sacra o alguna canción que hable de la dimensión más espiritual, como una forma de oración. En cierto sentido, la música multiplica la oración, como recuerda san Agustín, el pensador cristiano más grande del primer milenio.

–Conoce la experiencia dolorosa de una separación matrimonial y un proceso de nulidad, y también lo bello de iniciar un matrimonio verdadero, con su esposa Verónica…
–Así es. La familia ha sido y es mi gran fortaleza: aquella en la que tuve el privilegio de nacer, gracias a dos maravillosos padres que me educaron en la tenacidad, y en la belleza interna y externa; y la familia extensa que he formado de adulto. La familia es el pilar fundamental de la sociedad, es el lugar ideal en el que buscar la armonía y el respeto mutuo. El matrimonio, cuando es un sacramento, puede dar plenitud y sentido a la existencia. Y más cuando realiza el milagro de la vida a través de los hijos. Para un creyente, sellar ante Dios este pacto de amor entre un hombre y una mujer tiene un significado muy importante.

Puede ser una imagen de 5 personas, personas de pie, caballo y al aire libre
En un encuentro con el Papa Francisco.

–¿Con qué notas se logra crear una vida familiar “armónica” y un matrimonio “en sintonía”?
–Entre otras, creo que con la lealtad y la fidelidad. El ser humano debe lidiar con el instinto y, como muchas especies cercanas a nosotros, en estado salvaje incluso podría tender a la poligamia. Sin embargo, hemos sido dotados de un espíritu evolucionado y consciente, que nos ha permitido comprender la bondad moral de la monogamia. Lo que tratan de poner en práctica dos personas que se aman, cuando cada una es consciente de la herida y el dolor que una traición supondría para la pareja, es esa promesa de lealtad y de fidelidad que, con toda justicia, sancionaron ante el Cielo.

–Por último: ¿cómo le gustaría terminar esta entrevista?
–Dada la calidad y profundidad ética de las preguntas que me ha planteado amablemente (y que le agradezco), quisiera concluir compartiendo con sus lectores una lectura que disfruté en el descanso forzoso del primer confinamiento. Se trata de la obra completa de María Valtorta, una mística que vivió en la primera mitad del siglo XX. En mi camino de fe y de crecimiento espiritual, y también de maduración artística (que para mí son inseparables, para bien o para mal), esta lectura ha representado una etapa importante. Y creo que la voz de esta pequeña gran mujer –muy apreciada, entre otros, por la Madre Teresa–, que fue una persona que pasó la vida constreñida en un cuerpo doliente e inmovilizado, es expresión de un soplo divino que se respira en esos miles de páginas que están imbuidas de fe y de absoluto.

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