Por Jorge Emilio Sierra Montoya. www.eje21.com


En esta entrevista, publicada en 2015 por la revista “Desarrollo Indoamericano”, Jorge Reynolds, famoso científico colombiano, nos cuenta su vida y, en especial, cómo llegó a descubrir el marcapasos, ese maravilloso invento que ha salvado tantas vidas humanas a lo largo y ancho del planeta.

Con dicha semblanza, cerramos el primer capítulo -“Crónicas de vida”- de mi nuevo libro: “Crónicas de vida en tiempos de guerra”, recientemente publicado por Amazon en la colección de mis Obras Escogidas.  

Así funciona el corazón

Jorge Reynolds es bogotano, de madre colombiana, pero su padre era inglés, por lo que al terminar bachillerato fue enviado a Inglaterra para cursar la carrera universitaria, a mediados del siglo pasado. Recién había concluido la Segunda Guerra Mundial, como es sabido.

Allí entró a estudiar Ingeniería Civil, pero luego dio el salto a Ingeniería Eléctrica y, cuando ya estaba a punto de graduarse, a él y sus compañeros les hicieron una atractiva propuesta: que con dos años más saldrían como ingenieros electrónicos, ¡los primeros en Europa!

Aceptó el reto. Fue así como, al obtener el codiciado título, regresó a nuestro país, donde no tardó en poner a prueba sus conocimientos avanzados cuando varios amigos suyos, que ejercían la medicina, le pidieron manejar ciertos equipos electrónicos que acababan de llegar a la Universidad Nacional.

Le fue tan bien, por lo visto, que el decano Raúl Paredes lo nombró Ingeniero del Departamento de Fisiología de la Nacional, cargo -observa Reynolds, mirando el espejo retrovisor- completamente absurdo para esa época, cuando nadie pensaba que la ingeniería tuviera aplicación en el campo médico, de salud humana.

Solo que esto le permitió empezar a entender, poco a poco, que el corazón humano funciona como un sistema eléctrico, base fundamental de lo que poco después sería un gran descubrimiento científico y uno de los más importantes a escala mundial: ¡el marcapasos!

“Zapatero, a tus zapatos”, le recriminaban sus colegas.

Un hallazgo histórico

Reynolds, sin embargo, no dio su brazo a torcer. Al contrario, fue donde otros amigos suyos, también médicos, pero con una clínica especializada en atender enfermedades cardíacas, cuyos directores, Alberto Bejarano Laverde y Fernando Valencia Céspedes, recibieron con entusiasmo su iniciativa, contratándolo allí por medio tiempo, sin que se retirara por completo de la Universidad Nacional.

Se dedicó de lleno al estudio en cuestión, comprobando su hipótesis sobre el sistema eléctrico del corazón y cómo las arritmias son un problema en tal sentido, cuando se presentan bloqueos aurículo-ventriculares complejos, “que son mortales, sin solución”. ¿Cómo hacer para que un aparato eléctrico lo haga otra vez funcionar bien?, se preguntaba con insistencia.

Pasaba noches enteras poniéndose al día, enterándose de los últimos hallazgos al respecto y conociendo los distintos sistemas de estimulación artificial del corazón (desde los antiguos egipcios, quienes empleaban anguilas eléctricas), hasta que un día, con apenas 22 años de edad, diseñó y construyó el primer marcapasos que le fue puesto, con rotundo éxito, a una persona.

Pero, vamos con calma. En primer lugar, el aparato en sí, de veras inconcebible en estos tiempos, cuando ha transcurrido medio siglo largo desde entonces: ¡pesaba cincuenta kilos, con tubos de radio! No era, ni mucho menos, funcional, ¡pero funcionó!

Y funcionó en el cuerpo de un sacerdote, quien habría fallecido en poco tiempo de no haber sido por el invento, el cual le prolongó la vida durante poco menos de dos décadas, prueba cabal del adecuado funcionamiento del equipo que muchos en Colombia se negaban a aceptar, todo lo contrario al entusiasta apoyo recibido en otros países.

De inmediato, Reynolds fue proclamado -según consta en registros históricos y científicos que ahora pueden consultarse por internet- como inventor del marcapasos, mientras el médico Alberto Bejarano es reconocido como el primero en haberlo implantado en un ser humano.

La historia les terminó dando la razón.

¡Ya viene el nanomarcapasos!

Hoy, estando próximo a sus ochenta años de edad, Jorge Reynolds se mantiene al tanto de los últimos avances tecnológicos y las tendencias en tal sentido, hasta el punto de ser experto en temas de futurología, del futuro de la ciencia y de cómo ésta, sobre todo en medicina, mejorará de manera significativa las condiciones de vida de la población, como ha sucedido en los últimos años.

“Dentro de poco, las personas vivirán más de un siglo”, asegura.

Por ello, no es de extrañar que él ahora sólo hable de nanotecnología, esa nueva ciencia que lleva la tecnología  hasta dimensiones ínfimas, microscópicas, y que, por consiguiente, haya diseñado para lanzar al mercado, con el apoyo de poderosas firmas internacionales (norteamericanas, europeas y asiáticas), el nanomarcapasos, tema que de veras parece cosa de locos o al menos de ciencia ficción.

