Por Guillermo Romero Salamanca
Comunicaciones CPB
Él asegura que gracias a su bachillerato en el colegio San Benito, cercano a Sibaté, nació su amor por las letras y la filosofía.
“En realidad era un Seminario donde preparaban a los jóvenes para el sacerdocio, nos daban clases de latín, griego, francés, inglés. Se leía literatura clásica y ahí tomé mi amor por los libros”, recuerda ahora mientras observa su seleccionada biblioteca de unos mil ejemplares.
“El colegio San Benito se acabó y ahora hay allí una Escuela de Policía”, comenta nostálgico sobre aquellos años de madrugadas y heladas.
Arturo Guerrero es un corajudo escritor y periodista, columnista por demás, que religiosamente durante años ha consignado sus opiniones los miércoles en El Colombiano y los viernes en El Espectador.
Después de estudiar filosofía encontró en el periodismo una posibilidad para dar a conocer sus ideas. El mundo de la calle 60, del llamado hipismo, lo llevó a encontrar personas con otros pensamientos.
En esos devaneos encontró al director de Radio 15, Alfonso Lizarazo, al cual le propuso un programa periodístico sobre la rebeldía juvenil, “Debates de la juventud”.
“Era genial. Armamos un equipo con grandes compañeros. Y personajes con múltiples historias y aventuras. Un día entrevistamos a Pelé, que era el ídolo mundial en ese momento. Ese programa tuvo mucha sintonía. También confrontamos a personalidades como Álvaro Gómez Hurtado, quien en un principio no quería hablar. Cuando por fin aceptó, nos cortó la grabación a mitad de camino y se negó a continuar. Era un estilo diferente, nada de acartonamientos del momento”, rememora ahora Arturo Guerrero, socio del CPB desde hace ya más de 40 años.
Tiempo después entró a El Bogotano, de Consuelo de Montejo. “Era una señora muy liberal, opuesta al gobierno de turno, no había censura para nada. A mí me encargaron de los temas laborales, cubrir lo de las marchas, ir a los sindicatos, donde me aplaudían porque era el único medio que les publicaba sus peticiones”, cuenta.
“Uno de los eventos que cubrí fue el famoso paro cívico nacional del 14 de septiembre de 1977 contra Alfonso López Michelsen, el cual en estos días ha salido a relucir”, agrega.
“En El Bogotano teníamos un jefe de redacción que, tipo 4 de la tarde, pasaba por los escritorios de redacción e iba preguntando: “¿muerticos, muerticos, muerticos?”. A él sólo le obsesionaban los temas de asesinatos, bandidos, actos delincuenciales. Pero siempre recuerdo al gordito en su desfile vespertino haciendo ese interrogatorio, porque con ello haría el titular para el día siguiente”, dice.
“Por esos años me llamaron para formar parte del equipo de Periodistas Asociados, una empresa en la cual estaban entre otros Daniel Samper Pizano, Gloria Pachón, Luis Carlos Galán, Héctor Rincón y un tipazo que sabía todo de economía, Alirio Bernal. Esa agencia funcionaba con teletipo. Fue un experimento interesante. Por el mismo corte existían Colombia Press y el CIEP”, rememora ahora Arturo.
De allí pasé a la televisión, al Noticiero de las 7 de Felipe López, dirigido por Juan Guillermo Ríos.
“Cuando recuerdo esa época se me viene a la memoria el adiós repentino de dos compañeros. A María Luisa Mejía, una entrevistadora genial y al Paisita, un camarógrafo, los encargaron de investigar por qué se suicidaban las tortugas en la bahía de Utría. Se fueron en una avioneta del Inderena, pero no les alcanzó la gasolina y murieron”.
“Eso fue muy doloroso para los periodistas. He conocido a dos entrevistadores hábiles para hacer que un niño hable con respuestas especiales: Pacheco y María Luisa Mejía. Ella era capaz de hablar con quien fuera porque sabía interrogar. Dejó un vacío muy grande en el noticiero”, relata ahora Arturo mientras bebe un aromático café antioqueño.
TIEMPOS DE SEMANA
“Un día Felipe López me propuso pasarme a Semana. Me fui para la oficina que tenían en la 85 y allí experimenté la escritura a varios manos. Cuando hacíamos un trabajo periodístico, una investigación, cada redactor iba dando lo que había adelantado y se agregaba al texto. Al final salía un artículo que no llevaba firmas, como sucede todavía hoy en esa revista”.
Estando en esas le ofrecieron desde México ser corresponsal en Colombia de la Agencia Latinoamericana de Servicios Especiales de Información, Alasei.
“No se trabajaba la noticia como tal, sino que se elaboraba un material con cifras, contexto, comentarios de especialistas, análisis de las situaciones. Se buscaba, según idea de la Unesco, un equilibrio noticioso, dar otra información alternativa a la que entregaban en ese momento las grandes agencias como la UPI, AP y otras. En Alasei trabajé los seis años que duró esa iniciativa. Tuvimos reuniones de redacción en Lima, Santo Domingo y México”.
“Así conocí el primer computador. Nos mandaron de México a un experto en el tema, quien nos enseñó desde cómo prenderlo, hasta cómo integrarlo por medio de un teléfono a las comunicaciones con la oficina central. Desde entonces dejé la máquina de escribir. Fue interesante, la corresponsalía extranjera daba horarios libres, escogencia de temas. Un día nos llamaron y nos dijeron que se daba por terminado el contrato por cuestión de finanzas”, señala.
