Cuando se hubiera pensado que el joven vallenato Ernesto Fabio Ángulo Quintero habría de acoger a los intérpretes Poncho Zuleta o Jorge Oñate —incluso a Silvio Brito— como ejemplos para definir su futuro artístico como cantante, el chico prefirió a los alemanes Hermann Prey y Fritz Wunderlich.
Poncho, el extinto Oñate y Silvio, tres referentes del canto genuinamente vallenato.
Entusiasmado por la música desde niño, criado entre cajas, guacharacas y acordeones, al ritmo de merengue, paseo, puya y son —y poemas mil, bajo el frescor vespertino de un palo ‘e mango en el Valle de Upar—, Ernesto Fabio se iría años después por la filarmonía y la ópera.
En algún instante de su crecimiento —durante su tránsito hacia la adolescencia— también se hubiera podido creer que este chico se convertiría en ingeniero de sistemas debido a su pilosidad con los números y a sus inquietudes ante las propiedades de los cuerpos y las leyes de los fenómenos naturales, en el colegio, y el computador y el celular, en casa, pero fue la música la que lo abrasó aunque, al final, en un plano distinto al de los aires que envuelven los cantos que creaba Rafael Escalona.
Hoy, con su voz de bajo barítono —una voz poco común en Latinoamérica, misma que él pensaba que no le serviría para llegar a ser cantante—, Ernesto Fabio, con una personalidad muy bien definida, es miembro del Coro Filarmónico Juvenil de la Orquesta Filarmónica de Bogotá. Una plataforma hacia su futuro en el canto.
Su gusto por la música le sería infundido por su madre —la periodista vallenata Alba Quintero Almenárez— quien le enseñó a analizar la melodía y la letra de canciones en ritmos variados, en especial «el interesante contenido de infinidad de piezas vallenatas», como sostiene ella.
Al empezar su adolescencia, Ernesto Fabio creía que iría a la universidad para titularse de ingeniero de sistemas y que, para él, la música terminaría siendo como un hobby.
«Mi mamá se sienta a escuchar las canciones y analiza cada cosa: las letras, un desafine, un instrumento cruzado, algo que no todos suelen hacer… La mayoría escucha la música por encima», dice Ernesto. «Eso que hace mi mamá con las canciones, me ha marcado».
Sin que, para entonces, alguien se lo hubiera propuesto, había comenzado a fraguarse todo para que el estudiante de bachillerato transformara su mero entusiasmo en pasión por la música —sin que aun hubiese género musical definido—, mientras su madre lo observaba y lo apoyaba y confirmaba que su hijo no dejaba de evolucionar. «Era pasión desbordada», anota Quintero Almenárez.
Aun así, él daba como un hecho que su carrera profesional sería otra. «Siempre me han gustado los computadores, siempre he sido como que muy tecnológico. En aquel momento estaba enfocado en ello. Y aunque la música me apasionaba, aún no había descubierto mi talento para este arte». Es decir, combinar voces e instrumentos y hacerlos sonidos armoniosos, alegres o tristes, para deleite o nostalgia de la sensibilidad humana. Y de una que otra mascota también.
En aquel tránsito de la adolescencia a la juventud, Ernesto Fabio se había dedicado a analizar —costumbre heredada de su mamá— todo tipo de canciones. «Escuchaba y me decía: “Aquí está sonando un bajo, aquí un piano, por acá un oboe o ese es el violonchelo”. Me dedicaba a eso, pero todavía no sabía que la música era una carrera que podía estudiarse profesionalmente».
A esa edad, él pensaba que los músicos actuaban por hobby y que con el discurrir del tiempo iban desarrollando las habilidades, «pero llegó el momento en que descubrí que no es así».
Hoy, Ernesto Fabio Ángulo Quintero tiene 28 años y con inequívoca manifestación gestual de agradecimiento, reconoce que hubo un ser muy especial que también ayudó a moldear su personalidad: el extinto poeta vallenato Luis Mizar, a quien escuchaba con atención durante aquellas extensas tertulias sobre poesía e infinidad de temas afines a la literatura y el arte en general y en las cuales participaba el vate junto con la madre de Ernesto Fabio y otros amigos en el patio de una casa vallenata. Mizar, quien en vida fue considerado como un excelso poeta, uno de los cinco mejores de Colombia, y un irreverente librepensador que murió joven, a los 56 años… Su obra, contenida en cinco o seis libros, ha de ratificar su grandeza literaria.
