Por Eduardo Frontado Sánchez
Como seres humanos, hablamos de esperanza a diario. Nos sentimos capaces de aconsejar y guiar a otros para que alcancen sus sueños, pero ¿por qué parece tan complicado ayudarnos a nosotros mismos? La respuesta, aunque dolorosa, es sencilla: con nosotros mismos carecemos muchas veces de misericordia, esperanza y trascendencia. Nos cuesta desarrollar la capacidad de frustración necesaria para enfrentar los retos y seguir adelante.

Caer y perder batallas no es sinónimo de derrota definitiva. Cada batalla perdida representa una oportunidad de crecimiento personal y colectivo. Como sociedad y como individuos, somos tan grandes como decidamos ser, influenciados por nuestras circunstancias y el tiempo en el que vivimos.

A lo largo de mi vida, he comprobado que, a través de la voluntad, la esperanza y la trascendencia, somos capaces de cambiar nuestro destino y, con nuestras acciones, ayudar a otros. La vida es un recorrido breve, pero lleno de pruebas que, al superarlas, nos fortalecen. Sin embargo, no siempre es fácil entender qué nos enseña cada desafío; a veces, solo nos queda esperar e internalizar sus lecciones.

La esperanza debe ser el motor que nos impulse a levantarnos cada mañana y luchar por lo que deseamos. No solo a nivel individual, sino también como colectivo, esta esperanza se convierte en el pilar de nuestras metas compartidas. En este sentido, nuestra sociedad es un reflejo de nuestras aspiraciones, de nuestra visión de vida y del legado que queremos dejar.

Venezuela, mi país, es un ejemplo perfecto de este desafío colectivo. Somos un enigma lleno de contrastes, donde las oportunidades parecen esquivas y la libertad, un objetivo inalcanzable. Sin embargo, no comparto el desánimo de quienes pierden la fe. Como sociedad, somos testigos vivos de la lucha, la creatividad y la capacidad de trascendencia que nos definen.

Nos burlamos de nuestras propias adversidades con humor, no como una forma de ignorarlas, sino como una herramienta para enfrentarlas y transformarlas en oportunidades. Este espíritu resiliente nos recuerda que nuestro único compromiso, tanto individual como colectivo, es alcanzar la mejor versión de nosotros mismos.

No olvidemos que la esperanza y la trascendencia son claves para lograr cualquier objetivo. Lo humano nos identifica, y lo distinto, ese valor único que cada uno aporta, es lo que nos une. Como venezolanos, y como seres humanos, tenemos en nuestras manos el poder de cambiar nuestro destino y construir un futuro basado en la esperanza y el compromiso con lo que somos y lo que podemos ser.

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