Arturo persistía en el periodismo y fue llamado entonces para laborar en la revista Nueva Frontera. “Teníamos unas reuniones inolvidables con la jefa de redacción María Mercedes Carranza, Morris Harf, Rafael Amador, en la casa del expresidente Carlos Lleras Restrepo. Yo escribía sobre política internacional y gracias a una crónica de viaje que hice por los países de la llamada Cortina de Hierro, gané el premio Simón Bolívar”.
Cuando finalizó su paso por la revista, Enrique Santos le abrió las puertas de Lecturas Dominicales de El Tiempo donde hacía artículos sobre viajes, temas culturales, entrevistas con escritores o comentarios de libros. “Nunca estuve de planta en ese diario, pero llevaba periodicamente mis trabajos”.
CON FOTOCOPIAS EN LA MANO
“Yo, la verdad, me aburrí de ser el portavoz de los personajes. Un día me propuse decir lo mío, contar lo mío, lo que a mí me parece. Así nací como columnista. Pero era un tema muy complicado porque ese renglón periodístico lo tenían en exclusividad los familiares de los dueños de los diarios y algunos gamonales políticos. No se usaba que los redactores fueran columnistas”.
Arturo escribió entonces tres columnas, les sacó fotocopias y se iba con ellas para cuanto coctel había. “Cuando veía a un director se las entregaba diciendo, yo quiero hacer esto”.
“No me respondían, pero un día fui a Tunja y llevé mis tres textos: uno sobre el metro de Medellín, otro sobre el reinado de Cartagena y uno más sobre algo del momento. Se los llevé al médico siquiatra Abel Martínez que era el director del periódico La Tierra. Le dije: “yo escribo esto”. No me respondió, pero a los pocos días me envió los periódicos con las notas publicadas. Así nací como columnista.
“Yo disparaba para todos lados. Julio Roberto Bermúdez me invitó a escribir a una revista del agro, ´Carta ganadera´. Hice opinión acá y allá. En la revista de Avianca también me publicaban.
“Un día en uno de esos cocteles me encontré con la colega Nora Parra a quien le pedí que me presentara a Belisario Betancur quien según rumores sería uno de los fundadores de un nuevo diario. Él me atendió, pero me comentó que no iba para La Prensa y que mejor me daba una tarjeta para presentarme donde Juan Carlos Pastrana, futuro director. Me puse contento, fui unos días después. La secretaria no me colaboró hasta cuando le dije que iba allí por recomendación de Belisario, entonces me recibieron. Faltaba un mes para comenzar a editarse ese diario.
“En esos días me surgió la oportunidad de ir a hacer un reportaje en Casa verde, el cuartel general de las FARC.
“Nos pusieron una cita en una cafetería, a una fotógrafa de la AP, a otro periodista y a mí. Emprendimos un recorrido hasta San Juanito en el Sumapaz donde nos facilitaron unas mulas. Fueron cinco días de recorrido, durmiendo en casas campesinas abandonadas pero equipadas por las FARC, hasta llegar al famoso “Rincón de los viejitos” como le decían los guerrilleros rasos al sitio donde vivían Jacobo Arenas, Tirofijo y Alfonso Cano. Había unos 700 guerrilleros, tenían salidas de escape, emisora, hospital de campaña, almacén, salón de conferencias, patios de entrenamiento…
“Tirofijo vivía en otro sitio cercano, nos recibió, lo entrevistamos durante 10 horas. Tenía en la pared de su casa dos mapas de Colombia. En uno se marcaban los puntos donde estaba el Ejército y en el otro donde estaban los frentes de las FARC. Con ese material nos explicó cuánto tiempo les faltaba para llegar al poder. De allí salió también la famosa foto de la guerrillera lavándole los pies a Tirofijo”, recuerda.
“Cuarenta años después, la fotógrafa habló con la muchacha de la foto. Ella es Sandra Ramírez, congresista de Colombia.
“Cuando regresé con la crónica, Juan Carlos Pastrana la publicó en la primera edición dominical de La Prensa, con un despliegue de portada y cuatro páginas interiores.
“Después hice mi primera columna allí, sobre Mathías Rust el joven que aterrizó en una avioneta en plena Plaza Roja de Moscú, burlando toda la seguridad aérea de la URSS. El nombre genérico de la columna en esos años era “Anarcoiris”, una mezcla entre anarquismo y todos los colores. Quería escribir cosas que sorprendieran a los lectores. Fueron nueve años de redacción pura, todos los que duró el periódico”.
Cuando se acabó el diario, hizo un viaje a Medellín y pasó por El Colombiano. Llevó sus fotocopias y en esta oportunidad les agregó sus notas en La Prensa.
–Mire, le dije a la subdirectora. Esto es lo que hago, no sé si sirva para El Colombiano. Se las dejo, las analiza y me cuenta.
Y la subdirectora no le comentó nada.
Pero pocos minutos después de que él salió para despedirse de una redactora amiga, de repente aquella preguntó: “¿Dónde está el señor que me trajo estos papeles?”.
–Aquí estoy, le dijo Arturo.
–Siga escribiendo, me gustó, le contestó.
Así lleva 30 años y medio, escribiendo cada miércoles en el diario antioqueño.
Y así también ha hecho para El Espectador, donde le publican sus opiniones los viernes.
“Uno nunca se las sabe todas, pero uno nunca deja de aprender. Para escribir hay que tener un freno de mano. Hay que leer bastante y de todo. Se deben buscar diferentes fuentes”, revela el periodista socio del CPB y en ocasiones pre jurado de los Premios que se entregan cada año el 9 de febrero, el Día de los Mejores.
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