El marcapasos, en realidad, es un nanopuente aurículo-ventricular, del tamaño de un cuarto de un grano de arroz; se introduce por medio de un catéter, en una cirugía ambulatoria encargada de implantarlo, y no necesita siquiera la batería porque se activa con la misma palpitación o contracción del corazón que le genera su propia corriente. Algo increíble, claro está.

Más aún: de acuerdo con su investigación, el revolucionario dispositivo se podrá conectar al teléfono celular del médico, quien en cualquier momento vería cómo está y si requiere cambiar los parámetros para garantizar su normal funcionamiento. ¡Increíble!

Acerca de la esperada colaboración del gobierno colombiano, admite que se ha reducido a la posibilidad de avanzar en el conocimiento del corazón de las ballenas en nuestro Océano Pacífico, gracias a la participación de la Armada Nacional, y pare de contar. “Pero eso nos sirvió bastante”, dice mientras observa que dichos estudios le permitieron desarrollar el nanomarcapasos, sin entrar en detalles al respecto.

“Esto es apenas -sostiene- el comienzo de la nanotecnología, que sin embargo es muy importante para abrirle paso al mayor uso de nanoelementos que cambiarán por completo a la medicina, para beneficio de la humanidad, de todos nosotros.”

Pero, ¿qué es la nanotecnología? A esa pregunta responde a continuación.

La ciencia del futuro

Para Reynolds, la nanotecnología es la ciencia del futuro y como tal desplazará a numerosas técnicas e industrias que hoy existen en el mundo. “Es una verdadera revolución tecnológica”, asegura.

Por ello, no duda en incluirla entre los mayores cambios no sólo en estos tiempos sino en la historia humana, al lado por ejemplo -dijo al oído de los cientos de alumnos que escuchaban atentos su conferencia en la Universidad- del acelerador de partículas CERN, el cual permitió demostrar que el átomo es totalmente divisible, compuesto por un sinfín de partículas mucho más pequeñas.

“Por fin sabremos de dónde venimos y para dónde vamos”, sentencia.

Según él, la ciencia está avanzando hacia la interdisciplinariedad total, o sea, la estrecha relación entre las diferentes disciplinas, según lo demuestra su caso personal, donde el conocimiento de la ingeniería alcanza progresos increíbles en la medicina, tal como ocurrirá -asegura- con su nanomarcapasos que se ha implantado con éxito en organismos vivos, faltando sólo el permiso de las autoridades respectivas para hacerlo en seres humanos.

Y claro, los beneficios por tales avances ya se están viendo con el aumento, verbigracia, en las expectativas de vida de la población, más aún cuando parece inminente que enfermedades como el alzheimer, el parkinson y el sida, entre otras, dejen de ser incurables.

“Los niños que hoy están en primera infancia podrán vivir hasta 140 años, según cálculos recientes”, comenta en medio de la sorpresa general, a la que tampoco él es ajeno.

Pero -se pregunta, alarmado-, ¿qué nuevos problemas nos esperan? ¿Tendremos exceso de población, con millones de ancianos que en apariencia son jóvenes, sin conseguir empleo como ahora les pasa a los mayores de cuarenta años? ¿Y qué ocurrirá con sus pensiones? ¿Nadie más se volverá a pensionar, generándose así un conflicto social sin precedentes?

“¡Nuestras universidades deberían estar investigando dichos problemas y cómo resolverlos!”, plantea a modo de reto para profesores y estudiantes, sin excepción.

Llamado a los jóvenes

Para Reynolds, es preciso tomar cartas en el asunto. Y al más alto nivel, claro está. Las propias Naciones Unidas, en su concepto, deben pronunciarse al respecto e incluso adoptarse en cada país drásticas normas legales para garantizar, en lo posible, que las nuevas tecnologías sean usadas por manos criminales, poniendo en grave riesgo la supervivencia del planeta y de nosotros mismos.

“Tales son los paradigmas que enfrenta la juventud”, advierte en tono crítico, acusador, al señalar que de esto no se habla, ni siquiera en nuestras universidades, donde es urgente -insiste- abordar tales problemas y buscarles soluciones, lejos de sentarnos a esperar como si nada pasara.

Le preocupa, en particular, que las naciones latinoamericanas, donde hay tanto atraso tecnológico que amplía la brecha frente al Norte, no nos demos cuenta de lo que está ocurriendo y, sobre todo, de las penosas consecuencias causadas por fenómenos como la superpoblación.

Por fortuna -agrega-, Colombia goza de condiciones favorables como la abundancia de tierra, puesto que al menos la mitad del territorio nacional está deshabitado por la improductividad del suelo (en la Guajira y los Llanos Orientales, verbigracia), situación que podría resolverse precisamente con mejores tecnologías.

No es pesimista, a pesar de sus cuestionamientos. No. Se declara optimista sobre un cambio positivo de actitud en los centros académicos, aprovechando el talento humano, las diversas disciplinas y la capacidad investigativa para conseguir, entre otras cosas, la preparación debida, sin que para ello se requieran cuantiosos recursos económicos.

Y exhibe un argumento final para justificar su confianza: el apoyo internacional a su proyecto del nanomarcapasos, algo que demuestra con creces que sí se puede, desarrollando tecnologías propias, creadas en nuestros países.

“¡He ahí nuestro mayor reto!”, concluye el inventor del marcapasos, colombiano a mucho honor.

(*) Escritor y periodista. Miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua.

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