«Eran encuentros muy importantes», evoca el cantante operático. «A Mizar lo recuerdo con mucho amor. De él siempre admiré que criticaba de una forma muy irónica, muy satírica, los hechos de la vida cotidiana. Eso iba quedando en mí… Me ponía a dudar y forjaría en mí una percepción más crítica de la vida, de pronto un poco más filosófica, por así decirlo… Recuerdo que tú también anduviste por esas tertulias».
«Ese ‘pelao’ va a dar de qué hablar», había de decirme alguna vez el poeta Mizar, tras ver la atención con que Ernesto Fabio seguía tales tertulias. «Creo que le interesan las letras».
A sus 15 años, Ernesto Fabio se presentó a la Universidad Nacional, donde finalmente sería admitido en ingeniería eléctrica. Al tiempo, le pidió a su mamá que le comprara un violonchelo. A pesar del costo económico de este instrumento, ella, haciendo un gran esfuerzo, lo complació, convencida de que sería un enriquecedor para el hobby de su hijo: la música como un mero gusto.
«Recuerdo que, durante un viaje para visitar a mi hijo en Bogotá, compré el instrumento en un almacén llamado Ortizo», precisa Alba Quintero Almenárez.
Meses después, nada fácil resultaría para esta madre y el resto de la familia que aquel adolescente que llegó a figurar entre los primeros lugares en Matemáticas y Física en los exámenes del Estado —‘Saber 11º’— y que ya había cursado segundo semestre de ingeniería eléctrica en la Nacional, viniera a informarles que lo que realmente quería estudiar era música. Aun, nada de canto.
Con casi 17 años de edad, sacándole notas y melodías a la guitarra y acariciando las cuerdas del violonchelo, anunció su decisión y —recuerda Ernesto Fabio— «el asunto se puso difícil. Toda mi familia, incluyendo a mi mamá, entró en shock».
«— ¿Cómo así? —se dijeron—. Este pelao que sacó uno de los mejores puntajes tanto en Matemáticas como en Física en las pruebas del Icfes, ¿qué va a hacer estudiando música?—».
A lo mejor se lo imaginaban un músico trashumante, trasnochador, ‘ronero’, viviendo y bebiendo de festival en festival, de amanecedero en amanecedero…
Y Ernesto les decía: “Pero mamá, abuela, tíos, primos, miren: seré músico profesionalizado, músico graduado en universidad. No es lo mismo que el músico que aprende solo y anda de parranda en parranda. Lo mío no. Lo mío es algo académico, algo que tiene un gran desarrollo, profundidad. Lo que voy a cursar en la universidad se refieren a estudios muy serios”.
«El violonchelo lo atrapó más en la música y ahí fue cuando él se decidió a tomarla como su profesión académica», precisa Quintero Almenárez.
Entonces, ganaría su convicción, ya consolidada. Se impondría la certeza de un futuro por él mismo definido. Y saldría de Bogotá rumbo a la Universidad del Norte, en Barranquilla, a ganarse una beca gracias a la cual pudiera estudiar música. Y la ganó.
«Inicialmente empecé a estudiar la carrera enfocado en la guitarra clásica…»
—¿Por qué?
«Porque era el instrumento que yo tocaba con soltura».
El adolescente había evolucionado en su ejecución, al tiempo en que él mismo descalificaba su voz para el canto. No la sentía interpretando —para el gusto de la gente, ni siquiera del de su mamá, eso imaginaba él—, un paseo o un merengue vallenatos, una balada de Camilo Sesto o un tema de Michael Philip Jagger, Mick, de The Rolling Stones.
«Pensaba que no servía para cantar, porque los intérpretes vallenatos tienen un tipo de voz que es tenor, una voz aguda, que tira para arriba. La mía tira para abajo. Entonces yo decía: “No, yo no sirvo para el canto porque no llego allá arriba”».
—¿Y entonces?
«En la universidad conocí el canto lírico, conocí la música relacionada con la ópera. “Wow”, me dije. “¿Esto dónde estaba?”, me pregunté asombrado. Además, descubrí que había muchos tipos de voces, no solo la del tenor, sino que existía el barítono, el bajo barítono y el bajo. Y sobre esa base ingresé al coro de la Universidad del Norte y ahí fue donde me reconfirmaron que yo no era tenor y me dijeron: “Tú eres bajo, y hay música que está hecha para tu tipo de voz”. Fue cuando me abrí a lo mío, a lo que soy hoy».
