El prefecto del Dicasterio para la Comunicación agradece al fotógrafo que, desde el Servicio Fotográfico de L’Osservatore Romano —hoy Vatican Media—, ha retratado los pontificados desde Pablo VI hasta León XIV. Hoy, tras 48 años de servicio, se jubila. Transformó su cámara en un instrumento de comunión y fue los ojos de los Papas y del pueblo de Dios que se encontraba con la mirada del Sucesor de Pedro. “Gracias por enseñarle al mundo a ver la belleza de la Iglesia”.

Paolo Ruffini – www.vaticannews.va

Conocí a Francesco Sforza —o, mejor dicho, aprendí a reconocerlo— antes de que él me conociera a mí. Dondequiera que estaba el Papa, allí estaba él. Antes incluso que el Papa. Discreto, silencioso, sonriente, siempre apresurado. Procuraba no aparecer nunca, pero siempre estaba presente. Era imposible no notarlo: su presencia era señal de que, en pocos instantes, llegaría el Papa.

Los ojos del Papa y del pueblo de Dios

Comenzó con el Papa Pablo VI, siguió con Juan Pablo II, luego fue fotógrafo principal de Benedicto XVI desde 2007, y después de Francisco, concluyendo estos meses su servicio con el Papa León XIV. Sus fotografías se convirtieron, para miles de personas, en recuerdos imborrables: imágenes extraordinarias de los Papas en sus viajes, en sus encuentros, en sus gestos.

Francesco, que hoy se jubila, ha sido durante cuarenta y ocho años los ojos de los Papas y también los ojos del pueblo de Dios que se cruzaban con los del Sucesor de Pedro. Fue alumno y asistente de otro gran fotógrafo, Arturo Mari, quien durante cincuenta y un años documentó la historia de la Iglesia de Roma, desde Pío XII hasta Benedicto XVI: el hombre que también narró con imágenes el atentado contra Juan Pablo II.

Francesco Sforza saluda al Santo Padre León XIV.

Discreción y humildad

Cuando Mari se retiró, fue Francesco quien tomó su relevo, y ahora él lo entrega a Simone Risoluti, con una discreción y una humildad que rozan la leyenda.

Francesco prácticamente nunca apareció en reportajes ni en titulares de prensa. Pero la historia le debe —y le deberá— mucho. Sus fotos fueron publicadas en periódicos de todo el mundo. Han tocado la mente y el corazón de millones de personas, aunque sin llevar su firma.

Francesco convirtió su cámara en un instrumento de comunión. Supo contar con imágenes la esencia del ministerio de Pedro: la cercanía, el encuentro, el abrazo, la mirada compartida. Pienso en las fotos en Regina Coeli, en el abrazo del Papa Francisco con los detenidos, en las imágenes con los niños y refugiados del campo de Lesbos, en las de Irak o Canadá, o en aquella de la anciana en Panamá que sostenía un cartel: “También nosotros sabemos hacer ruido”.

Sforza en la Plaza de San Pedro para la Audiencia General del Santo Padre.   (@Vatican Media)

Una presencia segura

Francesco, aunque reacio a ser fotografiado, acabó también siendo captado por otros fotógrafos o cámaras de televisión. Por eso lo conocía antes de conocerlo, como todo el mundo. Porque era imposible no conocerlo: Francesco siempre estaba allí, una presencia segura.

En las imágenes donde aparecía por casualidad, discreto y sereno, se percibe la magia de su trabajo: congelar la historia en el instante mismo en que se está haciendo, captar un segundo antes la grandeza y la belleza del momento siguiente, cuando el amor se vuelve visible.

Un regalo a un sintecho

Una vez, él, tan reservado con las palabras, dijo que “el fotógrafo es un artesano que pone las manos, los ojos, pero sobre todo el corazón” en su trabajo y en su cámara. Lo dijo cuando regaló a un exsintecho, en nombre suyo y de sus colegas del servicio fotográfico, una cámara usada para fotografiar al Papa. Y añadió: “Quien vive en la calle sabe que una sola foto puede ayudarnos a conocer realidades que a veces no vemos o no queremos ver”.

Testigo de la historia a través de las imágenes

Personalmente, lo conocí cuando me convertí en prefecto del Dicasterio para la Comunicación. Y cada vez que hablaba con él, o lo veía fotografiar, o trabajar en su ordenador archivando cientos y cientos de fotos al día, pensaba que lo suyo era una verdadera vocación: testimoniar con imágenes lo que las palabras no pueden decir, dejar una huella visual de lo que ha visto, del bien que ha encontrado, de la presencia de Jesús en el mundo.

Francesco Sforza en servicio con el Papa Francisco.   (VATICAN MEDIA Divisione Foto)

Gracias, Francesco

Hoy que Francesco se jubila, creo que todos le debemos un “gracias”.

Gracias, Francesco, por cada disparo, por cada instante captado, por tus pocas palabras y tus grandes sonrisas. Por mostrarnos que la buena comunicación no es la que hace ruido, sino la que sabe ver, incluso en el silencio, el sentido de la historia y la grandeza de la fe.

Gracias por enseñarle al mundo a ver la belleza de la Iglesia, su misericordia, su esperanza. Gracias por cada foto que se convirtió en oración.

Sé que al escribir estas palabras traiciono tu discreción, pero confío en tu comprensión.

Buena vida, Francesco.

Con tu cámara al hombro, sigue contando todo lo bello que aún existe en el mundo.

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