
Por Mauricio Salgado Castillo
@salgadomg
No hay un rincón de la geografía colombiana en el que el paso de un Willys no llame la atención y provoque sonrisas. Lo genial es que su forma se sigue reconociendo aun en los últimos modelos llenos de tecnología: tiene una personalidad que trasciende en el tiempo.
En los años previos a la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, el mundo vivía un momento convulso. Europa ardía en combates desde 1939 y la necesidad de vehículos ligeros, confiables y versátiles en el campo de batalla se hacía evidente. En ese escenario nacería el Willys, conocido popularmente como el “jeep”, un todoterreno que marcaría un antes y un después en la historia militar y automotriz.
Un reto contra el tiempo
En 1940, el Ejército estadounidense lanzó una convocatoria urgente: requería un vehículo de tracción en las cuatro ruedas, liviano, capaz de transportar tres personas y una ametralladora con sus suministros, con 300 kg de capacidad de carga; que fuera sencillo de producir y resistente a los entornos más hostiles. El plazo era casi imposible: solo 49 días para entregar un prototipo funcional. Solo cuatro empresas —de más de cien invitadas— respondieron; entre ellas, una pequeña compañía: American Bantam Car Company.
El ingeniero Karl Probst fue el cerebro detrás del primer prototipo, conocido como Bantam Reconnaissance Car. Su diseño cumplía los requisitos básicos y permitió al Ejército definir con mayor precisión lo que necesitaba. Sin embargo, Bantam carecía de la capacidad de producción masiva, lo que abrió la puerta a dos gigantes: Willys-Overland y Ford.

Vehículos contemporáneos: la diferencia aliada
En esos años, el panorama automotriz militar estaba dominado por vehículos pesados y con limitaciones para terrenos extremos. Los nazis utilizaban el Volkswagen Kübelwagen, diseñado por Ferdinand Porsche a partir del Escarabajo: refrigerado por aire, con motor bóxer de cuatro cilindros y 995 cc con 23,5 hp; se produjeron más de 50.000 unidades. Tenía suspensión de barras de torsión independiente en las cuatro ruedas, lo que fue útil en el desierto. Aunque era confiable y económico de producir, carecía de tracción en las cuatro ruedas, lo que lo hacía vulnerable en terrenos fangosos, con nieve o montañosos. También disponían del Schwimmwagen, un modelo anfibio útil en operaciones específicas, pero complejo y costoso. Los japoneses desarrollaron el Kurogane Tipo 95, del cual fabricaron 4.800 unidades, con un motor derivado de motocicleta, de dos cilindros en V y 1.399 cc que producía 33 hp, refrigerado por aire, perfecto para el invierno en la fría China. Frente a ellos, el Willys representaba una filosofía distinta: simplicidad, producción en masa y verdadera capacidad todoterreno. Esta diferencia terminó dándoles a los Aliados una ventaja táctica clave en múltiples escenarios de combate.
El triunfo de Willys-Overland
Willys-Overland presentó el Willys MA, pronto evolucionado al legendario Willys MB. Con una longitud de 3,3 m, motor de 2,2 litros y 60 hp a 4.000 rpm, 142 Nm a 2.000 rpm y transmisión de tres velocidades, era robusto, sencillo de reparar y adaptable a cualquier misión: desde transportar generales como George S. Patton, comandante de los blindados en el norte de África en medio del desierto —un sitio imposible para los pesados carros usados por otros generales—. Ford se sumó con el modelo GPW, casi idéntico al Willys MB, gracias a la estandarización exigida por el Ejército. Entre 1941 y 1945 se fabricaron más de 600.000 jeeps, una cifra que reflejó no solo la importancia estratégica del vehículo, sino también la capacidad industrial de Estados Unidos en tiempos de guerra.

Del frente de batalla al campo agrícola
Con el fin de la guerra, Willys-Overland supo capitalizar la enorme fama del jeep. Lanzó al mercado el CJ-2A (Civilian Jeep), un modelo destinado a agricultores y trabajadores rurales. El jeep se adaptó a la vida civil con la misma versatilidad que mostró en la guerra, convirtiéndose en una herramienta de trabajo en el campo, la construcción y poco a poco, en un vehículo recreativo para los aventureros.

El contexto en Colombia
En Colombia, los años cuarenta coincidían con los primeros pasos hacia la industrialización automotriz. Décadas después, el jeep se transformaría en parte esencial de la cultura cafetera: el famoso “Yipao”, un Willys cargado de sacos de café, plátano, personas o hasta muebles, que se convirtió en símbolo del ingenio y la resistencia del campesino andino. Aún hoy, en territorio Cafetero, los Willys siguen circulando como reliquias vivas de esa tradición.
Un legado que perdura
Más allá de su papel militar, el Willys dejó una huella profunda en la historia del automóvil. Su diseño simple, resistente y adaptable se convirtió en el ADN de los todoterrenos modernos. El concepto de libertad, aventura y confianza que transmite sigue vigente en cada Jeep contemporáneo. Ocho décadas después, aquel prototipo improvisado en 1940 se transformó en un ícono universal. El Willys no solo ayudó a ganar la guerra: abrió el camino a una nueva forma de entender la movilidad.
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