Como estudiante de música lírica-miembro del coro de Uninorte, comenzó a afianzar sus conocimientos y su desarrollo operático investigando la escuela alemana y aficionándose por ella —la vieja y la nueva—, porque «es una escuela muy precisa, muy emocional también, no como la italiana que se desgarra, que puede causar pena».
Fascinado con la escuela alemana —porque, entre muchas cosas, registra varias formas de cantar—, Ernesto Fabio nos precisa el nombre de los cantantes líricos en los que él ha apoyado su carrera como intérprete ídem…
«Primero, un vocalista alemán que siempre fue mi inspiración en la universidad y no dejo de admirarlo», dice. «Murió hace 25 años y se llamaba Hermann Prey, barítono, especialista en lied, un género de canción alemana. También me he apoyado en otro tenor alemán que se llamaba Fritz Wunderlich, quien falleció hace más de 50 años. Ellos dos han sido los cantantes en los que más me he basado» (Ver nota al final de este texto).
Hoy, la ópera es el norte indiscutido de Ernesto Fabio Ángulo Quintero. Ayer, el vallenato fue su principio para el aprendizaje. Pero él no puede desligarse de sus raíces. «El vallenato siempre ha sido mi base, todavía lo es. Es la forma en la que me acerqué a la música. Las letras, las bellas melodías que tiene el vallenato, eran muy inspiradoras para mí y desde ahí empezó mi entusiasmo por ese arte de unir las palabras con la música».
—Algún ascendiente suyo, ¿músico?
«No, que yo sepa».
—¿Habría algo en común entre el vallenato y la ópera?
«Por supuesto que sí».
—¿En qué consiste? ¿En qué radica?
«El vallenato es un género muy narrativo. Desde sus inicios, ha sido narrativo, contando historias, contando los sucesos de los pueblos, contando lo que estaba sucediendo en la zona, en la región… ¿Qué pasa con la ópera? Que la ópera consiste en historias… Son dramas musicalizados y cantados… En esencia, es lo mismo que el vallenato: están contando historias a través del canto».
—¿Pudiéramos hablar, entonces, guardadas las proporciones, de que hay juglares en la ópera?
«No en la ópera como tal, pero en la música académica claro que hay juglares. La ópera es el desarrollo de toda una tradición europea, de la Europa medieval que comenzó con juglares, tal cual como en el vallenato. Eran personas que —como instrumentistas o poetas o hasta como malabaristas— iban de pueblo en pueblo, no con acordeones, pero sí con un laúd, instrumento de cuerda… Iban así, también cantando y contando historias y leyendas. ¡Igualito!».
Ernesto Fabio reside en Bogotá. Como vallenato, camina orgulloso por senderos operáticos u operísticos. El 7 de agosto de 2022, vivió momentos de mucha emoción cuando, como miembro del Coro Filarmónico Juvenil de la Orquesta Filarmónica de Bogotá, fue uno de los intérpretes, en versión lírica, del himno nacional de Colombia en la posesión del presidente Gustavo Petro.
—¿Tiene futuro la ópera?
«Claro que sí. La ópera es un género muy completo, porque no solamente es canto, no solamente es música. En la ópera se unen la danza, las artes plásticas con toda la escenografía. En la actualidad la ópera lleva también producciones audiovisuales. Ya hay proyecciones, animaciones. La ópera, siempre se va adaptando al arte moderno. Así lo ha hecho al través de la historia: siempre recurre a los instrumentos musicales de la época y va adaptándose. Además, es un género que trata temas que siempre han sido como inherentes al ser humano. Problemas de traiciones, traiciones entre amigos, traiciones de poder, de desamores. Todo eso lo tiene la ópera… Son historias que ocurrían hace 500 años y hoy siguen ocurriendo».
Su título de licenciado en música de la Universidad del Norte y su condición de miembro del Coro Filarmónico Juvenil, son apenas unos logros para quien no deja de soñar arropado, como cantante, por sábanas de sinfonía. No deja de soñar con verse cantando en escenarios grandes —La Scala de Milán, por ejemplo—, quizá su más grandes sueño a mediano plazo. «Cuando niño me imaginaba tocando en conciertos la música que me gustaba, todavía no conocía la clásica, pero me imaginaba cantando rock ante un público grande. Sí, uno de mis más grandes sueños es estar en esos lugares y poder transmitirles a los asistentes algo muy bonito del arte. Poder decirle a la gente, por medio de mi canto, que el arte no es solo un montón de sonidos que están ahí, sino que la música va mucho más allá de lo que aparentemente se ve y se escucha».
