
Por Eduardo Frontado Sánchez
En un intento por comprender el complejo contexto mundial en el que vivimos y el origen de las crisis que atravesamos, recientemente acudí al cine para ver la película Cónclave. Ante la creciente preocupación por el deterioro de la salud del Papa Francisco y las reacciones divididas que han generado sus reformas dentro de la Iglesia, me interesé en visualizar esta producción para analizar cómo se desarrollaría un posible cónclave y cuáles serían las implicaciones de la elección de un nuevo Pontífice.
Desde pequeño, he tenido una formación religiosa sólida y soy un fiel creyente de los valores humanos y de las estructuras de gobierno que rigen nuestra sociedad. Sin embargo, debo admitir que, aunque las actuaciones en la película fueron magistrales, su esencia y mensaje no fueron bien recibidos por alguien con una formación religiosa tan arraigada. Si bien algunas escenas reflejan realidades conocidas, no todo lo que se retrata en la película puede tomarse como una verdad absoluta, ni como una ficción sin fundamento.
Es importante reconocer que la Iglesia y el Papado son estructuras humanas y, como tales, están sujetas a errores y adaptaciones según la visión del gobernante eclesiástico de turno. No obstante, considero que el respeto y la jerarquía deben prevalecer en la forma en que se representan dichas instituciones. Mostrar la Iglesia de manera tan vulnerable y con constantes insinuaciones de corrupción puede distorsionar la percepción de su papel en la sociedad y afectar su imagen comunicacional.
Siempre he estado de acuerdo en que se muestre la autenticidad de los seres humanos y de las estructuras que son regidas y formadas por hombres, pero nunca he estado de acuerdo en que se exhiba una institución tan poderosa como la Iglesia de una manera excesivamente frágil y expuesta a constantes ataques. Esto, más allá de generar un debate constructivo, puede reforzar una visión sesgada que no contribuye al verdadero entendimiento de su papel en el mundo.
Desde mi perspectiva, me preocupa el estado de salud del Papa Francisco y su impacto en un panorama mundial ya de por sí convulso. La posibilidad de un cónclave en este contexto sumaría una nueva crisis de liderazgo en un mundo que parece estar perdiendo estabilidad. Esto me lleva a preguntarme: ¿Estamos ante el fin de una era? ¿Están realmente preparados los líderes actuales para afrontar crisis de tal magnitud?
Más allá del catolicismo, el mundo está clamando por un cambio de liderazgo y de enfoque sobre el poder. Necesitamos resaltar los valores humanos por encima de las disputas de poder que solo benefician a unos pocos. La inclusión y el respeto deben ser principios fundamentales en este cambio, pero también deben gestionarse de manera equilibrada. No se trata de imponer ideologías o transformar radicalmente las estructuras sociales sin un consenso genuino. La inclusión real no se logra a través de imposiciones, sino mediante debates, argumentos y un respeto profundo por la esencia del ser humano.
En este sentido, considero que lo que está sucediendo con algunos programas de inclusión y con la imposición de ciertas ideologías en la sociedad actual refleja un mal manejo del concepto de respeto y diversidad. Es innegable que tenemos el deber intangible de aceptar y valorar a cada persona por lo que es, sin prejuicios ni discriminación, pero también debemos construir plataformas que permitan acuerdos genuinos y un desarrollo progresivo de la inclusión, sin que esta se convierta en una imposición arbitraria.
Es importante recordar que los grandes cambios en una sociedad no se generan mediante imposiciones, sino a través del debate, el diálogo y el respeto por las distintas perspectivas. Luego de ver esta película, me queda la duda de si realmente la sociedad en la que vivimos entiende el significado de una jerarquía como la Iglesia y la importancia de la humanización de sus líderes desde el punto de vista del respeto, o si simplemente se producen estas películas con fines comerciales que poco aportan al enriquecimiento del pensamiento colectivo.
Siempre debemos recordar que lo humano nos identifica y lo distinto nos une. Nuestra labor como sociedad es generar contenidos de valor y trascendencia, no simplemente productos que generen controversia sin una contribución real al debate y a la evolución de nuestra humanidad.
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