Y hay más sueños recreados, siempre en ambiente de música. Ernesto también desea ser director de orquesta, dirigir coros algún día.
«Tengo mi sueño, también, de hacer una ópera vallenata, ante lo cual ya tengo un primer precedente», dice el joven músico…
—O sea: ‘La casa en el aire’, aquel homenaje póstumo a Rafael Escalona en la plaza Alfonso López de Valledupar...
«No fue una ópera como tal, se trató de una versión lírica».
—Entonces, ¿Cuál fue el primer precedente?
«Un proyecto con la Gobernación del Cesar, mediante el cual hicimos la composición de una obra de 30 minutos que mezcla los ritmos vallenatos con la música clásica. Entonces digamos que ese es como un primer —llamémoslo así— bosquejo de lo que pudiera llegar a ser una ópera vallenata, mucho más elaborada»
—¿Qué canciones vallenatas pudieran acomodarse con facilidad en una ópera?
«Entre más texto, entre más narrativa tenga la canción, con más facilidad se puede montar una ópera».
—¿Por qué?
«Porque la ópera busca, en parte, describir los sentimientos y las emociones a través de la música. Entonces: entre más material tengas en el texto, más puedes hacer con la música. Por ejemplo: ‘Nació mi poesía’ de Fernando Dangond, ‘Paisaje de sol’ de Gustavo Gutiérrez… De hecho, la mayoría de canciones vallenatas, porque la base del vallenato, de los 80 para atrás, es eso: narrativa. De los 80 para acá…»
—¡¿Se dañó?!
«Sí, se dañó un poco».
—De los 80 para acá… Con Silvestre y toda su fama, pero se dañó el vallenato auténtico.
«Así es».
—Ernesto Fabio… El niño que a los doce años soñaba con ser ingeniero de sistemas, aquel niño que percibía las cosas hermosas que traen muchísimas de las canciones vallenatas, en cualesquiera de sus aires; el niño que creció y ahora es un cantante lírico profesional, ¿qué le transmitiría a los niños colombianos, a los niños del mundo frente a su deseo de ser cantantes?
«Que no abandonen sus sueños, que no hay como eso de tú dedicarte a lo que realmente quieres, a lo que te apasiona. Si te apasiona tener un público y ofrecerle algo a ese público, dedícate a eso, estúdialo, lucha por eso, porque vas a llegar lejos. Pero si estás haciendo algo que no te apasiona, bueno, conócete un poco más, trata de explorar otras cosas para ver en qué es en lo que puedes encajar. Pero si tienes pasión y vena musical, esas que yo siempre tuve, esas que desde muy niño tuve, no la abandones, no la abandones».
—Ahora, la del cierre: ¿Un país con el que sueñe Ernesto Fabio para redondear su carrera profesional como cantante lírico?
«Me gustaría perfeccionar mi técnica y mi interpretación en Alemania. O en Italia. Pero más, en la escuela alemana».
Y arrastrando recuerdos de armonías de chirridos en la guacharaca, latigazos acordes al cuero en la caja, más los pitos y bajos del rey acordeón —y la poesía hecha verbo en aires de merengue, paseo, puya y son— va andando el vallenato Ernesto Fabio Ángulo Quintero por caminos operáticos, aportando su voz de bajo barítono a los dramas musicales que se cantan con acompañamiento de orquesta. De la Orquesta Filarmónica de Bogotá, por ahora.
Duett —desde el más allá— para el canto de Ernesto Fabio
El duett Hermann Oskar Karl Bruno Prey und Friedrich Karl Otto Wunderlich, de origen alemán —como es de suponer—, ha sido el más grande influyente en la carrera de cantante lírico por la cual avanza Ernesto Fabio.
El joven supo de este dueto cuando cursaba estudios de música en la Universidad del Norte y se dedicaba a investigar sobre la ópera alemana y, desde entonces, su admiración por Hermann Prey y Fritz Wunderlich —así abreviados— no ha dejado de crecer.
Con carreras repletas de extraordinarios logros —con muchos de los cuales no deja de soñar el joven operático vallenato—, Prey y Wunderlich son contemporáneos, solo los separan 14 meses de diferencia entre sus respectivos nacimientos, pero la muerte llegaría muy temprano a Wunderlich, a sus 35 años, 33 antes que a Prey, quien había nacido el 11 de julio de 1929, mientras que Wunderlich lo había hecho el 26 de septiembre de 1930.
Hermann Prey
Hermann Oskar Karl Bruno Prey nació en Berlín y cursó estudios de canto en la Hochschule für Musik en Berlín. Se trataba de un barítono que es recordado especialmente por sus interpretaciones de Fígaro, tanto el de Mozart como el de Rossini. Hizo parte de la ópera estatal de Hamburgo, cantó con frecuencia en el Metropolitan Opera donde había debutado como Wolfram e inauguró la nueva sala del Lincoln Center como Papageno en ‘La flauta mágica’. También hizo de Eisenstein en ‘Die fledermaus’ o ‘El murciélago’ de Johann Strauss.
Destaca como uno de los grandes intérpretes del lied alemán —canción lírica en la música clásica y romántica y breve para voz solista y acompañamiento de piano— y fue un rival contemporáneo de su conterráneo Dietrich Fischer-Dieskau.
Actuaba a gusto en el estilo de la ópera cómica italiana, en la cual mostró mucha inteligencia escénica, viveza e hilaridad. Su agilidad atlética y extraordinaria comicidad hicieron de él una elección obvia para grabaciones en cine de Mozart y Rossini. Fue Fígaro en ‘El barbero de Sevilla’ y también actuó como tal en el filme ‘Las bodas de Fígaro’. Enseñó en la Musikhochschule de Hamburgo.
Adaptación de fragmento tomado de https://www.last.fm/es/music/Hermann+Prey/+wiki
Fritz Wunderlich
Nacido en Kusel-Alemania —en el seno de una modesta familia de músicos que administraba un negocio de hostelería—, estudió en la escuela de música de Friburgo y su muerte temprana fue la consecuencia de una estrepitosa caída por unas escaleras. Se trataba de un tenor lírico, considerado el mejor en el repertorio alemán de la segunda mitad del siglo XX. Sobre él se afirma que, hasta los días que corren, no ha surgido un tenor que se compare con lo puro y limpio de su voz, tanto en los tonos graves como en los agudos «Son de una igualdad impresionante», se lee en el sitio http://www.auladecanto.com/.
Gracias a su madre, Friedrich Karl Otto Wunderlich aprendió a tocar el piano y el acordeón y, después, concluidos sus estudios, había de interpretar a compositores como Monteverdi, Gluck, J.S. Bach, Händel, Haydn, Mozart, Rossini, Lehár, Richard Strauss, Mahler, Smetana, Lortzing, Schubert, Schumann, Beethoven, Tschaikowsky, Verdi, Puccini, Wagner, Pfitzner y su amplísimo repertorio cubre ópera, opereta, lied, oratorio, música sinfónica y canción popular, entre otros. Pero su favorito era Mozart, una de las razones por las cuales Wunderlich interpretó a ‘Tamino’ en ‘La flauta mágica’.
En https://www.filomusica.com/filo72/wunderlich.html, año 2006, Pilar Palacio y Herminio Malagás dijeron de Fritz Wunderlich —sin espacio para una adaptación— que era «el tenor que ponía el pensamiento y el corazón en cada nota. Bellísimo timbre de tenor lírico; graves viriles; agudos brillantes, fáciles, directos y abordados siempre “desde arriba”; gran volumen; larguísimo fiato; emisión libre, sin estrecheces, sin sonidos nasales ni guturales, siempre “horizontal”, que, negando el pasaje, hace sinónimas tesitura y extensión; total dominio de la media voz; control absoluto de los reguladores; articulación impecable de la lengua alemana; fraseo elegante, desprovisto de afectación; agilidades de ejecución perfecta; excepcional versatilidad estilística; prodigioso abanico de matices; estudio riguroso de las partituras, sin ceder jamás a la tentación del lucimiento injustificado; inmediata capacidad de comunicar. Una voz fresca, luminosa, que nunca acabamos de conocer por mucho que la escuchemos, tal es su riqueza de recursos. Un canto natural. Un artista que logró el perfecto equilibrio entre los dos hemisferios cerebrales. Un hombre que contagiaba a los que lo rodeaban el entusiasmo por la música, el optimismo, la pasión por la vida».
Poderosas razones han de sobrarle a Ernesto Fabio Angulo Quintero para que Hermann Prey y Fritz Wunderlich hayan sido y sigan siendo, desde el más allá, sus maestros, su guía en el canto lírico.
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